La Soledad volvió a inundar Melilla con su belleza un Viernes Santo más. La Señora de Melilla salió puntual de la iglesia del Sagrado Corazón donde decenas de personas aguardaban sólo para admirar su rostro roto por el dolor de la pérdida de su hijo que es capaz de despertar la emoción en todos los que se paran a mirarlo unos segundos. Poco antes de las once de la noche los cofrades ya preparaban la salida. Los más pequeños de la hermandad esparcían romero en la calle. En el interior del templo se escuchaba el murmullo silencioso de los miembros de la Cofradía. En la Plaza Menéndez Pelayo decenas de personas se agolpaban para ver a la Soledad descender por las escaleras de la iglesia con la única iluminación de la luna, algo encapotada por las nubes, y las velas de los cofrades.
A las once en punto, tal y como estaba previsto, llamaron a la puerta, que se abrió. La Cruz de Guía salió a la calle y al fondo, en la oscuridad, el rostro de la Soledad irradiaba luz. De riguroso luto, con la cara enmarcada por el rostrillo y una tristeza capaz de conmover a cualquiera, la Virgen avanzaba por el pasillo de la iglesia para salir a encontrarse con los melillenses que ya, a lo lejos, volvían a sorprenderse por su belleza.
Los portadores, guiados en la salida por Francisco Javier Calderón, bajaron las escaleras del templo con cuidado y en silencio, transmitiendo a los que estaban en la calle que para ellos en ese momento no había nada más que La Soledad. “Mirándola a la cara”, repetía Calderón a los hombres de trono. La complicada salida logró despertar los aplausos de los melillenses, rompiendo el silencio sepulcral de la noche. La Virgen pisó la calle y giró para emprender su camino hacia su callejón. Cuando ya estaba fuera, Francisco Javier Calderón se fundió en un abrazo con el hermano mayor de la Cofradía, al que él precedió durante unos años y a partir de ese momento fue su hijo, Javier Calderón, el encargado de guiar a los hombres de trono.
Luces apagadas en la calle, nazarenos de riguroso luto alumbrando el camino con sus velas y a izquierda y derecha de López Moreno decenas de personas observando el paso de la Virgen con respeto y admiración. La noche era ya de La Soledad. Nadie más había en ese momento en la calle, a pesar de que la calle estuviera llena. La Señora de Melilla volvía a lograr, un año más, llenar con su presencia toda la ciudad.
La Virgen continúa su camino. Antes de llegar al callejón, donde decenas de personas la esperaban para ver a los portadores pisar la alfombra de serrín que habían hecho los miembros de la Junta Joven, desde un balcón de la calle Castelar una saeta hizo a los hombres de trono parar. La voz rota de una melillense admiraba la belleza de la Soledad y el esfuerzo de los portadores para dirigir sus pasos.
En el callejón, una vez que el trono de la Señora de Melilla se puso sobre la alfombra, Guillermo Merino, miembro de la Junta Joven, dedicó unas emotivas palabras a la Virgen. Recordó el joven sus primeras veces junto a la Soledad, el apetrón de mano de su padre cada Viernes Santo cuando veían juntos salir a la Virgen del templo, la emoción que él le transmitió y que el joven cofrade supo hacer llegar a todos los presentes. A pesar de los nervios del momento, el muchacho se mantuvo firme para describir la belleza de la Soledad y demostrarle su cariño y devoción.
Tras las palabras del joven, el capataz del trono tocó la campana y llegó el momento que muchos esperaban en el callejón. “Ahora dejemos que los melillenses también sientan sobre sus hombros el peso de la Virgen de la Soledad”, dijo Javier Calderón. Poco a poco las personas que allí se agolpaban fueron acercándose al trono, mientras que los portadores dejaban hueco para que todos los devotos pudieran sentir durante unos minutos la misma emoción que habían sentido ellos toda la noche.
Mientras tanto, en la Avenida Juan Carlos I, los cofrades comenzaban a repartir velas entre las decenas de personas que aguardaban para ver pasar a la Soledad por la carrera oficial. Cerca de la una de la madrugada las luces de la Avenida se apagaban y las velas se encendían para iluminar el camino a la Virgen de la Soledad en su entrada por carrera oficial. Silencio y respeto llenaban la noche. A pesar del gran número de personas que esperaban en la Avenida el paso de la Señora, casi no se escuchaba un ruido mientras que el rostro de la Soledad era lo único que iluminaba la noche.
Tras el paso por Tribuna, el trono realizó un corto recorrido por las calles Cervantes y Ejército Español, antes de llegar de nuevo a la Plaza Menéndez Pelayo, donde los melillenses esperaban, ya entrada la madrugada, para ver a la Señora de Melilla entrar de nuevo en el templo hasta el próximo año. Los últimos aplausos de la noche se escucharon y el Viernes Santo se cerró con la satisfacción de los cofrades de haber podido compartir con la ciudad la devoción por la Virgen de la Soledad que demostró un año más que sigue siendo una de las imágenes que más pasión despierta entre los melillenses.
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