Sucesos y Seguridad

"Hay que mantener un concepto humanista, porque nadie va a cambiar por el hecho de estar recluido y que lo castiguen”

La figura del psicólogo en las prisiones es relativamente nueva, que surge a mediados o finales del siglo XX, pues previamente la cárcel no tenía una función resocializadora, como ahora, sino que era puramente de retención y castigo y no se consideraba que hubiera que realizar programas especiales con los internos, si bien en el siglo XIX sí hay una parte rehabilitadora, aunque de tipo moralizante. En Melilla y el resto de España surge a partir de la creación del reglamento contenido en el Real Decreto 162/1968, cuando se establecen las funciones de todo el personal que participa en el tratamiento penitenciario.

Beatriz (La Coruña, 1995) es la psicóloga de la prisión de Melilla, donde atiende a un número de internos que ronda los 200. Es su primer trabajo en una cárcel y se le nota contenta, sobre todo por la ratio, que en la península puede llegar a los 300 ó 400 presos por psicólogo.

Su principal labor, asegura, es escuchar a los internos, tanto sobre sus problemas personales como sobre aspectos del centro para, como ella dice, “solventar, dentro de lo posible, las dificultades que puedan ir existiendo”. También, junto con otros profesionales, participa en las llamadas juntas de tratamiento, en las que se decide sobre aspectos como terceros grados, permisos de salida o clasificaciones.

Beatriz asegura que, de los presos que hay en la ciudad autónoma, quienes más ayuda suelen necesitar son los extranjeros irregulares debido a “las situaciones de las que parten, los entornos en los que viven y la dificultad del idioma”. También están los casos de aquellas personas que sufren trastorno mental o incluso lo que se conoce como patología dual, ques es la mezcla entre el trastorno mental y la drogodependencia.

No obstante, recalca que en Melilla no hay internos especialmente difíciles de tratar. “No hay un perfil verdaderamente difícil”, dice, y añade que, teniendo en cuenta que, al fin y al cabo, trabaja en una cárcel y “pueden darse situaciones más o menos violentas”, ella nunca ha sufrido una circunstancia que le haya hecho pasar miedo.

Beatriz habla del problema de la reincidencia en las prisiones españolas en general, ya que hay que tener en cuenta que la gente, cuando sale de la cárcel, suele volver al medio del que parte y, si ese medio no ha cambiado, “la reincidencia es mucho más fácil”.

La reincidencia

Al respecto, la psicóloga explica que “la prisión es el último escalafón para tratar de solucionar problemas sociales que no se solucionan antes”, con lo cual no se puede esperar que, cuando salga de la cárcel, los problemas de una persona que se encuentra en un ambiente en el que hay poco empleo o presencia de drogas vayan a desaparecer de la noche al día.

Beatriz afirma que no se hace ningún trabajo en particular con los presos reincidentes, puesto que “toda la labor que se hace en prisión va orientada a la no reincidencia”. Como, en algún momento, “la gente va a desistir de delinquir”, lo que se trata de hacer, duce la psicóloga, es “que ese desistimiento se produza lo antes posible”.

La psicóloga de la prisión insiste en que no tiene problemas con los presos, quienes le prestan atención en esa “retroalimentación” que mantienen para poder hablar y participar en actividades. Eso sí, matiza que ella puede “orientar y acomapañar” en su camino al preso, pero, al final, es él quien decide, por lo que, al final, pasa como en cualquier sitio: que unas personas tienen mejor respuesta que otras.

Sobre las condenas

También tiene que tratar con personas que consideran injusta su condena, pero ella no puede entrar en esas disquisiciones. “Juzga el juez, no yo, y trato de hacerles entender que la situación no puede modificarse”, relata. Se trata, concretamente, de una terapia conocida como de aceptación y compromiso, que consiste en que el hecho no se puede modificar, por lo que el preso debe aceptar su ayuda sin entrar a juzgar si es justa la condena o no. Así, ella dispone de las dos versiones -juez e interno-, pero su trabajo se limita a “intentar que la persona esté mejor”, sin entrar a opinar sobre la justicia de la condena, pero, como dice Beatriz, “si el juez lo ha condenado, por algo será”.

En estos casos, lo que le cuenta al preso es que puede “entender que para él sea injusto”, pero que no puede entrar a debatir si lo es o no verdaderamente, porque no es su función. “Muchas veces te responden que ellos entienden que no es tu función y simplemente quieren que los escuches y que sepas que las circunstancias por las que están ahí no son todas las que se les imputan”, apunta Beatriz.

Los ‘ordenanzas’

Si un preso no habla castellano, se suele llamar a algún compañero con quien tenga afinidad y hable su idioma. Siempre se da la opción de que el interno elija qué persona quiere que le traduzca.

