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Jaras

Jarillas y jaras en el entorno de Melilla

Las jaras y jarillas se encuadran dentro de la gran familia de las Cistáceas; entre los géneros que componen esta familia, los más comunes en Melilla y sus alrededores son los géneros Cistus, Helianthemum, Halimium, Fumana y Tuberaria.

La presencia de las Cistáceas en una determinada zona es un buen bioindicativo: tanto la abundancia de especies como de ejemplares es directamente proporcional a la calidad ambiental de la zona que habitan. A más jaras y jarillas, mayor calidad ambiental y menor degradación.

Al género Cistus pertenecen las jaras propiamente dichas, de las que tenemos en Melilla y alrededores seis especies, a cada cual más bella y singular: Cistus clusii, la romerina; Cistus monspeliensis, el jaguarzo negro; Cistus albidus, la estepa; Cistus ladanifer, la jara pringosa; Cistus salvifolius, el jaguarzo morisco; y por último Cistus heterophyllus, la jara de Cartagena, una de las especies más valiosas que crecen en nuestro entorno, y que ha motivado más de una expedición científica de botánicos de universidades españolas a nuestra ciudad.

Jara de Cartagena, la jara del araar

Esta jara sólo crece en el entorno del araar (Tetraclinis articulata), el árbol emblemático de Melilla. En la península, tanto el araar como la jara de Cartagena viven en una pequeña área de la Región de Murcia, y componen un paisaje con aires africanos único en todo el estado español. Estas dos especies están estrictamente protegidas por leyes estatales y regionales que han logrado que aumente su área de distribución y el número de ejemplares notablemente, después de llegar a estar no hace muchos años en una situación crítica.

En la Guelaya es, sin embargo, una de las jaras más comunes y extendidas, siempre en comparación con las otras jaras, pues, como ya se ha explicado con anterioridad, las jaras sólo viven en entornos poco alterados y bien conservados, algo cada vez más difícil de encontrar.

Los únicos ejemplares que existen hoy en día dentro de los límites de la ciudad fueron plantados por nuestra asociación, Guelaya-Ecologistas en Acción y gozan en la actualidad de una excelente salud. Fuera de los límites de la ciudad, hay buenas poblaciones tanto en el cabo Tres Forcas como en el macizo del Gurugú.

Estepas, jaras negras y romerinas

La jara de Cartagena es abundante en el Gurugú hasta los 300-400 metros de altitud aproximadamente, donde desaparece súbitamente y es sustituida por la estepa o jara blanca (Cistus albidus), con su típico terciopelo que le cubre las hojas y que le da ese color blanco tan característico.

La estepa, gracias a ese manto aterciopelado, está mejor adaptada a la altitud y al frío que ésta conlleva; por eso, exceptuando algún ejemplar despistado en las colinas de Tres Forcas y acantilados de Aguadú, sólo la encontraremos en el macizo del Gurugú. Las lomas del macizo que miran hacia el noroeste están cubiertas en muchas ocasiones por una alfombra de estepas que puede verse a bastante distancia cuando abren sus flores de color púrpura.

La jara negra (Cistus monspeliensis) y la romerina (Cistus clusii) abundan en la penísula de Tres Forcas, aunque raramente aparecen juntas, pues la romerina es más frecuente en los arenales, mientras que la jara negra es más rupícola.

La jara del ládano

La jara más escasa de la Guelaya es sin duda la jara pringosa o jara del ládano (Cistus ladanifer), de la que quedan unos pocos ejemplares cerca de la cima del Basbel (Gurugú), y una pequeña población en el fondo de algunos barrancos de la vertiente oriental de la península de Tres Forcas.

La resina que hace brillar sus hojas se denomina ládano y en la antigüedad se extraía para múltiples usos por todo el Mediterráneo, incluido el Egipto de los faraones; es un producto ligado a las distintas culturas mediterráneas, como la cretense, desde hace milenios.

La jara del ládano, también llamada jarón por ser la jara con flores más grandes, suele estar asociada a los claros de los bosques de Quercus, como el alcornoque. Estos árboles formaban masas forestales en las umbrías de los valles del macizo del Gurugú en un pasado no muy lejano.

Aún hoy se pueden encontrar pequeños bosquetes de alcornoques con ejemplares magníficos en esos barrancos, en los que se refugian los últimos jarones, testigos del progresivo deterioro de los últimos rincones vírgenes de la Guelaya.

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