El Kremlin reprodujo a todas luces los falsos fantasmas que sobrevolaban en la votación presidencial para dirigir un único mensaje tanto dentro como fuera del país: que el respaldo al presidente Vladímir Vladímirovich Putin (1952-71 años) era persistente y abrumador, a pesar de las consecuencias excepcionales que acarrea la conflagración contra Ucrania.
Desde el instante en que los resultados preliminares salieron por vez primera en los medios estatales, las autoridades no dejaron opción alguna a explicaciones equívocas. Putin, expusieron, había conseguido más del 87% de los votos, mientras que su contrincante más próximo únicamente obtuvo el 4% de los mismos. Y es que, aquello daba la sensación de ser un plebiscito autoritario al modo del líder militar, estadista y noble ruso Gregorio Potemkin (1739-1791).
Es permisible que el Kremlin se haya sentido más seguro orquestando una acotación de triunfo tan amplio, porque el exponente de aceptación de Putin ha crecido durante la guerra en los estudios independientes, debido a un sentimiento bandera o de refuerzo en períodos de crisis y a la confianza sobre la economía rusa. De hecho, la organización no gubernamental rusa de encuestas e investigación sociológica, Centro Levada, ya había avisado en su día de que el 86% de los rusos reconocerían a Putin sin fisuras. Sin duda, era la muestra más elevada en más de siete años. Toda vez, que aunque los números apunten un apoyo invariable al mandatario y a su hoja de ruta, el escenario es más enrevesado de lo que divulgan las cifras.
Ni que decir tiene, que el líder de un grupo de investigación de la oposición en Moscú, ha replicado abiertamente que el contrafuerte a Putin es ciertamente más quebradizo de lo que refieren los guarismos de aprobación. “Las cifras que aparecen en las encuestas de Rusia no significan lo que la gente cree que representan”, sostuvo literalmente el emprendedor social y activista político y cofundador de un proyecto de investigación, Alexei Andreevich Minyaylo (1985-39 años), que en los últimos meses ha estado realizando varias encuestas. Tal y cómo expone: “Rusia no es una democracia electoral, sino una dictadura en tiempos de guerra”.
Para ser más preciso en lo fundamentado, en un sondeo ejecutado en las postrimerías de enero de 2024 por el proyecto de investigación denominado Chronicles, se requirió a un grupo de encuestados rusos qué anhelaban en las esferas políticas y a otros qué aguardaban entrever que llevase a término Putin, estableciéndose un contraste significativo entre aspiraciones y perspectivas. En base a lo anterior, más de la mitad de los requeridos se declararon inclinados a reconstruir los nexos con los estados occidentales, pero únicamente el 28% creían que Putin los recuperaría.
Además, cerca del 58% declaró su confirmación a una tregua con Ucrania, pero sólo el 29% insistía que el mandatario estuviera de acuerdo en alcanzar su meta. “Vemos que los rusos quieren cosas distintas de las que esperaban de Putin, probablemente, si tuvieran algún tipo de alternativa, podrían tomar una decisión diferente”, indicaba textualmente Minyaylo.
No obstante, a lo largo del cuarto de siglo que Putin se encarama en lo más alto, se han aniquilado sistemáticamente cualquier opción irrevocable. En otras palabras: los opositores han sido proscritos, recluidos o liquidados. Y por si fuese poco, se ha desahuciado a los medios de comunicación independientes, fusionado a un aluvión de vejámenes desde el tiempo soviético que ha originado condenas de prisión por episodios de disidencia o difusiones críticas en las redes sociales.
Tomando como ejemplo más incuestionable de los últimos tiempos a Alexéi Anatólievich Navalni (1976-2024), el retrato de la oposición rusa que encarnaba el optimismo de numerosos ciudadanos ante una alternativa a Putin y que la prensa occidental lo definió como el “líder de la oposición”, falleció en condiciones herméticas en una cárcel del Ártico. Tras comunicar el éxito en las elecciones, Putin consideró el fallecimiento de Navalni de “desafortunado incidente”.
