Si se puede llegar a 90 años presumiendo de toda una vida dedicada a la preservación y garantía de la seguridad de los ciudadanos, tras una intachable trabajador de la Guardia Civil, hay que llamarse, por lo menos en Melilla José Juan de Soto, uno de los protagonistas más que justificados de la última edición del Pilar. Recibió de manos de su teniente coronel jefe una placa de reconocimiento y, sobre todo, recibió el cariño de sus compañeros y el apoyo incondicional de su familia.
Juan Soto, como le conocen sus amigos, llegó a conocer el antiguo cuartel del Instituto Armado, el del Mantelete y llegó a comprar en su economato. Ha experimentado todo tipo de avatares y ha pasado por diferentes destinos, siempre con alta nota. La Guardia Civil, pues, tiene pocos secretos para Soto quien, jubilado, podría dar clases magistrales de la Benemérita en Melilla tanto por su excelencia como por su larga experiencia pero, como es sencillo, se dedica a echar unos buenos ratos en la Hermandad de Veteranos de la Guardia Civil, allá en los locales del Cargadero del Mineral, para mantener vivo su espíritu de compañerismo y orden.
Nuestro personaje ha conocido a un Instituto Armado distinto. Hoy los guardias disponen de nuevos medios y trabajan en diferentes prestaciones. Antes había más silencio corporativo, hoy los agentes tienen sus canales de expresión pero siempre han sido distintos a la Policía. En Melilla se encargan de la ‘zona rural’ y de competencias específicas. A los buenos trabajadores de la seguridad de los ciudadanos siempre les ha dado igual porque, como en el caso de Juan Soto, se han dedicado a servir a España y a Melilla con sus cinco sentidos y eso no se acaba nunca por muy retirado que se esté.
Como los curas, los militares, los médicos o, incluso, los periodistas, el guardia civil como Soto es guardia hasta siempre. Él es el más veterano pero no por ello se anquilosa en recuerdos y vivencias, malas o buenas; más bien mantiene viva su vocación muy cerca de los suyos compartiendo momentos que integran la agenda de sus días y que le revitalizan como a cualquier persona que se siente honrado con su trabajo y sabedor del deber cumplido, que no es poco.
Camino del siglo, el guardia y los suyos, pueden presumir de haber materializado aquello de que ‘el honor es nuestra mayor divisa’ y así lo reconoce el Instituto Armado a personas como José Juan de Soto, el guardia impecable, el mejor amigo de sus compañeros.
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