¿Son los mejores churros de Melilla?. No hay que ser categórico en ningún asunto y, además, depende del gusto de cada uno y, ya se sabe, el libro de los gustos aún no está escrito.
Pero, lo cierto es que melillenses de todos los barrios de Melilla se dirigen a la Churrería Colón cada día para llevarse un cartucho de ‘madrileños’ de ese enclave situado en pleno corazón del Mercado de Colón, en la avenida del mismo nombre del gran descubridor, frontera imaginaria entre las barriadas de Batería Jota y Cabrerizas.
La receta es muy fácil, darle el punto es lo complicado. Con agua, sal, azúcar y masa de harina, cualquiera puede cocinar churros pero, seguramente, no les saldrán como los churros de Rafael García y su esposa Carmen. Melillense él, granadina ella, le dan a su producto un aire liviano, una textura fácil y un sabor que permiten, al alimón, comerse un par de docenas sin enterarse. Y, además, son baratos; tiene mengues la cosa. Son herederos naturales –aunque sus churros son un poco más grandes– de aquellas delicias que nos ofrecía don Manuel Aragón en su quiosco de Polavieja, junto al Perelló.
Curran como condenados a trabajos forzados; cierto es que esa intensidad –amor al trabajo– les permite llevar una vida con calidad. Ellos y sus hijos. Sí, porque Rafael y Carmen proceden de anteriores relaciones de pareja y aportan un hijo y una hija de tiempos pasados a la nueva singladura familiar, una singladura, a decir de sus amigos, ejemplar. Nada más hay que verlos. El hijo y la hija se consideran hermanos sin ningún tipo de complejos, con decisión. Ellos se aman.
Están preocupados Rafa y Carmen porque hay rumores de que el futuro del Mercado de Colón no está nada claro. La Ciudad Autónoma barrunta, ¡peligro!. Es cierto que ese coqueto mercado de barrio tiene más de la mitad de sus puestos cerrados a cal y canto. Según los churreros puede que el mercado desaparezca o puede –que es lo más probable– que reduzca sus dimensiones y habilite espacios para otros proyectos.
A ellos no les va a afectar, seguro. Son ya demasiados años doblando a diario el espinazo y son miles de clientes pendientes del sartenazo y la masa mágica de Rafael. Y son instituciones, también, porque La Legión no consentiría quedarse sin churros de Colón y porque los residentes de la Gota de Leche harían una manifestación por la Avenida del Rey si Rafa y Carmen echan el cerrojazo.
Finalmente, está la afabilidad. Como son dos trabajadores entregados, porque trabajan bajo el palio del amor mutuo, son felices en aquel rincón de Colón y esa felicidad es compartida por sus clientes que, a la tercera o cuarta vez que van a la churrería se convierten en amigos de la pareja y sus hijos. Cuando se compra bueno, bonito, barato y uno es feliz ya no hace falta ni una palabra más.
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