Podría decirse, que la guerra no ha hecho más que reducir todavía más el inapreciable espacio que concurría para que las disyuntivas a la agenda de Putin consiguieran ganar enteros y empuje en público. “Se puede argumentar de forma compleja porqué esta guerra va en contra de los intereses de Rusia, y esa parte del espectro está ausente”, indicó al pie de la letra Alexander Gabuev, director del Centro Carnegie Rusia Eurasia. “Ahora está ocurriendo en el exilio y el gobierno está erigiendo muchos obstáculos para que la gente no acceda a este contenido”.
Al tildar de saboteadores a los que se contraponen al conflicto bélico, la dirección de Putin ha logrado que “la oposición sea algo realmente poco atractiva, más para los de fuera que para la mayoría”. En años precedentes, la presencia de los denominados “tecnólogos políticos”, dio luz verde para que hubiera un aire de pugna y debate abierto en las elecciones presidenciales para inducir a la participación y otorgar a la carrera un reflejo de legitimidad.
"Putin se saca el conejo de la chistera y se ratifica en el púlpito de Rusia entre un sinfín de reproches e indirectas, señalando cínicamente al patriotismo y la unidad, horas más tarde de cristalizarse su triunfo abrumador"
Y en paralelo, Yekaterina Sergeyevna Duntsova (1983-40 años), política y periodista de televisión ignorada y ex diputada municipal de una localidad emplazada a unos 225 kilómetros al Oeste de Moscú, procuró presentarse a la presidencia con un tema antibelicista, pero prontamente sería inhabilitada. Idénticamente le sucedió a Borís Borísovich Nadezhdin (1963-60 años), otro político apenas conocido que juntó miles de firmas para asistir al combate, pero no pudo permanecer por mucho tiempo en la papeleta electoral.
“Consideraron a ambos lo bastante peligrosos como para no permitirles estar en la papeleta presidencial”, comentó Minyaylo. Juntamente, “en mi opinión, eso dice muchísimo de la naturaleza del régimen y de lo firme que es la posición de Putin. Si su régimen cree que es peligroso dejar que una periodista de provincia reúna firmas, eso dice mucho”.
Las exploraciones de opinión rusos destapan que una porción relativamente pequeña del conjunto poblacional es seguidor intransigente de Putin, mientras que un grupo de volumen aproximado son opositores eficientes, muchos de ellos en el extranjero. La amplia mayoría, según los encuestadores, es comparativamente indiferente y favorece a Putin de manera insensible, sin que ninguna otra iniciativa se revele en su horizonte.
En cierta manera, están fundamentalmente influenciados por el relato televisivo intervenido por el Estado. “Los profundos depósitos de inercia social, apatía y atomización son la verdadera fuente del poder de Putin”, aseveró Gabuev. Muchos rusos, explicó, no poseen un molde más perfeccionado para detenerse sobre algunos ejes, porque la discusión pública se encuentra imposibilitada.
Y los rusos que denotan ambición que discrepen de las operaciones de Putin, no están precisamente preparados para pugnar por lo que persiguen, aclaró Minyaylo. Numerosos rusos creen hallarse en la certeza que carecen de proyección en el trazado de los hechos de la Federación de Rusia.
Pese a todo, la acentuación del apoyo a Putin entre los rusos en los dos años transitados desde que dictaminó la incursión a gran escala de Ucrania, es irrefutable en diversas encuestas. Denis Volkov, director del Levada Center, concretó que algunos indicadores ofrecían un afianzamiento en torno a Putin. “Seguimos muchos indicadores, no sólo el índice de aprobación. Hacemos preguntas abiertas. Preguntamos por la situación económica y el estado de ánimo de la gente. Todos estos indicadores apuntan en una dirección”.
Blindado hasta los topes con una voluminosa y colosal maquinaria de propaganda, Putin ha sugestionado a millones de rusos de que los salvaguarda audazmente de un universo occidental incompatible y obstinado en monopolizar Ucrania como punta de lanza para echar por tierra su nación.
