No sabe el lector cómo se le queda el cuerpo al viandante cuando cada día tiene que atravesar el Puente de los Alemanes para superar el cauce del río de Oro, medio dormido, y escucha el estruendo del ladrido de un pastorazo alemán de nombre Kon, unos 50 kilogramos de peso y mandíbula propia del Conde Drácula por diez, por lo menos. Ya se te olvida la morriña de la cama y pegas una carrera que ni Mariano Haro en sus mejores tiempos y es que el perro guardián del Lavadero del Puente de los Alemanes es capaz de asustar al diablo pinchapapas y hacerlo ángel.
Heredé el amor a los animales de la mano y del corazón de doña María Orlinda Montiel, a quien admiro y quiero. No ha podido con este firmante en materia de la Fiesta de los Toros, lo siento, uno es como es. Volviendo a Kon: Es un niño grande y demuestra que entre sus costillas hay un corazón tan grande como cándido. Asusta desde fuera, enamora desde sus dependencias. De su largo pelo y desde su conducta agradecida, en Kon hay un niño que quiere jugar con los suyos. Es un perro admirable. "No te asustes, no muerde", dice Hamed y, efectivamente no muerde pero, cuando se siente feliz, te pega una paliza de las buenas y te ducha a lamidos, y ríe; no es la primera vez que lo redacto: Los perros también ríen.
El mensaje de la señora Montiel tiene un fundamento inquebrantable: No hay más remedio que querer a los animales porque recibes el doble de lo que ofreces. Cuando se olvida uno de la acometividad de perro, del propio instinto animal, se ve, al fondo de la escena, un telón de cariño y agradecimiento sincero que sólo quiere afecto y juego, a cambio de su amistad. Una caricia, un masajillo por la espalda, un besote en la coronilla. Entonces, el perro agresivo y asustador, baja las orejas y te mira emocionado: 'Vaya, un humano que no chilla y que no me gruñe', deben pensar estos entrañables seres que, para colmo, están a nuestro servicio. Kon no está en el paro, a pesar de Zapatero, está en labores de custodia en una empresa melillense de lavado de vehículos.
Entiende uno muy poco la obsesión de determinados desaprensivos que deciden entrenar a sus perros para el ataque, para morder y hacer daño valiéndose de su tamaño y dentadura. Al margen de ser un delito como la copa de un pino que debería perseguirse y sancionarse más, es injusto porque cuando se entrena a un perro para atacar, cuando se le cortan las orejas para que venza el contrario en la batalla, cuando ocurren esas atrocidades, se está privando a esos enormes seres caninos de la capacidad de amar, se les prohíbe la felicidad y el verdadero conocimiento del buen ser humano.
Echo a caminar para escribir la crónica de todos los días, destino 'El Faro'. Había otro argumento periodístico de fuste -quedará pendiente para la semana que viene-, pero abandono las inmediaciones de la calle del Músico Granados, junto al mercado del Buen Acuerdo, donde se ganan la vida mis amigos Juanito, Aomar y Mahanan pensando en ese gigantón, Kon, que me ha puesto hasta los sesos de la lamidos, reflexiones y sonrisas, vaya, que tengo el corazón lleno de las mejores vibraciones.
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