Marruecos celebró este año a lo grande el Día Internacional del Migrante con la inauguración del Observatorio Africano de Migraciones, que tendrá su sede en Hay Ryad, uno de los barrios más caros de Rabat. Una industria que se respete (la de la inmigración lo es) debe tener unas oficinas a la altura de sus ingresos o, como mínimo, a la altura de las expectativas.
Los medios españoles que se hicieron eco del nuevo observatorio marroquí de la inmigración no nos contaron en detalle la amenaza velada que el ministro de Exteriores marroquí, Naser Burita, lanzó a las narices de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. “Es un error si se cree que Marruecos debe ser el gendarme que evite la inmigración irregular”, dijo en un alarde de sinceridad el canciller alauí, durante la presentación del nuevo órgano que supuestamente se dedicará a recabar, analizar e intercambiar datos sobre olas migratorias africanas. Y no se quedó ahí.
También comentó que la responsabilidad (de la llegada masiva de migrantes a Canarias, por ejemplo) debe ser compartida entre los países de salida y de llegada. Y en este punto enlazó una frase hecha que nunca falla. Habló de la necesidad de “coordinación mutua y lucha contra las mafias que trafican con personas”.
Su discurso, evidentemente, no se sostiene. No se puede hablar de responsabilidad compartida entre los países de salida y llegada, cuando más de la mitad de los 20.000 migrantes que han llegado este año en patera a Canarias son marroquíes. Jóvenes a los que la monarquía de Mohamed VI no deja otra salida que tirarse al mar. ¿Se lanzan solos o los empuja la crisis económica y social que vive su país? Aquí, no hay responsabilidad que compartir. Lo que único que compartimos es la ejecución del tratado de repatriación de marroquíes. Y ha costado empezar a llenar vuelos para reenviar de vuelta a Rabat.
Marruecos está haciendo la vista gorda con las pateras porque necesita dar salida a las insatisfacciones de una juventud que no consigue alcanzar sus sueños en el país donde nació. Dicen los expertos que el síndrome poscolonial les lleva a añorar una vida en la metrópoli. Yo que he emigrado lo niego categóricamente. No emigramos porque queremos vivir como un español. Emigramos porque queremos vivir, así, a secas. Emigramos porque aspiramos a una vida sencilla sin lujos, pero sin escaseces. Lo hacemos porque sabemos que nuestro sacrificio garantiza un plato de comida a los que dejamos detrás. De un país, se van los mejores. Los más fuertes, los más capaces.
Cada uno cuenta la feria según le va. Mal van las cosas en una nación que quiere liderar todo un continente cuando su gente no encuentra manera de subir al ascensor social en la tierra donde ha nacido y necesita emigrar a España, un país con el que no comparte lengua ni cultura. Vienen dispuestos a aplatanarse, incluso a arrodillarse para ganar unos euros que hagan la vida más fácil a su familia y a una, dos y hasta tres generaciones hacia atrás y hacia delante.
Marruecos tiene un problema social grave en estos momentos y está utilizando la vía española para matar dos pájaros de un tiro. Por una parte, si hace la vista gorda con las pateras evita un estallido social en su territorio. Sabe que tiene una juventud numerosísima, harta de consumir cultura occidental y condenada a vivir en la miseria perenne. Rabat está esquivando su primavera árabe.
¿Y cómo lo hace? Machacando a España. No nos perdona que le neguemos el reconocimiento del Sáhara Occidental como territorio marroquí, que Donald Trump le regaló como despedida de un Gobierno con una política internacional caótica.
El Gobierno marroquí se cree que con Biden todo será igual. Eso está por ver. El demócrata tiene una agenda internacional cargadita. Tiene que rehacer todas las relaciones que Trump hizo saltar por los aires. Pero, sobre todo, tiene que poner a raya el coronavirus en un país en el que desde el inicio de la pandemia se han detectado 17,2 millones de contagios y 316.000 muertes. Se dice rápido, pero en estados como Nueva York, las defunciones ascienden a 36.312 y en Florida, 20.484. Pasa lo mismo en Texas o en Nueva Jersey. Allí la COVID ha hecho estragos.
¿Tendrá tiempo Biden para atender los caprichos de Marruecos? En un primer año de legislatura. seguramente no. El coronavirus y la recuperación económica no le dejarán respiro. Doy por hecho que el tema del Sáhara no tendrá hueco en la agenda nacional hasta muy entrado el segundo año de la legislatura, si es que lo tiene en algún momento.
Marruecos necesita ganar nuevas adhesiones a su nacionalización del Sáhara Occidental, saltándose los acuerdos de la ONU, una organización que no sirve para nada. Ni siquiera para simular que sirve de algo. Cómo si no, se explica que un país como Cuba, que viola sistemáticamente derechos humanos fundamentales, hostigando y encerrando a personas, sólo por pensar diferente, tenga un sillón en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Han designado a un zorro a cuidar ovejas.
Marruecos canceló la RAN y nos sale ahora con el mantra de la responsabilidad compartida. No cuela. Que cada palo, aguante su vela.
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