“La narrativa del Estado ha generado esta idea de que es Rusia contra todos los demás”, especifica Katerina Tertytchnaya, profesora asociada de política comparada en el Departamento de Política y Relaciones Internacionales y miembro de Brasenose College en la Universidad de Oxford. Aludía sucintamente: “es muy importante esta narrativa de estar bajo asedio. La falta de una alternativa también se menciona como una de las razones por las que la gente apoya a Putin. La gente no es capaz de concebir una alternativa”.
No es exclusivamente que Putin aparente estar por encima de los aspirantes alternativos que el Kremlin permite que se asomen en la televisión estatal. Asimismo, es una mejor elección en similitud con sus antecesores históricos.
Gabuev, anunció que a pesar de que los estragos de la guerra enturbiaron una parte de la herencia de Putin, particularmente, sus dos primeros mandatos, aportaron la mayor conjunción de bienestar material y concerniente libertad que los rusos habían contemplado y para aquellos que no estaban seducidos por la política, la buena voluntad subsiste. “Esa es la paradoja, realmente son la vida más feliz en la historia del país, porque la combinación de riqueza y prosperidad material y libertades presentes al mismo tiempo nunca fue mayor”, refirió Gabuev.
Dicho esto, los expertos y analistas hacen referencia a tres encajes fundamentales para que se haya producido la victoria en las elecciones presidenciales de Putin: primero y cómo no, la guerra de Ucrania y el envite de la economía rusa; segundo, opositores incapacitados y en el destierro o fallecidos; y tercero, centralismo de la supremacía e influjo en la imagen de Putin.
Inicialmente, la guerra de Ucrania que ha apartado a Rusia de los actores occidentales y además le ha forzado a reestablecer su economía, apremiar el asedio a los rivales y robustecer su armazón de propaganda es, sin titubeos, uno de los ingredientes en este caldo de cultivo que han imprimido los comicios.
La antítesis a la guerra ha permanecido encubierta, sin postulantes en las urnas y sin la viabilidad de formular un efecto antibelicista de manera oficial. Pero Putin ha manejado la guerra a su antojo. Tras algunos meses de la conflagración en los que muchos rusos experimentaron una especie de éxtasis alrededor de la bandera, cuando se originó una llamada intensiva a últimos de 2022, la incertidumbre se desbocó y la multitud estaba sumamente atemorizada y el sostén a la guerra se redujo.
Sería en aquel momento cuando Putin permutó en su descriptiva en torno a la guerra. “Ya no es una guerra con Ucrania, sino una guerra con Occidente”, y esto produce que muchos rusos se sientan engreídos porque la milicia no sólo acomete un país pequeño, sino que combate contra un adversario muchísimo más poderoso. Esta identificación es una constante en las arengas del presidente, en los que con asiduidad emite intimidaciones y avisos a Occidente y a los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra la remesa de tropas a Ucrania.
La versión del Kremlin, en la que es la Alianza Atlántica la que desafía a Rusia y se encamina a sus límites fronterizos, ha calado hondo entre la urbe rusa. Amén, que Occidente no se ha esforzado lo bastante por aclarar por qué es crucial la guerra en Ucrania. La gente en Sudamérica o África, no concibe por qué debería incumbirle y esta es una grieta que Putin ha empleado. Por lo demás, la guerra ha tenido una derivación insospechada que le ha favorecido.
A pesar de las sanciones que se asignaron a Rusia tras la irrupción de Ucrania, el estado ha dejado boquiabierto a muchos economistas del mundo, al convertirse en la economía de más fulminante progresión en el Viejo Continente.
Digamos, que el conjunto de actividades afines a la producción se desenvuelven con soltura, dados los entornos y ha distinguido a Putin porque se muestra como alguien que ha plantado cara a Occidente en su arremetida a la economía. En vez de convulsionarse como muchos auguraban, la economía rusa ha subido un 2,6%, según valoraciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), a pesar del paquete de sanciones que engloban el entumecimiento de US$ 300.000 millones en activos.
En el fondo de este entresijo, la tesis es que las sanciones no se han superpuesto a nivel global. Esto concede a Rusia comercializar como pez en el agua con países como Brasil, China e India, mientras sus más próximos, incluyendo Armenia y Kazajstán, arriman el hombro para esquivar las sanciones occidentales. Luego, Rusia es una economía imponente y se precisarían décadas de extensas inhabilitaciones y nula gestión para ponerla contra las cuerdas.
