El mundo anda revuelto, y gran parte de sus habitantes miran con ojos expectantes la gravedad de lo acontecido a Japón, azotado por enormes terremotos y alcanzado por un tsunami devastador, al tiempo que observa, incrédulo, las revueltas sociales en algunos países árabes, concretamente, Libia. ¿Quién no ha mostrado su admiración por el comportamiento del pueblo japonés, tras sufrir un desastre de tan graves consecuencias como las que todos conocemos y lamentamos?
Distinto es el sentir manifestado en relación a la situación desencadenada en Libia, respecto a su mandatario Muamar Gadafi, tras la represión desencadenada sobre los opositores a su gobierno.
Se podrá preguntar si estos comportamientos tienen alguna relación con la educación recibida por cada uno de sus protagonistas. La única respuesta que puede darse es que sí, dado que la vida de las personas y su comportamiento individual y social, siempre está marcado por la educación que cada cual recibe, desde que nace hasta que completa su etapa de niñez, principalmente.
Los japoneses siempre han mostrado un elevado respeto por la familia y por la vejez, siempre han demostrado su responsabilidad, tanto individual como social, su laboriosidad y su amor por las cosas bien hechas, así como su capacidad para enfrentarse con determinación a las dificultades. Esto requiere haber recibido una formación que tiene, como objetivo, resaltar valores que hagan posible una respuesta como la que todos hemos podido comprobar en los abnegados japoneses. Desde foros externos a Japón, no sólo se mira con admiración a sus ciudadanos, sino también con cierta envidia.
La situación actual de Libia está en relación directa con su primer mandatario, el señor Gadafi.
La actuación de Gadafi tiene mucho que ver con su vida personal. En realidad, no puede entenderse su trayectoria pública sin analizar su procedencia personal y su formación. Su familia es beduina, y se dedicaba al pastoreo de camellos. Son nacionalistas, su abuelo muere en lucha contra Italia y su padre fue encarcelado en varias ocasiones. Gadafi, a los 21 años es abogado, pero se pasa a la carrera militar. Se convierte en conspirador y consigue derrocar al rey Idris y acaba tomando las riendas del país. Sus ideas son expansionistas, trata de aglutinar varios países árabes, desestabilizar a occidente, sin desechar actos de sabotaje o terroristas, habla de socialismo islámico y prohibe los partidos políticos, ejerce el poder de forma total, controlándolo todo.
Las revueltas en distintos países árabes han dejado al descubierto ciertos comportamientos contradictorios que dejan a algunos mandatarios occidentales retratados. Teniendo en cuenta que una parte importante de quines ahora lo denostan, hace poco departían con él en su jaima, a pesar de su probada implicación en actos muy graves de terrorismo y de la ausencia de democracia en su país, podemos deducir la incomodidad en la que deben encontrarse.
Por cierto, su apego a la jaima es el cordón umbilical que lo une a su nacimiento, ya que nace al raso, en una jaima de una tribu beduina de origen árabe-bereber.
Estas consideraciones, que reflejan la antítesis de dos comportamientos, deberían poner en valor la importancia que la educación tiene para la sociedad en su conjunto. La realidad hay que mirarla de frente; la forma de educar, bien o mal, siempre revierte sobre el individuo y la sociedad.
Malcriar y consentir a los niños, o ser permisivos y contemporizar con personas dictatoriales y de comportamientos discutibles, tienen consecuencias no deseables. La irresponsable hipocresía, que primero es benevolente con la impunidad y, cuando escapa de sus manos el control, dicta decretos prohibiendo y persiguiendo lo que antes alentó, tiene mucho que ver con la proliferación de personas que acaban siendo un problema para sus conciudadanos. ¿Hasta cuándo?
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