No obstante, están los llamados ‘ordenanzas’, presos que se encargan de hacer las traducciones de las entrevistas y que, en el caso de Melilla, suelen ser marroquíes, aunque también hay un porcentaje de argelinos. En el caso de los marroquíes, dependerá de la zona del recluso y si éste habla tamazight o árabe que se escoja a uno u otro ‘ordenanza’. Además, como también algunas personas hablan francés, se puede emplear a alguien que domine este idioma.

Actividades

Sus intervenciones suelen realizarse en grupo, ya que, cuando están orientadas a la enseñanza de habilidades sociales, al autocontrol o alguna otra cosa, el hecho de que sea grupal es más beneficioso. Ello es así, según se desprende de sus palabras, porque “la gente se siente más cómoda y hay mayor actividad y participación”.

Por lo tanto, se va intentando programar actividades grupales en función de las necesidades que van surgiendo. Además, según explica Beatriz, existen programas estandarizados en función de la tipología delictiva, y eso es siempre grupal aun cuando, especialmente en Melilla “por el poco volumen”, existe la posibilidad de hacer sesiones individuales o con poca gente.

Preguntada sobre si las sesiones son fijas o se establecen según necesidad de los internos, responde que “no hay nada fijo”. Si alguno de ellos requiere de una atención más personalizada e individual, disponen de dos fórmulas.

En primer lugar, está la manera oficial, que es mediante la presentación de una instancia, que es un documento en el que el preso refleja su nombre, número de identificación y módulo al que pertenece. Ese papel lo tiene que firmar y entregar al funcionario de turno.

Con todo, lo más frecuente, asegura, al menos en la cárcel de Melilla, es el método informal, es decir, que un preso la vea y demande hablar con ella. Ello puede hacerse así porque, como bien dice Beatriz, a diferencia a otras cárceles con mayor número de reclusos, en la de la ciudad autónoma “el trato es muy diario y muy de tú a tú”. “Aquí, quien quiere ser atendido es atendido”, subraya.

De hecho, al ser tan diario el trato, a ella, cada vez que baja al módulo, muchos internos solicitan hablar con ella y con el resto de compañeros que trabajan en esta vertiente en prisión. En concreto, se trata de seis personas contando con los educadores, las trabajadoras sociales y el jurista -junto con el subdirector de tratamiento-, aunque también hay gente externa a la prisión que forma parte de asociaciones o entidades colaboradoras u ONGs, como Cruz Roja, Melilla Acoge, Feafes, monitores deportivos, maestros y voluntariado cristiano y de otras religiones.

“Todo está entremezclado”

Y es que, como bien explica, “todo está entremezclado”. Todas las actividades que se realizan en la cárcel -ya sean de tipo ocupacional, deportivo o formativo- están interrelacionadas y, a su modo de ver, son la “base” para que sus actividades de tipo psicológico sean efectivas. “Es un sistema y necesitamos que vaya bien, ya que, si en mi sesión se trabaja algo y todo es fantástico, pero, al salir de ahí, eso no tiene repercusión en la vida diaria, porque no hay actividades o lo que sea, no tiene sentido la acción psicológica”, apunta Beatriz. “Necesitamos que las habilidades sociales que se les enseñan tengan un sentido; si no, no vale de nada y nadie se va a acordar de mis habilidades sociales”, indica. Al final, resume, “la acción comportamental no sólo la hacen los psicólogos, sino todo el equipo de tratamiento, porque todo está unido”.

Además, como señala, muchas de las reclamaciones de los presos son para tener actividades que les permitan tener su tiempo ocupado. Así, no es una labor específicamente suya, sino de todo el grupo de trabajadores, quienes han de conseguir que esto sea un elemento dinamizador, ya que, de otra forma, es “muy difícil que enganche”, habida cuenta de que lo que ella plantea “no es interesante en cuanto a entretenimiento”, afirma Beatriz.

La psicóloga puntualiza que ella sólo atiende a los presos, pero no a los funcionarios, porque, en primer lugar, esa parte no entra en sus funciones y, por la otra, ella no es psicóloga clínica, sino que tiene “una orientación social”, que es a lo que va enfocado su trabajo, y no puede atender “terapéuticamente” a la gente.

“Los psicólogos de prisiones no hacemos terapia, sino que trabajamos distintos aspectos que consideramos que están relacionados con la delincuencia para tratar de modificarlos”, relata Beatriz. Así, este tipo de psicólogos atiende, según revela, a “elementos de la etiología delictiva”, tales como qué provoca que una persona delinca, la drogodependencia, el control de impulsos, las habilidades sociales o la formación laboral. Se trata, sobre todo, de mejorar todos esos puntos para conseguir -o intentar, al menos- que el interno no se relacione con la delincuencia.