También, Rusia adquiere capital exportando productos básicos y esencialmente es libre de vender lo que le apetezca. Las sanciones al petróleo son pintorescas y el principal consumidor de Rusia, la Unión Europea (UE), no castiga en absoluto el gas natural, los cereales y los combustibles nucleares. Aunque los productos valen cuatro veces más que anteriormente, están fácilmente al alcance. Además, los ciudadanos rusos si en algo se caracterizan, es por encontrarse habituados al incremento de los precios. De manera, que el principal recelo nacional no es la inflación, sino el déficit. La escasez de productos es el último sobresalto soviético.
Llegados a este punto, todo es una cuestión de perspectiva y eso es algo que el ingenio propagandístico de Putin esgrime con finura.
Con relación al segundo signo intuitivo en la victoria de Putin, éste sabe inmejorablemente cómo contener cualquier tormenta política en el país, así como a sus contrincantes. Sólo tres candidatos aparentes consiguieron presentarse a las elecciones de 2024 y ninguno resultó ser un serio reto para el mandatario.
Es sabido, que todos coinciden en la defensa expresa tanto del presidente como de la guerra en Ucrania. Las indiscutibles advertencias políticas para Putin han sido encarceladas, asesinadas o expulsadas de uno u otro modo, aunque el Kremlin contradice cualquier complicidad.
Apenas un mes antes de que se acondicionasen las urnas, el enemigo más implacable de Putin, Navalni, falleció en una colonia penal ubicada por encima del Círculo Polar Ártico. Consumaba un extenso castigo de prisión por fraude, descomedimiento al tribunal y extremismo, imputaciones que en opinión de asociaciones de derechos humanos, poseían incitaciones políticas.
"La nueva reelección de Putin desata la deflagración para el rearme europeo, sin descartar los visos de una guerra con Rusia. El botín electoral del presidente ruso brinda a la UE el pretexto que aguardaba para esparcir su galopada armamentística ante un peligro inminente"
Diversos contendientes de Putin han sido matados, desde políticos hasta periodistas. Sin ir más lejos, el líder del grupo mercenario privado Wagner, Yevgueni Víktorovich Prigozhin (1961-2023), pereció en un percance aéreo pocos meses más tarde de una tentativa de levantamiento. En 2015, Boris Yefímovich Nemtsov (1959-2015), político y crítico incansable, fue finiquitado a tiros en un puente próximo al Kremlin y en 2006, una periodista crítica con la guerra en Chechenia, Anna Stepánovna Politkóvskaya (1958-2006), se le localizó muerta a disparos en Moscú.
Evidentemente resulta embarazoso residir en un estado donde hay políticos, periodistas y activistas asesinados y recluidos, por lo que la gente está decidida a sobornar el relato del Kremlin, no porque no lo entienda, sino porque se pretende atinar un modus operandi para convivir con él. Putin ha pretendido fiscalizar la disidencia individual dentro de la multitud. Desde 2022, tras la penetración en Ucrania, el Kremlin incorporó nuevas leyes de censura que someten las posiciones antigubernamentales, con otras infracciones como el deslustre del ejército ruso que se sanciona con hasta cinco años de cárcel. El presidente manifestó que las reprobaciones materializadas durante estas elecciones no tuvieron ninguna trascendencia y que cualquier quebrantamiento sería sancionado después del sufragio.
Los recelos de Putin no se concentran tanto en lo que puedan detallar los medios de comunicación internacionales, sino en lo que los residentes habituales observen en las calles, o que lo transmitan en las redes sociales y sea correspondido por millones de individuos. Ante esta inseguridad, Putin entiende que precisa hacer todo lo que esté en sus manos para atenazar cualquier patrón de escisión.
Y por último, a pesar de las detracciones difundidas sobre las elecciones que las administraciones occidentales han conceptuado de “farsa”, el imponente margen con el que el mandatario ha vencido en Rusia, le consiente al Kremlin a nivel interno deducir que el estado se ha identificado en torno a Putin y que el presidente cuenta con el apoyo inquebrantable de su pueblo.
