Llevábamos tiempo sin una oleada de robos y destrozos en vehículos como la que estamos teniendo estos días en Melilla. Sólo este fin de semana se han registrado daños materiales en más de una decena de vehículos aparcados en la carretera del aeropuerto y Alfonso XIII.
En una ciudad de 85.000 habitantes, pueden parecer casos anecdóticos, pero si esa ciudad tiene solo 12 kilómetros cuadrados cabe preguntarse cómo es posible que los cacos puedan huir y seguir campando a sus anchas.
Pese a que la Policía Nacional y Local hacen esfuerzos y han detenido al menos a tres personas relacionadas con los daños y robos con fuerza, volvemos a revivir situaciones que creíamos superadas.
Si por la frontera sólo pueden circular personas con autorización para moverse por el espacio Schengen no cabe otra que concluir que los vándalos tienen DNI o permiso de residencia en algún país europeo, viven aquí o entran y salen a su antojo tras desvalijar a la gente trabajadora que aparca sus coches en la calle. Los ladrones vuelven a moverse con soltura entre nosotros.
La Policía Nacional ha enviado recomendaciones para evitar llamar la atención de los cacos y cuesta asimilar que nos aconsejen circular con las puertas bloqueadas para evitar percances en semáforos. Da la impresión de que vivimos en el Bronx neoyorquino.
Lo cierto es que el robo de retrovisores cayó en picado con la frontera cerrada y el mercado vuelve a resucitar tras la reapertura de Beni Enzar. Ha sido reanudar el tráfico fronterizo y se han disparado la demanda y los daños materiales.
Este tipo de situaciones se cuentan entre las que aumentan la percepción crónica de inseguridad que tenemos en Melilla, pese a que durante la pandemia descendieron notablemente las infracciones penales en la ciudad.
Se sabía que al aumentar la carga de trabajo en la frontera, habría menos agentes en las calles dedicados a garantizar la seguridad ciudadana.
En Melilla, el reto no puede consistir en mantener bajo control los delitos con la frontera cerrada porque el estado natural de una frontera es permanecer abierta. El reto tiene que ser aumentar la sensación de seguridad con la vuelta a la normalidad.
La receta parece sencilla pero sabemos que incluye elementos difíciles de maridar en Melilla: más control en las entradas y salidas fronterizas y más efectivos policiales en la calle. ¿Lo conseguiremos esta vez?
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