Hace un par de años, los kiosqueros de Melilla crearon una asociación a la que a día de hoy pertenecen cuarenta de ellos. No son todos los que están, pero están todos los que son.
La mayoría de los asociados tienen su establecimiento en El Real, el centro y El Rastro, aunque también los hay dispersos por varios barrios de la ciudad. Se unieron cuando empezaron a caducar sus licencias y se quedaron hasta hoy, en un limbo jurídico que, por ejemplo, no les permite pedir subvenciones ya que uno de los requisitos que siempre les exigen es tener la licencia de apertura en vigor.
Y así están los kiosqueros, sin poder aspirar a ninguna de las muchas ayudas que ha sacado la Administración en Melilla, pese a que pertenecen a uno de los sectores más castigados por la pandemia del coronavirus. De hecho, los kioscos de la ciudad han sufrido una bajada de la facturación del 50%. Se dice pronto, pero vender la mitad es, como mínimo, angustioso.
Y no es el único mal que les aqueja. También les afecta la crisis del papel. Doy por hecho que la gente de Melilla es consciente de que a nuestra ciudad no llegan periódicos nacionales porque les sale caro el envío. De ahí la importancia de los medios locales: somos los últimos mohicanos.
Pero es que, además, a Melilla cada vez llegan menos libros y promociones editoriales, que antes eran las estrellas de los kioscos. Ahora se venden poco y estamos ante la pescadilla que se muerde la cola: si no llegan, no se venden y no se venden porque no llegan y porque el mundo digital ha arramblado con el papel. Solo aguantan las revistas.
Desde la Ciudad Autónoma existe el compromiso de renovar las licencias de los kioscos de Melilla. No estamos, ni muchos menos ante un fin de la concesión como el que terminó cerrando La Pérgola, cuando se cumplió el plazo máximo establecido para renovar el permiso de explotación de un bar emblemático de la ciudad que creció y se consolidó en suelo público.
La situación de los kiosqueros es otra cosa, pero resulta que la renovación de la licencia no acaba de cuajar porque hay muchos melones abiertos en la ciudad y quizás el suyo es un problema importante, pero no es urgente.
Sin embargo, a los kiosqueros, aunque nadie les ha molestado por el fin de sus licencias, les preocupa que el contrato dice que al finalizar los 15 años de concesión, el kiosco retorna a la Ciudad y muchos de ellos se han dejado unos 30.000-40.000 euros en montar su carrillo en condiciones. ¿Qué va a pasar ahora con su inversión?
Hay nervios porque ellos solo tienen permitido vender golosinas, bebidas y tabaco con licencia, pero en la práctica hay quienes también ofrecen recargas de móviles y periódicos locales. Por eso les gustaría que la nueva licencia que salga les autorice, entre otras, a poner a la venta en sus establecimientos accesorios de telefonía como los cargadores de teléfonos o los auriculares, pero también souvenirs para los turistas.
Hay gente que lleva casi 20 años regentando un kiosco en Melilla y estar sin licencia les quita el sueño. Aquí no hay margen para reinventarse.
De momento, kiosqueros y Administración se han reunido tres veces. La última, el mes pasado, pero las gestiones van despacio y no es que tengan prisas, es que necesitan que cuanto antes se produzca el cambio de reglamento que les permita ampliar el abanico de productos que ofrecen en sus carrillos para compensar la crisis del papel y las pérdidas que arrastran desde que empezó la pandemia.
Y no sólo eso. También les gustaría que les permitieran poner publicidad en los laterales de sus kioscos, algo habitual en la península, donde los más céntricos se sacan un plus promocionando las actividades de los ayuntamientos; las películas de estreno en el cine, nuevos perfumes e incluso, conciertos.
Los kiosqueros ya han recibido ofertas de empresas establecidas en Melilla, pero no pueden aceptarlas porque la normativa vigente en la ciudad impide el uso de sus kioscos como soporte publicitario. Ellos están convencidos de que esto será bueno para el sector porque a las grandes compañías que se establecen aquí les interesa, por ejemplo, promocionar horarios y fechas de apertura extraordinaria y promociones, entre otras.
Esta es la primera vez que los kiosqueros de Melilla se quedan en un limbo legal que, vuelvo y repito, no está torpedeando su existencia, pero sí le quita el sueño a quienes quieren ajustarse a la ley y cumplir con la normativa vigente. No quieren complicaciones y llevan dos años esperando por una tramitación que no se concreta.
Muchos kiosqueros, en el fondo, temen que la Ciudad vuelva a sacar sus carrillos a subasta y terminen tirando a la basura la inversión de toda una vida. Si eso llegara a pasar, les parece injusto que la Administración se quede con los 30.000-40.000 euros que muchos han invertido en el negocio familiar.
Ellos solo quieren seguir trabajando, pero a ser posible, legalmente.
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