Este 87,3% de los votos no sólo le concede sostener que posee un encargo popular para su guerra en Ucrania y la trayectoria en la que encamina a Rusia, sino que igualmente remite un recado a la élite política rusa: “Tomen nota, aquí todavía hay un sólo hombre a cargo, en control y eso no va a cambiar a corto plazo”.
Repercusión o no de la propaganda, Putin dispone de una enorme horquilla popular que contemplan que esa silueta de hombre fornido y pujante es la que requiere el país, primordialmente, en un momento como el que se desencadena de guerra. En las más de dos décadas que está en la avanzadilla de Rusia, Putin no ha consentido que afloraran adversarios que pudieran hacerle sombra y su dibujo es omnipresente.
Pero a la par, las elecciones han exhibido algunos signos de debilidad.
Aunque a la postre no se le dejó postularse como aspirante, el opositor antibelicista Borís Nadezhdin consiguió una suma considerable de firmas. Este temple en contra de la guerra podría entorpecer nuevas incorporaciones. La previsión de guerra con una ingente ampliación del gasto militar, también es dificultoso de mantener. Además, a pesar de la intervención policial, miles de personas hicieron hilera en los colegios electorales como fórmula de censura, tal y como lo había solicitado la viuda de Navalni.
El enjambre de personas que se concentraron para rememorar al opositor tras su reciente asesinato, expresaron sin reservas que existen ciudadanos preparados para revelarse a pesar de la represión imperante. Pero Putin, gracias a la modificación constitucional que se suscribió en 2020 tras un referéndum, podría desempeñar al menos dos mandatos más de seis años y continuar hasta 2036.
Consecuentemente, la nueva reelección de Putin desata la deflagración para el rearme europeo, sin descartar los visos de una guerra con Rusia. El botín electoral del presidente ruso brinda a la UE el pretexto que aguardaba para esparcir su galopada armamentística ante un peligro inminente. El caso es que mientras los aliados de Moscú celebran la victoria del mandatario ruso, las administraciones occidentales lo describen como el fruto de acciones antidemocráticas.
Putin se saca el conejo de la chistera y se ratifica en el púlpito de Rusia entre un sinfín de reproches e indirectas, señalando cínicamente al patriotismo y la unidad, horas más tarde de cristalizarse su triunfo abrumador. Curiosamente, mientras Estados Unidos y numerosos estados europeos desacreditaron la elección por la manera en que los opositores se encontraban cercados, otros actores como China, Arabia Saudita, Honduras, Cuba y Venezuela, le trasladaron parabienes.
Pero, por encima de todo, la devastación de la guerra en Ucrania emerge de lo que para Putin forma parte de la gran tragedia de Rusia en el siglo XX: la mutilación de la Unión Soviética o el desmoronamiento del Imperio ruso.
En síntesis, Rusia ha llevado a término elecciones presidenciales con Putin como el aspirante número uno que partía con amplia ventaja para ser confirmado por seis años más. Es momento pues de hacer un breve trazado por el camino político de este antiguo espía del KGB que alcanzó el poder el 31/XII/1999, persistiendo en él durante este cuarto de siglo XXI. Efectivamente, se trata de un protagonista disruptivo y taxativo en los vínculos internacionales de los instantes que vivimos.
En consonancia a lo anterior, como redacta palabra por palabra Aleksandar Dokic: “Putin fue elegido al principio como futuro títere porque cumplía los requisitos: la personalidad de hombre fuerte era exactamente lo que se requería. Luego, se alejó de quienes le habían ensalzado, reservándose para sí el personaje que se había creado y el poder acumulado”.
Finalmente, la ficticia irresolución del actual presidente no es más que una parodia y, salvo mediación sobrenatural, continuará encabezando Rusia durante otros seis años. Y por inconcebible que pueda figurar a los ojos de los observadores externos, la invasión de Ucrania ha ayudado a apuntalar y asegurar su empecinado e inclemente control del poder, porque el autócrata no ha titubeado en asestar que “estamos a las puertas de la tercera guerra mundial”.
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