En medio de los debates nacionales que tanta atención están concentrando y que siguen generando tantísimos comentarios, el celebrado entre los candidatos al Congreso por Melilla –el único además que se ha producido hasta ahora y el único también, según parece, que llevarán a cabo en la presente campaña - resultó, ante todo y desde mi punto de vista, poco o nada clarificador.
Los candidatos, todos, más que hacer propuestas realizaron diagnósticos de nuestros problemas y, por ello, coincidieron bastante en asuntos como la frontera, las relaciones con Marruecos, la problemática de los MENAS, las deficiencias de nuestra ciudad en materia educativa y sanitaria, o el paro crónico y la falta de expectativas económicas generales.
No me extraña lo anterior porque todos los partidos, salvo CpM, que explota la ‘marca Melilla’, no tienen programas propios para la ciudad y se mueven en la marea de unas propuestas nacionales que, siendo lógicamente decisivas en estos comicios, deberían haberse complementado en mayor medida con compromisos más concretos para nuestra tierra.
Las propuestas más específicas para Melilla se dejan caer casi por casualidad, mezcladas con las nacionales, y sin oportunidad de desarrollarlas con un mínimo de precisión que permitan valorar hasta qué punto son factibles.
Todos asumen que nuestra Sanidad pública exige de más inversión y de mejores infraestructuras y personal; todos coinciden también en que deberíamos conseguir de Marruecos que compensara el gasto sanitario por la atención constante a los marroquíes de nuestro hinterland vía urgencias; y todos están igualmente de acuerdo en que Marruecos debe asumir sus responsabilidades en lo tocante a la continua llegada de menores marroquíes, que cada vez y en mayor medida se ajustan a un perfil de inmigrantes precoces.
Por supuesto, también todos demandan más efectivos policiales para mejorar la fluidez fronteriza.
Cada cual, es verdad, lo hace con sus matices. Quienes más se desmarcan son los cepemistas, que presentan a diario sus compromisos vía publicidad como si fuera el contenido de una Carta a los Reyes Magos, sin explicar cómo van a lograr las promesas que realizan, caso, por ejemplo, de la creación anual de 5.000 puestos de trabajo
A pesar de lo dicho, la falta de conclusión del debate celebrado en los estudios de la Ser el pasado lunes, no lo invalida. Al contrario, contribuye a acercar los candidatos a los ciudadanos, algo que en mi opinión debería ser crucial pero que, a algunas candidaturas, puede perjudicar más que lo contrario.
Y es que estas elecciones, que ya hace mucho tiempo perdieron el posible componente localista que, desde una ciudad insular como Melilla, deberían llevar impresas como complemento imprescindible de los programas electorales nacionales, se juegan más que nunca centradas en la dura encrucijada por la que pasa nuestra política nacional, muy focalizada en la crisis territorial y el problema de Cataluña y poco centrada, en mi opinión, en la crisis económica que aún nos atenaza y que pivota en torno a una desmedida deuda pública con anuncio de rebajas una vez pasado el 28-A.
Y, entonces, poco quedará de la Carta a los Reyes Magos de CpM, por mucho que la fortuna les sonría y pudiera convertir a su candidato, Mustafa Aberchán, en el diputado de la mayoría absoluta, como ya ocurriera con el canario Mardones en el 89, después de que Felipe González tuviera que dar el alto, micrófono en mano, al entonces diputado electo por nuestra ciudad, Julio Bassets, para que abandonara el hemiciclo y con él la asegurada mayoría absoluta que se prometían los socialistas.
Fue el año de las elecciones anuladas en Melilla que, finalmente, tras la repetición, variaron por completo el sentido del voto en nuestra ciudad y que demostraron que González, como zorro viejo y animal político, ya se veía venir que su investidura, con un diputado en la cuerda floja, podría terminar impugnada.
En Melilla, los que llevamos tantos años atentos a nuestro particular devenir sociopolítico, recordamos muchos episodios y el que aquí recupero viene a cuento porque, como digo, aunque Aberchán, que tiene muchas papeletas de salir finalmente electo si moviliza bien a su electorado, fuera el nuevo Mardones de la mayoría absoluta, España se levantará el 29-A con una deuda de tantas dimensiones que ni el PSOE podrá pactar fácilmente, aunque le salieran las cuentas, con el grupo de Podemos. Nos guste o no, la deuda pública actual de nuestro país no va a permitir tanto gasto como pretenden los podemitas, que por cierto también son más voluntariosos que concluyentes a la hora de presentar sus cuentas.
Pero, en política, convencer se antepone siempre a la verdad, quizás por eso estén tan de moda los fake news que, o bien como afirmaciones falsas o medias verdades, suelen usar nuestros políticos para imponerse sobre el contrincante.
Frente a ello, lo cierto es que el Gobierno saliente no podrá ser muy generoso a pesar de las muchas necesidades que tiene Melilla. La deuda de nuestras arcas públicas ha batido un nuevo récord y llega ya a 1,18 billones tras crecer en el último mes a un ritmo de 15 millones por hora, tal cual señala ‘El Mundo’ aludiendo a los datos del Banco de España.
“Se acerca al 100% del PIB y obliga a refinanciar cada año 200.000 millones porque no hay margen para devolver el dinero” continua el mismo Diario. Un lastre –añade- que “va a continuar en los próximos años por encima del 90%, según la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal”
Tendremos que destinar 30.000 millones anualmente a pagar intereses, además de al Banco Central Europeo, a otros estadounidenses, fondos chinos, inversores japoneses y aseguradoras europeas.
Muy mal panorama para jugar a los experimentos, hacer tambalear la necesaria estabilidad o prometer Cartas a los Reyes Magos sin opción ninguna de Gobierno, como ocurre con el localismo cepemista que, de manejar bien sus habituales feudos electorales, puede acabar imponiéndose gracias a la previsible pérdida de votos de los partidos tradicionales y la concurrencia de nuevas opciones, como VOX, a la que enfervorizar y recoger la cosecha del descontento favorecen más que la difusión de sus propuestas o el conocimiento de sus candidatos.
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