Opinión

La integración de género en las Fuerzas Armadas (II)

Salvadas algunas distinciones, la mujer había visto imposibilitada su incorporación a las Fuerzas Armadas Españolas hasta bien entrado el siglo XX. Si bien, con un régimen disciplinario colectivo para los dos sexos, las mujeres militares de hoy materializan semejantes cometidos, poseen las mismas exigencias y salarios que los militares varones.

Y es que, en escasos años, España había conseguido una reglamentación igualitaria en lo que atañe a la integración de la mujer, perfeccionando progresos de gran calado, como la política que recoge la conciliación de la vida familiar y laboral de los miembros de las Fuerzas Armadas. Auspiciando una completa normativa congruente con el bienestar de todos.

El procedimiento de alistamiento se armoniza con la evolución experimentada por la sociedad en cuanto a la verificación de derechos, deberes y libertades de hombres y mujeres, así como los factores ocasionados por la escasez de aspirantes tras el punto y final del Servicio Militar Obligatorio, y la consecuente profesionalización del Ejército en las postrimerías del período precedentemente señalado.

Ante el empobrecimiento evidente de candidatos, no podía prescindirse de la mitad de integrantes posibles, dejando en la estacada a la mujer. Medidas sucesivas, como el descenso en los requerimientos propios de acceso y la combinación de otros grupos sociales como los extranjeros, formaban parte de esta hechura que tenía por objeto atenuar las dificultades derivadas del reclutamiento.

Desde entonces, varias innovaciones sociales y militares han determinado la buena sintonía en el acomodo y reajuste de las Fuerzas Armadas a otras realidades, con una cultura democrática, donde la igualdad de oportunidades y el respeto a la diversidad, son valores constitucionales referenciales. Ya, a finales de la década de los ochenta, el Ejército se acondicionó con mayor o menor inconveniente, a otra concepción de la profesión y a su protagonismo entre la ciudadanía.

Con lo cual, la interacción ejército-sociedad civil iría acrecentándose.

La adaptabilidad a las variaciones imperantes pasaban irremediablemente por el desarrollo de políticas de personal y criterios jurídicos y sociales, conformes con los nuevos tiempos y circunstancias que subyacen.

Es sabido que el Ejército se ha distinguido a lo largo de la historia por ser un sistema tradicional y de configuración rígida. Toda vez, que tanto la profesionalización como la incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas, han representado un cambio de paradigma en la silueta sociodemográfica de los militares.

A pesar de experimentar una profunda metamorfosis, la Institución Castrense atraviesa valores diferentes que van desde la conservación de roles enraizados de género, a valores emergentes de igualdad entre los sexos.

Con estos antecedente preliminares, durante épocas impertérritas, los Ejércitos se han forjado típicamente con la impronta masculina, conservando a la mujer al margen de los conflictos bélicos como sujeto hacendoso. La militar, es una carrera históricamente satisfecha de estereotipos, defendida por argumentos que infunden en el imaginario el retrato del ‘hombre-guerrero’ de cara a la figura de la ‘mujer-madre’.

Alocuciones de índole biológica y fisiológica preservadas en la menor capacidad física de las mujeres unidas a la fuerza y presteza de los hombres, imposibilitaba y, a su vez, reprimía, la contribución activa de la mujer en el campo de batalla.

“Desde este momento las mujeres militares cumplían eficientemente una labor identificada en tiempos inmemoriales, como crisol único y exclusivo de los valores masculinos”

Luego, el militarismo coligado a la naturaleza masculina, como hombre corpulento, potente y preparado, en contraste con la mujer frágil y desprovista, hacía de la guerra una cuestión sólo de hombres; mientras, las mujeres colaboraban como no batalladoras, admitiendo faenas de cuidados, nutrición, mediación y regulación del combate.

La feminización ideológica de acciones y menesteres expresos, perpetúan el papel arraigado de la atención personal. No obstante, el misticismo de las profesiones se corresponde con el rol de la objetividad, la impersonalidad y la competencia asociada a la mística de lo masculino.

