Sociedad melillense

Isabel Migallón, toda una vida cuadrando círculos

A Isabel Migallón (Melilla, 1966), su padre le decía que era republicana, porque nació el 14 de abril, es decir, el aniversario de la proclamación de la II República. “Una fecha con historia”, cuenta, y pareciera que estuviera predestinada a convertirse en lo que es hoy día: una historiadora de prestigio.

Como su padre era militar, Isabel vino al mundo en uno de los pabellones de Alfonso XIII, en la calle Poeta Garcilaso, detrás del bar Donosti, de modo que no nació en un hospital, sino “en casa”.

De muy pequeña, sus padres la llevaban a la guardería San Agustín Obispo, donde ahora está la farmacia enfrente del Álvarez Claro. De allí, como estuvo muy poco tiempo, sus recuerdos son “muy vagos”. Acaso que el recreo era en los aledaños del estadio.

Cuando su padre ascendió, se mudaron a unos pabellones al lado del colegio La Salle que siguen existiendo aunque casi todo el mundo piensa que son un anexo al centro escolar. Allí vivió hasta que se casó, en 1991. “Imagínate un sitio donde todos los niños, de ocho familias, de la misma edad, podíamos jugar hasta altas horas de la noche cuando, a lo mejor, otros niños tenían que estar en su casa a las diez o a las once”, relata, y apunta justo después que es una etapa de su vida que recuerda “con muchísimo cariño”.

Pero, antes, su primer colegio fue el San Juan Bosco, que estaba en Calvo Sotelo, donde cursó hasta 2º de EGB. De allí pasó al Buen Consejo, donde ya realizó el resto de sus estudios hasta completar el BUP. Al principio, fue “un cambio muy grande”, empezando por que tenía que vestir uniforme. Eso luego le “encantó”, porque así ya no tenía que decidir qué ropa ponerse cada día.

Isabel habla con auténtica devoción de ese lugar. Afirma estar “súper orgullosa” de pertenecer a la promoción 1982-83 y sus recuerdos no pueden ser mejores. Allí empezó a forjar sus primeras grandes amistades, que aún conserva hoy día. De hecho, asegura que aún mantienen “unos lazos fortísimos”. Actualmente, sigue manteniendo una estrecha vinculación con un colegio que significa mucho en su vida.

Tenía también esa faceta “alegre” en la que abría su corazón contando chistes, pero “siempre prudentes”. Isabel se considera a sí misma una persona “con buen sentido del humor” que ve “lo positivo de la vida, por muy mal que vengan dadas las cosas”.

Era la época en que comenzaban los “primeros tonteos” con los niños, que si yo le gusto a uno o que si el otro me gusta a mí, hasta que, con 16 años, conoció a quien hoy en día es su marido.

Y ya no se quiso marchar de Melilla. Como tenía claro que quería estudiar una carrera, se matriculó en Geografía e Historia en la UNED. Cuando ella entró, la Universidad se encontraba en la planta alta del Palacio de la Asamblea y ya el segundo año se trasladó a su ubicación actual, casualmente al lugar que había sido su colegio: el Buen Consejo. Para ella fue una especie de conmoción: iba a estudiar la carrera en el lugar donde había hecho la EGB y el BUP. De modo que prácticamente toda su formación académica ha sido en ese edificio. De allí salió licenciada en 1991, el mismo año que se casó, con lo que, de alguna forma, cerraba un círculo en la historia de su vida.

Una vida la suya en la que “indudablemente” su familia es lo más importante: su marido y sus hijas, “los motores que mueven todo”. Pero también es muy relevante para ella su carrera. La historia es su vocación y hay dos ‘culpables’ de ello. La primera –siempre se lo dice- es Marimel Pérez, quien enseñaba Historia en el colegio del Buen Consejo. Ella fue quien le “metió el gusanillo”. Luego estaba una religiosa, sor Dolores, profesora de Literatura y que contribuyó a su afición por escribir porque les mandaba muchas hacer muchas redacciones. Y, para Isabel, la escritura es “un bálsamo” en las circunstancias más duras. Confiesa que ellas dos son las responsables de que le apasione la historia y le encante escribir. Cabría añadir a una tercera persona, José Luis Fernández de la Torre, su profesor de Literatura en COU, alguien “maravilloso” y que terminó de darle “el empujón” a Isabel para que le guste tanto escribir.

Un recuerdo inmejorable

Cuando Isabel echa la vista atrás, su recuerdo no puede ser mejor: de su infancia, de su adolescencia, de sus amigas, de quien era su novio y desde hace años su marido. Y recalca que es muy de sus amigas después de más de cuatro décadas. Aunque algunas de ellas ya no estén en Melilla, se reúnen en cuanto tienen la oportunidad y entonces se convierten, según Isabel, en “las abuelas cebolleta”, porque es inevitable que salgan a relucir historias del pasado con las que tanto se divierten.

Entonces ¿con qué Melilla se queda Isabel Migallón? Pues parte y parte. De la actual, le gusta “lo bonita que está la ciudad”, pero, en lo referente al ambiente, prefiere la de antes. Una Melilla “más cercana” en la que se podía jugar hasta tarde en la calle, en la que los vecinos se sentaban a la puerta de las casas a charlar. Eso sí que lo echa de menos, porque ahora, como dice ella, no hablamos y vas a un restaurante y te ves a tres personas atentas al móvil y sin dialogar entre ellas.

En realidad, tampoco es una cosa exclusiva de Melilla. La convivencia de antes, cuando se estaba más pendiente de la otra persona y “el dolor de quien nos rodeaba no nos era ajeno”, ya existe en pocos lugares. “Ahora yo siento que no nos importa mientras que no me toque a nosotros, pero esto es una ruleta rusa y un día le puede tocar a uno y otro a otro. Tenemos que ser empáticos e intentar ayudar en todo lo que podamos, porque no sabes mañana lo que podrás necesitar”, aconseja Isabel.

Casualmente (o no) el destino la ha llevado de vuelta a su infancia, porque ahora vive a pocos metros de los pabellones militares de la calle Poeta Garcilaso. La cuadratura del círculo.

Una mezcla de su padre y de su madre

Antes de terminar la conversación, Isabel habla de sus padres. Él, Francisco, “un cordobés muy serio”, contribuyó en gran medida en inculcarle su amor por los libros y la lectura. Su madre, Pepita, melillense, era todo lo contrario: “una persona con un increíble don de gentes”. Él falleció en 1998 y ella, en 2016. Isabel cree que tiene una mezcla de ambos, y “así ninguno podía enfadarse”. Tampoco quiere dejar de mencionar a su hermano, muy distinto de ella en cuanto al carácter, pero con quien comparte la afición por los libros.

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