Opinión

Instalaciones en consonancia con la crisis sanitaria

Estamos más que acostumbrados en el último año a escuchar duras críticas contra el sistema sanitario por las denuncias que formulan los médicos y que les llevaron a estar en huelga durante meses. Nadie les va a quitar ahora razones a los facultativos para sus protestas pero la sanidad pública melillense adolece de otros muchos síntomas que ponen de manifiesto la decrepitud de las atenciones que reciben los pacientes de esta ciudad.

Mucho se habla de los médicos, de las listas de espera, de la mala situación de la atención primaria, de subir la categoría a la enfermería, etc. y todo eso está más que bien pero siempre se olvidan de algo que los pacientes ven con sus propios ojos y que nadie parece dispuesto a poner sobre la mesa: la decrepitud del hospital comarcal, su falta de mantenimiento, sus parches hechos como con desgana, sillones rotos, camas obsoletas y un sinfín de detalles que a simple vista provocan malestar.

Mientras el nuevo y flamante hospital universitario no tiene fecha de apertura y permanece ahí sin más, como un monumento a la inoperancia política, el antiguo se antoja como un canto a la desidia, a la inacción, al "qué más da" si las habitaciones tienen un aspecto más o menos aseado, o incluso presentable.

La habitación 224 es paradigmática del estado general del hospital, al menos en la parte que concierne a los pacientes. Panelada la pared en una parte y en la otra no, parches sin pintar del horroroso color gris que adorna la estancia, instalación de la conducción del oxígeno por fuera con sus correspondientes quemaduras negras fruto de la soldadura, cable pelado que algún día sirvió para algo y ahí se dejó sin más a la cabecera de la cama.

Y cómo no, un espeluznante sillón de color azul, se supone que para el acompañante, que más parece un potro de tortura que un lugar para sentarse. Viejo hasta decir basta, está rajado en el asiento y la felpa del interior asoma, sin contar con unos posabrazos rotos que impiden cualquier pequeño atisbo de comodidad, no ya para la visita, sino para el propio enfermo si quiere sentarse un rato para no estar todo el tiempo en la cama.

Eso es lo que tenemos gracias a un organismo, el Ingesa, que parece más decidido a fastidiarnos que a preocuparse de que los pacientes estén en las mejores condiciones posibles porque si a lo más que se puede llegar es a lo que se encuentra en la habitación 224, mal camino llevamos.

Los melillenses tenemos derecho a una sanidad de calidad desde el punto de vista asistencial pero también queremos unas instalaciones dignas donde sentirnos a gusto, respetados y tratados como lo que somos, pacientes que pagan sus impuestos y solo aspiran a ser bien tratados por nuestras instituciones.

 

 

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