Para esta psicóloga, el tratamiento en general es importante y hay que mantener “un concepto humanista”, ya que la prisión en España, tal como queda reflejado en el reglamento penitenciario y en la ley orgánica que la regula, tiene un fin socializador. Tal como explica Beatriz, se trabaja tanto con personas como con circunstancias y “no tiene sentido tenerlas recluidas” así porque sí, ya que “nadie va a cambiar por el mero hecho de que lo castiguen”.

Preguntada sobre la entrada de droga en las cárceles, responde que “en todas las prisiones la hay”, puesto que, al fin y al cabo, “la prisión es un núcleo de la sociedad y lo que hay en la sociedad lo hay en la prisión”.

¿Y cómo entra? “Por muchos medios, por muchas vías”, responde, y añade que “es muy difícil de controlar” y que nunca se conseguirá “al cien por cien”. “Es real en Melilla; la droga está y entra por muchas vías”, indica, y no es ella quien vaya a desvelar algo que es vox populi y que no es algo que suceda sólo en la ciudad autónoma, sino que “existe” en todas las prisiones de España. Ello no quiere decir, aun conociendo su complejidad, que no se intente evitar por todos los medios.

Suspensión de condena

La psicóloga de la cárcel añade que el grupo de trabajo también trata con “personas que están en libertad por suspensión de condena y gente que hace trabajos en beneficio de la comunidad”, incluso aunque en Melilla, por ser “un sitio tan pequeño”, no existe un Centro de Inserción Social como tal.

“Es decir, que hay trabajo dentro de prisión y fuera, con gente que está en su casa y es como una condena también”, apunta Beatriz. En este sentido, explica que estos casos son “una condena también”, pero que es “como si el juez diera una oportunidad a algunas personas de no entrar en prisión, porque se considera que la prisión, al final, es un medio hostil”.

Se trata de situaciones en las que la persona, por ejemplo, ha delinquido por primera vez y la condena no supera un número de años, por lo que se considera que la prisión lo que hace es perjudicarle más. Según ella, en España “se apuesta mucho” por estos programas.

Son los casos, mismamente, de gente que cumple condenas por delitos relacionados con la seguridad vial, para quienes se realizan programas de reeducación que cumplen la función de la condena, de manera que, si cumples con ése programa y otros requisitos que ponga el juez, se evita la entrada en prisión. Es algo que también sucede con condenas por violencia de género y agresiones sexuales, entre otras. Personas a las que, según explica, “se entiende que se le tiene que dar esa oportunidad para que su vida continúe sin que les suponga un parón”.

Porque, tal como asevera Beatriz, “la prisión es un parón y rompe la vida”. “Por mucho que la gente considere que están estupendamente y que tienen allí su comida, su cama y todo eso, rompe con tu vida y muchas personas no lo entienden como un tiempo que se pueda aprovechar”, incide al respecto la psicóloga.

“No es agradable para nadie el mero hecho de entrar en la prisión, independientemente de que sea reincidente o no, y todo el mundo prefiere estar fuera por muy bien que estén dentro, donde está claro que existe todo un submundo”, prosigue la psicóloga.

“Muy a gusto”

Con todo, Beatriz confiesa sentirse “muy a gusto” trabajando allí. Le ve una “parte positiva” a su empleo, como es que “el número de internos es bajo, lo cual te permite trabajar bien y conocerlos”. “Hasta te puedes permitir el lujo de tener ese trato más informal”, siempre, eso sí, manteniendo las distancias. En cuanto a la “parte mala, entre comillas”, la describe así: “Como psicóloga te gustaría ver muchas características y aquí hay un perfil concreto, por lo que hay programas de tratamiento y perfiles de población que no vas a ver”. ¿Por ejemplo? “Nosotros no tenemos primeros grados, por lo que no vas a trabajar con gente que tenga una alta peligrosidad”.

Y es que, según cree, rotundamente “no hay presos conflictivos” en la cárcel de Melilla, sino “circunstancias que pueden ser más o menos conflictivas en determinados momentos”. Así, contrapone la cárcel melillense con otras como puedan ser el Puerto 1 o Puerto 2, en el Puerto de Santa María (Cádiz), o el centro penitenciario Las Palmas 1 -también conocido como el Salto del Negro-, en las islas Canarias.

“Aquí no hay problemáticas reseñables salvo las circunstancias de una prisión. Está claro que siempre va a haber algún tipo de incautación de algo o alguna pelea. Es normal. No trabajamos en una guardería y hay que partir de esa base”, concluye la psicóloga.

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