Los extremos biológicos se han esgrimido para personificar como normales, las relaciones asimétricas y de divergencia social entre los géneros. Todo ello, en un entorno en que los métodos de socialización de culturas patriarcales, atribuyen el caldo de cultivo para multiplicar roles de género y valores tradicionales. O lo que es igual: masculinidad absorbente, enérgica y solícita, y feminidad confiada y pacífica.

En un sistema alegórico de sexo-género que engrana la diferenciación con magnitudes culturales, a partir de valores y jerarquías sociales, el punto referencial se uniforma con el espacio público de la cultura masculina, cuyos valores militares se apartan de los del plano privado, ajustados a un medio feminizado e inferior en la segmentación social del trabajo en función del sexo.

Actualmente, la entrada de la mujer en el recinto público es comparativamente cercano, así como lo es su afiliación a las Fuerzas Armadas. Obviamente, este avance se enmarca en los cambios originados con las afinidades de género de nuestra sociedad. Asimismo, el alcance de la actitud física para desenvolverse en la guerra, queda empequeñecido con la mejora de la tecnología militar: la mecanización junto al manejo avanzado en los conocimientos estratégicos, hacen que la fuerza bruta sea menos transcendente en los quehaceres militares.

De manera, que la condición física de la mujer sometida a la fuerza, velocidad, resistencia, flexibilidad y coordinación, dejan de ser relevantes como consecuencia de los adelantos tecnológicos. A este respecto, la segunda mitad del siglo XX es importante por el envite experimentado en el proceso de incorporación e integración de la mujer en las filas de los distintos Ejércitos.

Con cadencias e intensidades variables, dicho alistamiento se cuaja en la amplia mayoría de las Fuerzas Armadas, conjeturando un hito social y político de envergadura. A la par, que se origina este acontecimiento nunca antes visto, se entreven los primeros indicios con la aparición de la mujer en el mercado laboral.

Me explico: en el lapso de los sesenta se desencadenan las auras de una fase modernizadora para España, en un contexto acentuado por diversos vaivenes políticos de trascendencia, divisándose un panorama abierto a los valores democráticos y en consonancia a la posterior declaración constitucional de igualdad de oportunidades.

Anterior a tal declaración, es novedoso que se haga reseña formal a los derechos políticos profesionales de la mujer, en una Ley promulgada que deja atónitos a un gran número de inconformistas. Pero, por encima de todo, se adentran idénticos derechos que los varones, para la práctica de toda clase de actividades políticas y profesionales, a excepción de las alusivas al Ejército, o a las llamadas tareas ‘penosas’, ‘peligrosas’ o ‘insalubres’.

Conjuntamente, la Ley antes puntualizada, perseveraba en uso la aprobación del cónyuge para que la mujer desempeñara sus derechos. Este enfoque no se enmendó hasta bien irrumpida la década siguiente.

El modernismo incipiente en el escenario social de la mujer, se irradia igualmente con el desplome de la tasa bruta de natalidad y nupcialidad. Simultáneamente, se generan saltos ambiciosos en el andamiaje del Sistema Educativo y en la disposición ocupacional femenina.

Paralelamente, se extiende el movimiento feminista que salvaguardando la pluralidad de posiciones, pretende desarticular el armazón patriarcal que tanta reciedumbre tuvo en las décadas previas.

Hasta aquí, los últimos años de los setenta recaen en la primicia de impulsos graduales en la coyuntura de las mujeres, con el establecimiento de la democracia popular y el acogimiento de la Constitución de 1978. En este momento clave, con la Carta Magna y su Artículo 14 se introduce la igualdad de los españoles ante la Ley, normalizándose la eliminación de cualquier discriminación.

Entretanto, no son pocas las reformas parlamentarias que resultan, dando pie a la supresión de numerosas prescripciones improcedentes. El vuelco en el estado jurídico de las mujeres propicia la superación de ambientes acostumbrados de asperezas, alterando el rumbo social y amortiguando la fractura radical entre los géneros.

En este aspecto, pese al retraimiento habitual militar a lo largo de la Historia, las Fuerzas Armadas se proyectan a la permeabilidad, dejando de ser distantes a las particularidades sociales más contiguas, y añadiéndose a la generalización de los derechos femeninos, que indiscutiblemente les compromete a dar visibilidad al desempeño activo de las mujeres.

