Ahora que tanto se habla de emprendimiento, Juan Ramírez Sogorb podía servir como ejemplo claro de lo que es llevar el negocio en la sangre y trabajar duramente para alcanzar sus objetivos. Y se ha ido para siempre a la edad de 97 años, rodeado por toda una familia que supo seguir su estela y cuya marca es sinónimo de calidad.
Llegó Juan de niño a Melilla desde su Vera (Almería) natal. Los padres eran maestros y fundaron el colegio “San Agustín” allá por las primeras décadas del siglo pasado. Querían que su hijo estudiase pero Juan llevaba el gusanillo del comercio dentro y quiso seguir su sueño.
Se le presentó la ocasión cuando un mallorquín vendió su destilería artesanal del barrio Industrial y Juan, ni corto ni perezoso, la compró junto con las recetas para hacer los mejores licores. Poco después consiguió un buen vermut que le abrió las puertas a la prosperidad con la incorporación a su negocio de marcas comerciales de primer orden en aquellos momentos, como los embutidos de Mallorca.
Juan, junto a su mujer Dolores, ya no dejó de crecer como empresario. Hombre inteligente y con gran olfato comercial, pronto se percató de que los destilados no podían ser su única fuente de ingresos en una Melilla que iba cambiando inexorablemente. Así nació la marca Sogorb, sinónimo de calidad y el primero de los supermercado que se abriría en Melilla allá por los cincuenta. La ciudad tenía muchas tiendecitas de barrio pero no existía un centro moderno que concentrara toda la oferta que los melillenses requerían.
Lo demás es historia viva de Melilla con un establecimiento único en su género por la calidad de sus productos, el lugar preferido por miles de melillenses para las compras navideñas o hacer las cestas para momentos especiales de la vida.
Juan era un hombre entrañable. Todo el mundo coincide en la bondad que adornaba su carácter, en su compromiso con Melilla que incluso le llevó a ser concejal del Ayuntamiento en los ochenta de la mano del PP en la oposición al que fuera entonces alcalde, el socialista Gonzalo Hernández.
Quienes le conocían bien afirman que era un trabajador incansable. Todavía con 91 años acudía diariamente a su despacho del super porque era su manera de mantener ágil la cabeza, un objetivo que consiguió, como demuestra claramente la entrevista que concedió a El Faro en 2016.
Se nos ha ido un gran melillense, un buen empresario hecho a sí mismo que creó un establecimiento histórico en la ciudad, de los más solventes y adelantados a su tiempo gracias a una mente moderna y preclara que lamentablemente ya se ha apagado para siempre.
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