Categorías: Opinión

Inmigración y relaciones hispanomarroquíes

La Unión Federal de Policía (UFP) ha denunciado que en Ceuta la policía marroquí prácticamente empuja al mar a los inmigrantes para que sean recogidos por la Guardia Civil y trasladados al CETI de dicha ciudad. Con Melilla, sucede prácticamente lo mismo. Un vídeo colgado en Internet por un pescador melillense que se encontraba en el Dique Sur, demuestra como una patrullera marroquí pasa de largo ante una lancha tipo ‘Toy’ que a plena luz del día avanza zozobrante hacia la costa melillense, tras haber abandonado poco antes el puerto marroquí de Beni-Enzar.
Ayer, a mi retorno de mis cortas vacaciones, medité sobre qué escribir y bajo el título genérico de ‘Melilla y la canción del verano’ comentaba cómo Marruecos hace una vez más alarde de su oportunismo y ventajismo, para aprovechar las horas bajas del Gobierno Zapatero y deshacerse de inmigrantes, multiplicando la presión migratoria sobre nuestras dos ciudades norteafricanas.
El delegado del Gobierno, Antonio María Claret, ha valorado con muy buena intención y mejores palabras el ilustrativo episodio grabado con un teléfono móvil por un aficionado a la pesca. Clamaba por la obligación de las fuerzas de seguridad de España y Marruecos de velar por la vida de unos inmigrantes que se lanzan al mar en barcas de juguete, poniendo su vida en riesgo a pesar del buen tiempo y la mar calma de estos días.
La realidad, como denuncia la UFP y demuestra el vídeo en cuestión, es bien distinta y viene a constatar que los marroquíes están desatendiendo, cuando menos por omisión abierta y flagrante, su papel de cancerbero de Europa en el Norte de África.
Como escribía ayer, asistimos un año más a la eterna canción del verano melillense, que nada tiene que ver con los ritmos pegadizos que se bailan y resuenan en las noches calurosas de las vacaciones y que, muchas veces, tienen tintes fúnebres aunque sin rimas ni elegías para sus pobres víctimas.
Antonio María Claret también se vanagloriaba ayer de haber logrado rebajar los niveles de ocupación en el CETI melillense por debajo de los 600, después del aluvión de inmigrantes que, en pateras de juguete las más de las veces, han llegado a nuestra ciudad y Ceuta en un número de hasta 500 en el pasado mes de julio.
Nada que objetar a una gestión que debe afrontar el riesgo extremo de conflicto en los CETI de nuestras dos ciudades de no decidirse la evacuación de parte de los acogidos, pero que sin embargo deja sin resolver un problema que exige de consenso entre los principales partidos y de una acción política firme ante el vecino marroquí.
Los melillenses y ceutíes somos los primeros interesados en unas inmejorables relaciones con el vecino reino. Por eso, resulta harto incomprensible la política de agresión que, de forma sempiterna, viene realizando el mismo vecino, cuando no con cierres en la frontera, omisión consciente de sus deberes en la regulación de la inmigración descontrolada o emisión de pasaportes en los que se sitúa a Melilla y Ceuta como parte de Marruecos.
Con esa casuística es difícil ubicar al reino alauita en el ámbito de los amigos y socios preferentes de Europa. Si a esto añadimos el último informe del CNI sobre las prácticas de Marruecos para controlar, a través de la religión, a los inmigrantes marroquíes en España, queda claro que el espejismo de las buenas relaciones no es más que eso, una entelequia que exige de una vez una respuesta diplomática contundente y bien distinta a la propiciada por el Ejecutivo nacional del PSOE.
No es cuestión de buscar el enfrentamiento sino, al contrario, de potenciar el entendimiento mediante una relación de respeto mutuo y colaboración, como debe exigirse entre vecinos que se supone bien avenidos y que se sitúan a un lado y otro de una frontera indudablemente europea.
Cómo mínimo, el Gobierno de España debería solicitar explicaciones ante la evidencia del vídeo que refleja la pasividad marroquí en la escapada a plena luz del día de inmigrantes desde el puerto de Beni-Enzar y con Melilla como único destino.
Más allá del lenguaje diplomático, medido y contemporizador, los melillenses y ceutíes necesitamos sentirnos respaldados de facto por un Gobierno que, como ocurriera hace un año con los cortes fronterizos, parece aguantar y asentir más que reaccionar, exigir, protestar y hasta presionar con todas las armas a su alcance.
Melilla, como señalamos en nuestro editorial, cumple en gran medida una función social importante para el hinterland marroquí que nos circunda y podría abundar más en el mismo sentido si la cerrazón marroquí cesara en beneficio del mayor desarrollo a un lado y otro de la frontera.
Dice el refrán que no hay peor ciego que quien no quiere ver. De ahí que resulte alarmante y preocupante que Marruecos pueda actuar impunemente en materia de inmigración y otras cuestiones sin recibir ni el más mínimo tirón de orejas no ya sólo de España sino de la propia Unión Europea.
Por ello, no se trata de alentar sentimientos antimarroquíes sino por el contrario de abogar por una cooperación más real y efectiva que, verdaderamente, en la sinceridad y colaboración entre ambas partes hagan de nuestro territorio fronterizo una puerta hacia el progreso y no una valla frente al retroceso, los subterfugios intolerables o simplemente el juego sucio.

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