En sus orígenes, la incorporación femenina colisiona con barreras culturales y limitaciones legales, que empantanan su encaje en puestos y destinos explícitos. Hoy por hoy, no concurren discordancias formales por razón de sexo en lo concerniente a la formación, las vacantes o las misiones, entre algunas, porque sus hombres y mujeres ejercen su oficio bajo la misma potestad sancionadora. Incluso el argumentario sobre la igualdad y modernidad yuxtapuestos al feminismo institucional, poco a poco, se impregna en el sentir cotidiano como aconteció en la trama internacional, promoviendo una tormenta de desaprobaciones a favor de la igualdad de derechos de la mujer en las Fuerzas Armadas.

Esta situación ha sido beneficiosa para los exiguos índices de captación y necesidades de cobertura, que a la sazón advertían los Ejércitos al desparecer el Servicio Militar Obligatorio.

Progresivamente, el mecanismo castrense va acomodándose al molde de incorporación, adecuando desde infraestructuras y atuendos, a una reglamentación específica, mentalidades y hábitos. Un engranaje complejo, dada la esencia masculina que por tradición lo retrata, obstaculizando un tratamiento profesional femenino, sistematizado y sin impedimentos.

En términos genéricos puede disponerse una triple clasificación en los indicadores de primer orden que atañen al desarrollo de incorporación de la mujer en las Fuerzas Armadas. Primero, se aprecian variables identificativas afines con la idiosincrasia de la Seguridad Nacional, la tecnología armamentística, el pulso entre las fuerzas de combate y fuerzas de apoyo y las políticas de ingreso.

Segundo, conciernen variables intervinientes con el estrato social, donde predominan pautas demográficas, peculiaridades de la mano de obra, aportación de la mujer y la disyunción ocupacional por sexo, los componentes económicos y el patrón familiar. Y, tercero, se relacionan variables dependientes con la construcción social de los valores del género y la familia; además, del discurso público emparentado con la adscripción y la equidad.

Profundizando en el impacto que pudo aglutinar la incorporación de la mujer en el seno da las Fuerzas Armadas, algunos autores sostienen en sus tesis que ésta pudo producir alguna merma en la eficacia y eficiencia de los Ejércitos. Otros, manifiestan que la marcha de las unidades militares para nada se han visto degradadas por el respaldo femenino, porque ejecutan los desempeños igual que los hombres. Y finalmente, otras investigaciones respaldan que más que inconvenientes, las mujeres militares proporcionan habilidades, cualidades y talentos consagrados.

Llegados a esta composición de lugar, el escollo de integración responde al ejercicio de una laboriosidad distanciada del rol femenino, en un colectivo que a todas luces desenmascara la supremacía de los varones; donde el ideal cultural masculino subsiste en definidos casos prácticamente sin erosionarse, por el influjo de los estereotipos de género en el arreglo diferencial de las carreras.

Como deducción de lo anterior, resultan expresiones y convicciones negativas en torno a las facultades femeninas demostradas en sus tareas diarias. Por lo tanto, no sin contratiempos, la igualdad va alcanzando pequeñas cotas. Sin embargo, no faltan resistencias, sobre todo, en lo que compete a una parte del grupo masculino, transigiendo la idea en su rol de ser el hegemónico.

Interesa subrayar en mayúsculas la progresión en positivo reconocida por la igualdad formal y la plena incorporación de la mujer en las Fuerzas Armadas Españolas. Si bien, a día de hoy, existiendo algunos muros sociales y culturales en ocasiones infranqueables que obstruyen la plena integración, son perceptibles las disposiciones moduladas para otorgar esta inserción, tratando ejes tan resolutivos como la conciliación de la vida familiar y militar, o el acoso sexual en la zona de trabajo.

A esta causa puntual en los tiempos que corremos, hay que asociarle la perspectiva comparada en el marco internacional. Partiendo de la base que la estampa de la mujer en las guerras retrospectivas, aun cuando quedasen condicionadas al cumplimiento exhaustivo de un cometido puramente testimonial, hasta la última etapa conclusiva del siglo XIX, vivían las contiendas desde el prisma de ser madres, esposas o viudas.

