“Hasta la fecha, tengo una trayectoria limpia de premios”, bromeaba Karmelo C. Iribarren (1959, San Sebastián) con su habitual sarcasmo en ‘Diario de K’. Pero el poeta rompió el año pasado con esa ‘intachable’ carrera, alzándose con varios galardones, entre ellos el XL Premio Internacional de Poesía ‘Ciudad de Melilla’. Como un orfebre, trabaja minuciosamiente cada poema hasta dejarlo desnudo. Hasta quedarse él mismo desnudo. Reconoce que los bares, donde trabajó durante muchos años de su vida, son lugares mágicos en los que buscar la inspiración para escribir. En ellos ha cursado un máster en comportamiento humano que le ayuda para conmover en cada verso.
–¿Qué significa haber ganado el XL Premio Internacional de Poesía de Melilla ?
–Nunca había recibido ningún premio hasta el año pasado. Tampoco me había presentado nunca a ninguno. Pero han cambiado las cosas para mí. Siempre es una satisfacción. Este, además, es un premio muy importante. Ganarlo es un espaldarazo también de autoestima y de confirmación de lo que uno hace. Para eso sirven los premios; por si quedaba alguna duda, ratifican el trayecto de un autor. El primer premio que gané fue el de Los libreros recomiendan. Me dio mucha alegría porque es distinto, con connotaciones especiales.
–¿De qué habla el trabajo premiado en Melilla, ‘Un lugar difícil’?
–Toda mi poesía habla siempre de lo mismo, que es de mi vida pero un poco de la vida de todo el mundo. Es la biografía de un personaje poético que empezó hace treinta años con los primeros libros. A lo largo de toda mi poesía, el lector puede ser muy consciente del paso del tiempo. ‘Un lugar difícil’ alude un poco a esa edad que [risas] algunos llaman madurez y que yo creo que es una especie de páramo existencial. Tampoco es que haya que tomárselo a la tremenda pero uno ya empieza a ser consciente de que esto no es para siempre. Son poemas desde la aridez y la inquietud de la edad pero con una mirada irónica porque, si no, sería bastante insoportable el libro. Son poemas en claroscuro. Hay momentos de ironía y también de pesimismo. Un poco como es esta segunda edad.
–La ironía y el pesimismo están muy presentes en su obra. ¿O sería una lectura muy a la ligera?
–Vista así en panorámica, quizás mi poesía sí tiene una pátina de ironía y pesimismo, sobre todo la última. Son como dos fuerzas que interactúan para equilibrar porque no es bueno estar riéndose todo el día aunque tampoco puede uno estar sufriendo siempre.
–¿Es un tópico decir que se escribe mejor desde la tristeza?
–A la hora de escribir, a veces mi estado de ánimo tiene poco que ver con lo que luego refleja el poema. Creo, entre comillas, en la inspiración. Yo escribo cuando noto que uno está ‘en poeta’. Unas veces se está más y otras, menos. Y escribo en ese momento. Y puedo escribir poemas tristes o alegres sin que mi estado de ánimo tenga siempre que ver. No creo que sea necesario sufrir o estar triste para escribir poemas sobre la tristeza.
–¿Y cómo escribe cuando nota que está ‘en poeta’?
–Escribo a partir de situaciones un poco especiales. Cuando me viene una ocurrencia, una idea que me da vueltas en la cabeza. Por una frase que he escuchado o leído. O andando por la calle veo algo y lo empiezo a mirar de otra manera. Aunque sea algo cotidiano, le busco la vuelta. Y a partir de ahí, empiezo a trabajar mentalmente, por lo general, antes de ponerme frente al ordenador o un cuaderno. Igual voy andando y estoy escribiendo un poema. Cuando me pongo a escribirlo, tengo la idea general bastante conformada. Luego hay un trabajo sobre el papel de ajustes del oficio. Empiezo sobre una idea que me obsesiona y eso me sugiere ya un par de versos, a partir de los cuales voy tirando como de un hilo enredado. Luego hay un momento en el que ya sé cómo va a acabar. Pero esto ya son cosas de taller que son muy aburridas.
–Su poesía es desnuda, muy directa, sin muchas metáforas. ¿Cómo se consigue esa aparente ‘sencillez’, entre comillas?
–Es mi estilo. Al principio, quizás por ingenuidad de principiante, igual engolaba la voz pero yo tendía hacia la desnudez, hacia el verso limpio de adjetivos. Al principio me costaba porque hay palabras sonoras que quedan muy bonitas. Pero al dejar el poema casi en el esqueleto, a la intemperie, también uno corre un riesgo. Si no aciertas, la cosa se derrumba. Es muy evidente el fracaso. Pero es la poesía a la que yo aspiraba. Y ahora es la que me gusta y la única que sé hacer. Pero no creo que tenga más mérito esta que una poesía más retórica.
–Al ser más directa, quizás se llega mejor al lector.
–Este tipo de poesía gusta a gente que no suele leer poesía habitualmente. Muchas veces se identifica la poesía con cosas negativas. No hablo ya de la cursilería, sino con la complejidad o con que no tiene nada que ver con la vida de la gente. Desde ese punto de vista, la poesía directa tiene más posibilidades de gustar a más gente. Pero también está más expuesta para que otro tipo de gente [risas] más partidaria de otras poéticas, la denosten.
–¿Qué le diría a la gente que asegura que no lee poesía porque no la entiende?
–Yo entiendo a esa gente porque a mí me pasa lo mismo... Hay cantidad de poesía que no la entiendo y no la leo. Me pasaba hace cuarenta años y me sigue pasando. Entonces me causaba un pequeño complejo de ignorante porque creía que era deficiencia mía. Pero han pasado ya varias décadas y ya no me siento acomplejado. No la leo y punto [risas]. Yo le diría a la gente que leyese lo que le llegase, lo que le transmitiese algo. Desde hace unos años, se está escribiendo en España una poesía muy emocionante, que tiene mucho que ver con la vida de las personas. Pero siempre ha habido este tipo de poesía. Antonio Machado tiene poemas maravillosos que puede entender todo el mundo. Y Juan Ramón Jiménez, Ángel González... Siempre ha habido poetas que han escrito para todo el mundo o que admiten dos lecturas. Una para toda la gente y otra para profundizar más.
–¿Cuáles han sido sus autores de referencia?
–Fui un lector empedernido, anárquico. Leí prácticamente toda la poesía española. Machado, Juan Ramóno Jiménez, Ángel González, Jaime Gil de Biedma... También Bécquer. Pero los poetas que más me han influido son los del cincuenta. Y también posteriores, de los setenta y ochenta, pero poetas de línea clara. Leía a Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena... Me transmitían lo que yo buscaba en la poesía: una emoción. Pero la lista sería muy larga.
–¿Cómo ha sido su travesía por el mundo de la poesía?
–El primer poema lo escribí en 1977. Como no fui a la universidad, no pertenecía a ningún grupo poéetico y he hecho un camino un poco solitario, hasta que empecé a publicar con regularidad. Hubo momentos duros al no saber si todo aquello tenía sentido. No tienes a nadie a quien enseñarle lo que haces y no sabes si tiene algún interés. Pero he sido muy disciplinado. Para otras cosas no lo soy... Pero decidí que quería escribir poesía y no me dejé abatir. Seguí adelante.
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