Cuando se mezclan en las tinieblas la competición y quienes deben de regirla, pierden credibilidad ambas y socaban, lo más importante, la confianza de todos. Un caso, largo en el tiempo y difuso por su trayectoria, mantiene el gran espectáculo por antonomasia que atrapa tantas emociones, el fútbol, en vilo. Ya se sabe que, cuando no se cree en la normal cadencia que el mérito o el demérito reparten, se buscan atajos.
Este hecho por aclarar, si es que hay voluntad de ello, viene a aumentar ese ruido que la sospecha fundada hace retumbar, como si fuese algo endémico nacional o local, a los tímpanos de la honradez, siempre, esta, más silenciosa y discreta.
La Justicia dirá, aunque no está para mucha diligencia. Más de 150.000 procedimientos han sido suspendidos desde del inicio de la huelga de los letrados de su Administración, de los secretarios y secretarias judiciales en su anterior denominación. Al ser depositarios de la fe pública de las actuaciones, cuesta trabajo pensar qué ocurrirá cuando depongan el paro una vez alcanzado o satisfecho el acuerdo.
Y es arduo determinar cómo se recuperará una tibia normalidad perdida cuando a lo largo de décadas no parece se le haya dotado, a la Justicia, de los medios necesarios ni de la necesaria independencia para dirimir los litigios y quebrantos que a toda sociedad acechan. Al menos, no como se debería. Si ha habido, y hay, la pertinaz insistencia de influir en su ámbito para arrimar las ascuas al calor de los intereses, sean de unos o sean de otros. Desde tiempo inmemorial, en no pocas circunstancias, se ha visto a quienes deben repartir equidad por el flanco donde escoran y así, tantas estrategias se han fundamentado.
Baste recordar el ruido político sempiterno a la hora de la pelea por la constitución de los órganos del gobierno de los jueces, cansina. Desde, prácticamente, siempre, el agasajo, bajo el amparo de conferencias, lecciones magistrales, seminarios o jornadas a gastos, honorarios y “atenciones”…etc plenas ha tenido, con frecuencia y constancia, la intención, presuntamente, de ir más allá de la noble excelencia académica o institucional. Buscar que quienes representan a la judicatura “tomen partido” será siempre una “inquietud” intermitente. Siempre habrá quien se “deje querer”.
Así, con la Justicia a ralentí y la Sanidad, la pública, a la que desde hace mucho tiempo, la nuestra, se le consideró una de las mejores del mundo, por momentos se ha convertido en una de las más convulsas de, al menos, el mundo occidental y en buena parte por motivos políticos; así y a cien días y cien noches vista de la primera gran cita con las urnas en este año electoral, el sosiego dista mucho de encontrar algo de espacio.
Por ello y por más, el conjunto de electores que serán convocados para elegir, observan con expectación los movimientos partidarios y escuchan o leen con atención, en sus primeros compases, la música de las promesas electorales, también las ocurrencias, tan frecuentes en los preludios a las citas con las urnas.
Habrá quienes, no pocos, no observarán, escucharán o leerán, aplaudirán o rechazaran si es su partido o el contrario quien se expone, incondicionales en todas las formaciones hay.
Pero lo que nadie puede aventurar es quien gobernará en ayuntamientos o comunidades, ni en el plano nacional cuando toque. Los pactos pueden ser todos y, todos, podrían pactar prácticamente con todos. Así, más que nunca, se preparan los grimorios, en cualquier estancia, los libros de fórmulas mágicas para conformar las propuestas con las que recolectar papeletas. Votos que, en cantidad no desdeñable, no tendrán la misma utilidad final que por los que fueron peticionados.
El encantamiento en la búsqueda de poder es tan antiguo como la condición humana. Ahora la diferencia en política y por los tiempos que se viven, se preparan en una primera entrega para la cuestación y en una segunda, para la necesidad de pactar. El grimorio y sus galeradas ante la edición del gobierno final.
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