Más adelante, cooperan en los Cuerpos Auxiliares, tanto en las milicias europeas como norteamericanas, atendiendo a los enfermos y heridos en los frentes, pero sin prestarse en el combate. Recuérdese la hecatombe de la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra (28-VII-1914/11-XI-1918), en la que por vez primera, se inspira la admisión masiva de las mujeres para las operaciones ofensivas.

Más tarde, las mujeres fueron desmovilizadas, pero nuevamente demandadas en la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945), aunque con funciones en espacios administrativos, sanitarios, de abastecimiento o en la industria bélica.

Con lo desgranado hasta ahora, no todos los países han regularizado los mismos principios y criterios la incorporación de la mujer a los Ejércitos. En los años treinta se extrae una integración duradera con la instauración de un servicio sólido en estados como Reino Unido, Dinamarca y México; y en otros, la mujer se mantiene interviniendo únicamente en asuntos complementarios.

En los años cuarenta ante el penuria de recursos humanos, el atrevimiento de concentrar a la mujer como guerrillera de primera línea de batalla, lo toma la Unión Soviética. Ya, en 1948, se suscribe oficialmente el alistamiento de la mujer en las fuerzas estadounidenses, pero con algunas restricciones.

Otros estados no quieren quedarse rezagados y en años sucesivos siguen con esta dinámica. Incuestionablemente, el auge legislativo es pausado, pero a Estados Unidos como el pionero en las directrices tomadas para alistar a la mujer, no le pierden el rostro otros actores europeos.

“Tanto la profesionalización como la incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas, han representado un cambio de paradigma en la silueta sociodemográfica de los militares”

Para ser más preciso, los años ochenta representan para el Viejo Continente el afianzamiento de la dirección inducida en los años cuarenta, con el acceso de la mujer en los Ejércitos de Polonia, Holanda y Suecia, y aproximándose, España.

A tales efectos, en 1973, se implanta el Comité ad hoc de ‘Mujeres en Fuerzas OTAN’, por sus siglas, ‘CWINF’, facilitando el proceso de transformación dentro de las Fuerzas Aliadas, con visión de género y la finalidad de conocer y optimizar los entornos en que conviven las mujeres en las Fuerzas Armadas, para en definitiva ir conquistando una integración adecuada. En general y de forma distinta, la heterogeneidad organizativa militar de cada país y en los miembros de la OTAN, hacen aumentar los parámetros de la mujer.

Como ya se ha apuntado en esta narración, el ensamble de la mujer en los Ejércitos de España se cuajó en una realidad social y tecnológica mayormente dispuesta a su inclusión, acorde para allanar las contrariedades preconcebidas, tanto las interrelacionadas con el imperativo de la fortaleza física, como los prejuicios persistentes.

De manera diferenciada, tras la igualdad constitucional de 1978, desde 1996, la profesionalización abrió sus puertas a la mujer con el Real Decreto-Ley 1/1988, de 22 febrero, aunque delimitándolo a Cuerpos y Escalas prescritos.

En consecuencia, quedando en pausa el cierre de la segunda parte de este pasaje que vertebra el pragmatismo del derecho de igualdad en el ámbito de las Fuerzas Armadas, la apertura integral en la incrustación de la mujer fructifica con la Ley 39/2007, de 19 de noviembre, de la Carrera Militar, en un intervalo en el que proliferan los objetores de conciencia y se empobrece el emblema del voluntariado.

El rastro intermitente de esta certeza no podía ser otro: la repentina contracción en el dígito de efectivos.

Por lo demás, se sucedieron un elenco de leyes que entreveían la cada vez más aclimatada igualdad de hombres y mujeres en las Fuerzas Armadas, con la premisa de superar los estereotipos de género y llevar a buen puerto la transición estructural. No sin antes soslayar, que desde este momento las mujeres militares cumplían eficientemente una labor identificada en tiempos inmemoriales, como crisol único y exclusivo de los valores masculinos.

Hoy, consumidas más de dos décadas del siglo XXI y a los ojos del mundo, resplandecen unas Fuerzas Armadas plurales como las españolas, que patentizan unos vectores reveladores y tendentes a refinar el profesionalismo; pero, sobre todo, con renovado espíritu de cuerpo, desenvoltura portentosa y el protagonismo de la mujer, como parte integrante del Ejército.

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