“Soy de Melilla, nacido en Melilla y criado en Melilla hasta los 18 años. Mi alma la dejé allí”. Quien así habla es Juan Jesús Aranda, quien vino al mundo el 15 de octubre de 1944 en el conocido como callejón del aceitero.
Su infancia transcurrió entre el barrio del Carmen y Ataque Seco, en las calles Murcia, Castellón, Duque de la Torre, Castelar, Padre Lerchundi, Explorador Badía o Barceló. En todas esas calles y en lo que llaman la cañada del agua, que era antiguamente la calle Castelar. Era la época del cañonazo de las 12. En todas esas calles había habido regimientos.
A la calle Murcia la llamaban la cuesta de la morena, no porque ahí viviera una señora morena. Ella era rubia, pero el marido era sevillano y decía “olé ahí mi morena”. Según Juan, era muy guapa, de la edad de su madre aproximadamente.
Iba al colegio de Ataque Seco, el actual CEIP España. Se pasaba el día jugando a la pelota, al trompo, a las chapas o al fútbol en el frontón del Parque Lobera, del que dice que “es abominable lo que han hecho con él”. También solía meterse con sus amigos por las minas o bañarse en la Boca del León, debajo del faro.
También solía acudir al cementerio con su madre. Ella se sentaba en la tumba de su padre –el abuelo de Juan- y rezaba el rosario por las tardes. Juan, por indicación de su padre, cogía un bloc y un lápiz y apuntaba los nombres de los fallecidos allí., “los nombres de los héroes, porque es el único cementerio de los héroes de España”. Él reivindica que el cementerio de Melilla, que también “da pena” ver, “debería llamarse Cementerio Nacional de Héroes de España, porque es donde más héroes hay en todo el país”.
Perteneció a la banda de música del Frente de Juventudes, que ensayaba en el Mantelete, en la calle Medina Sidonia, que ahora se llama Francico de Miranda. Don Julio Moreno, quien era el director de la agrupación musical del Regimiento de Infantería de Melilla número 52 –lo que ahora son los Regulares-, daba clase “a todos los niños de todas las capas sociales” de manera gratuita. Ahí Juan tocaba el trombón, el bajo y la tuba.
Cuando le tocó pasar al instituto, su padre, que era chófer del Ayuntamiento, no pudo costeárselo y Juan tuvo que ir a la academia Saavedra, en la plaza Bandera de Marruecos, donde también jugaba al fútbol. La academia daba a la calle General Mola, a la cruz de los caídos. Juan la describe como “un chalecito de dos plantas” que a su padre le costaba todos los meses “un dinerito”. De allí recuerda a don Felipe, un hombre “con una gran alopecia” y que vivía en la calle Margallo, arriba de la relojería alemana.
Anécdotas dice que tiene para no parar, unas más “chungas” que otras. Mientras se pone a pronunciar palabras de su época como ‘chicula’ o ‘chicui’, a estas páginas lanza dos. La primera, que tiene que ver con la banda de música del Frente de Juventudes, fue “dolorosa” para él. Resulta que cada día los niños que la componían iban enfrente de la Comandancia General de Melilla, donde, a la bajada de la bandera, tocaban el toque de oración. En los años 50, cuando se tocaba el toque de oración, la Marcha Real o el himno nacional, la gente se paraba y algunos saludaban con el brazo al estilo nazi. Su primo Juan, un vecino de la calle Castellón llamado Luis Jiménez, él y Francisco Roldán -quien llegó a ser oficial de la Marina en la banda de música de Cádiz- estaban “jugueteando”. Entonces llegó “un fascistón asqueroso” y le pegó un guantazo. Juan contaba nueve años y el hombre, alrededor de 50. El golpe lo tiró al suelo y lo dejó “grogui”. Cuando se despertó, estaba abrazado a una señora mayor, quien lo llevó después a la farmacia.
La segunda anécdota, “más graciosa”, sucedió estando él y sus amigos en el faro del Puerto. Uno de ellos, el Muni, de unos 15 años, pelirrojo y también conocido como ‘El panocha, se tiró un día de cabeza y salió a flote diciendo “el cangrejo, el cangrejo”. Juan y el resto pensaban que le había picado un cangrejo, pero no era eso: resulta que la dentadura postiza se le había caído en una de las rocas adonde ellos no podían bajar. Al final, tuvo que sumergirse un hombre de unos veintitantos años y la recuperó.
Alrededor de 1963-1964 Juan aprobó las oposiciones para cartero en Correos y lo destinaron a Barcelona, donde permaneció cuatro o cinco años, cuando pidió traslado a Málaga. Desde finales de esa década reside en la capital de la Costa del Sol. Son, por tanto, casi 60 años allí, pese a lo cual él insiste en que nunca ha perdido el contacto con Melilla.
Viene con frecuencia por la ciudad autónoma. Este año, sin ir más lejos, ha estado tres o cuatro veces. Siempre que está en Melilla acude al cementerio, donde están enterrados sus padres y su hermana Marisol. Su alma, reitera, la dejó aquí.
Ve muy cambiada la ciudad, algo que le parece “lógico”, sobre todo porque calles como Teruel o Castellón –que parecían “anchitas” a niños de 10, 12 ó 14 años- ahora las ven más pequeñas, “porque son pequeñas y siempre lo han sido, pero cuando somos niños las vemos más amplias”. En ocasiones, incluso, llega a preguntarse si era allí efectivamente donde él jugaba. Otra cosa que percibe muy diferente tiene que ver con el ámbito cultural y religioso, porque en los años 30, 40 ó 50 no había, cuenta, tantos musulmanes como ahora y ahora ve a muchas señoras con ‘hiyab’.
Aunque le gustan todas las etapas, “egoístamente” Juan se queda con su época. Un tiempo en el que cortaban la circulación en la Avenida a partir de las cinco de la tarde y los adolescentes podían pasear tranquilamente. Unos momentos en los que, a las tres o cuatro de la tarde, era el turno infantil en los cines Nacional y Monumental, además, en sesión doble. Al terminar, podían ir a tomar un helado, por ejemplo, a Alaska, en la zona del Parque Hernández. O, ya de mayor, al Oasis, en la calle López Moreno, o al Caracol, al principio de la calle García Cabrelles, al lado de la droguería Vicente Martínez. Allí, recuerda, se tomaban su cerveza y el camarero era “un cachondo” que les preguntaba “qué van a comer los señores de cuernos” y les servía una tacita con caracoles.
Son todos recuerdos imborrables para Juan, quien incluso llegó a escribir un poema a la Avenida.
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