Pues no lo entendemos, palabra, porque la playa está fetén pero, salvo fines de semana, vacía.
Sabido es aquello de “terminada la Feria, se acaba la playa”. El veranillo del membrillo o de San Miguel merece mucha más atención por parte de los melillenses aunque sólo sea por el hecho de vivir en un sitio privilegiado por la madre natura. Aquí los veranos son más largos y precisamente el final del teórico verano propicia un disfrute mayor del litoral costero. Hay menos gente pero más atractivos, se puede tomar el sol sin tantas medidas de prevención porque su fuerza ha menguado un tanto y un paseo, en estos días, por la playa de Melilla viene a ser ‘bocato di cardinale’.
Pero es que la bajada de las temperaturas registrada en la ciudad no es comparable a las de otras zonas geográficas. Aquí seguimos teniendo mínimas de 23-24 grados centígrados y máximas a los 30. O sea, el clima adecuado para disfrutar del salitre y del flúor del mar. No hay que pelearse por las pocas sombrillas que quedan y los efectos en cuanto a salud, siguen siendo muy beneficiosos. No sólo es el enclave -apropiado, por cierto- sino la posibilidad de hacer algo de deporte que no viene nada mal para menguar los efectos del verano glotón y bebestible. Este puede ser un gran momento para recuperar la forma y el fondo perdidos en julio y agosto.
Hay playas que no se pueden disfrutar por imperativos de distinto signo: Horcas Coloradas o Ensenada de los Galápagos pero quedan más de dos kilómetros de arena a la libre disposición de quienes disfrutar de la playa de verdad, con una buena lectura, una relajada conversación, una merienda en condiciones e incluso una moraga semiotoñal, que son las mejores, sobre todo cuando mengua el ‘lorenzo’.
Y todo ello ocurre en el veranillo del membrillo que tanto parecemos despreciar los melillenses. Las gentes del norte –de España y de Europa- estarían encantados con este clima y con estas playas de arena fina situadas a menos de cinco minutos del centro de la ciudad. Nosotros las tenemos ahí pero pasamos olímpicamente. No ocurría hace años. Aún recordamos aquella playa de Miami, donde hoy se encuentran las dársenas del puerto marroquí de Beni Enzar. Por aquel entonces, la temporada de baños ponía punto y final a principios de noviembre y no después de la Feria.
No se trata de contar historias de abuelo aburrido, sino de evidenciar una realidad. La bondad de nuestro clima, la calidad de las playas, su limpieza –salvo casos más que conocidos- son una invitación a prorrogar el veraneo y hacer el día a día un poco menos sufrido. Porque, ésa es otra, la playa relaja y quien más quien menos echa de menos cierto grado de relajación. Apúntese al membrillo, hombre.
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