Es un día cualquiera y José González (Melilla, 1959) va tranquilo en su bicicleta eléctrica por el Paseo Marítimo Rafael Ginel. “La monotonía de todos los días”, afirma, aunque luego puntualiza que no la coge siempre. En este caso, estaba “aburrido” en casa, por lo que nada mejor que acercarse al Dique y “saborear lo que es el terreno de Melilla”.
Contra lo que pueda parecer, José dice que hay bastante gente y en ocasiones, aunque haga frío, se cruza con 15 ó 20. Hoy ya van cuatro o cinco.
Él era albañil para el Ministerio de Defensa, pero se lo prejubilaron hace cuatro años porque le dio una “arritmia, arritmia, arritmia" (repite dos veces la palabra). Ahora va con marcapasos y por eso prefiere la bicicleta eléctrica, con la que no tiene que realizar un esfuerzo tan grande, sobre todo en las cuestas.
“Soy conocido por las personas que me conocen. Melilla es chiquitita y nos conocemos todos”, explica, y, además de desvelar que estuvo en Almería y en Málaga -donde le pusieron el marcapasos-, cuenta su historia con la bibicleta. Resulta que se la regaló su hijo y ya se ha caído tres o cuatro veces, porque “son traicioneras”, sobre todo en las curvas cuando está el suelo un poco mojado.
¿Y qué pasa cuando se cae? “Pufff... toda la barriga llena de morados”, dice, además de clavarse el manillar entre el estómago y el esternón. Algo, asegura, que no le desea a nadie.
Además, según cuenta, no es el único que está teniendo este problema con las bicicletas eléctricas, sino que son varios quienes han tenido algún incidente semejante.
Preguntado si entonces la culpa es de la bicicleta eléctrica, José (o Pepe, como lo llaman en algunos sitios) responde que también es cuestión de “tener un poquito de picardía en las curvas cuando está el suelo mojado”, y pone de ejemplo la plaza Torres Quevedo, donde está la parada de la COA. Allí, lamenta, “el suelo está muy deslizante”.
Va rodando con calma por el Paseo Marítimo en dirección a la Plaza de España. De allí a casa y es posible que “la parienta” le pida que la lleve a algún sitio. Quizás al Real a comprar verdura. Si tiene suerte, no tendrá que moverse y se quedará en casa viendo la televisión. “Y ya está, porque ¿adónde vas a ir, sobre todo con este día?”
Tampoco se aburriría, porque subiría a la azotea con sus dos perros ante la previsión de que llueva, y así no tiene que sacarlos a la calle. Allí, dice, ellos hacen sus necesidades y él las recoge.
Con eso se entretiene un rato, y, luego, a ver más películas, o a jugar a la petanca si mejora el día. “Pero, hoy, ¿quién va a ir a la petanca?”, se pregunta entre extrañado y triste.
José confiesa que le encanta Melilla. No en balde, aquí tiene a todos sus “muertos enterrados”. Sin embargo, cuando puede se escapa a la zona de Carboneras, en Almería, donde su suegra dispone de una casita.
A veces se marcha una o dos semanas aprovechando que está jubilado. De hecho, asegura que le gustaría comprarse una casa allí, visto el “temita en Melilla y Ceuta”. “El temita”, repite, y añade que “de este Gobierno no te puedes fiar”. Se muestra especialmente triste por la admisión, por parte de Pedro Sánchez, de la autonomía del Sáhara dentro de Marruecos.
Quizás por su profesión de albañil, lo que más parece molestarle es que “allí había casas casi terminadas, prometieron que no (harían cambios) y en una semana se entregó”. “Casas recién terminadas, ¿sabes? Así que no te puedes fiar de este Gobierno. Bueno, de este ni de ninguno”, asume con lástima.
Y otra pena: que “tanto Melilla como Ceuta están muertas”. “Tanta guerra para nada. Todo es verdad y todo es mentira, y, encima, se cachondean de nosotros”, apunta sin preguntársele por ello.
Antes de la despedida, pregunta al periodista si es de la península. Ante la respuesta afirmativa, no quiere marcharse sin aprovechar la ocasión para mandar un cordial saludo “a los peninsulares y a España entera”.
“Aqui, un melillero”. Ya está. Pues eso.
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