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“Hago cine sin afán lucrativo"

Oskar Alegría (Pamplona, 1973) es un documentalista navarro autor de tres piezas, 'La Casa Emak Bakia', 'Zumiriki' y 'Zinzindurrunkarratz', que se ha estrenado recientemente en la Seminci de Valladolid. El primer documental habla de una casa, el segundo de un camino y el tercero de un árbol. Lejano del cine comercial, le gustaría hacer película como se pintan cuadros, sin tantos compromisos, sin hablar tanto de ella pues se estropea. Hace un cine muy personal: busca vivir dos veces, contar historias o resucitar palabras perdidas...

-Hace cine para estar bien. Realizó Kumiriki (Isla en el centro de río) para comprobar si el misterio de la orilla de enfrente del río donde de pequeño transcurría las vacaciones en un pueblo de la montaña navarra seguía vivo. Podrías describir cómo eran esos días sin tiempo.

-Eran interminables y en ellos no existía el miedo. Recuerdo días larguísimos. Claudio Magris dice una sentencia muy acertada: "Los constructores de presas son asesinos de la infancia". En mi caso fue así. Una presa dejó anegado el patio de nuestros juegos, una isla en medio del río llamada en el euskera de la zona Zumiriki. Los árboles quedaron en medio del agua, atrapados, como señales de esa tierra feliz que yace bajo sus pies. Hoy la isla y aquel paisaje es un juguete roto.

-Descubrir el enigma de la otra orilla... Ese verano idílicos de su infancia es como el tintero donde moja la pluma para contar las historias.

-No todo era idílico, había caídas, castigos, peleas, penalties que fallabas... pero sí, puede ser el tintero sobre todo de mi segundo filme, llamado como la isla, Zumiriki. Porque es el paisaje donde me oigo niño y donde vi a un ser muy misterioso que me fascinaba, un hombre que vivía solo, acompañado de un zorro en la orilla de enfrente, estuvo cuarenta años habitando un caserío perdido y aislado, sin agua ni luz... era mi héroe de la infancia. Su sombra sí ha sido un tintero donde mojar e inspirar cuentos de libertada y resistencia al tiempo.

-Su padre fue un maestro para usted, grababa unos super 8 y le daba un micrófocno para que contara lo que veía. Una profunda influencia en usted que ha marcado su forma de hacer cine.

-Así es, sobre todo por lo que dices de no pretenderlo. Creo que los mejores maestros o lo que más cómodo aprendemos es lo que menos pretenden enseñarnos. La letra sin sangre entra. Y me fijaba mucho en el gesto de mi padre, un gesto auténtico de querer recoger su mundo que desaparecía, sin más pretensión que la humana.

-La presencia de ciertos árboles le mantienen viva la memoria. Su abuelo Patxi vivía en armonía con la naturaleza, le enseñaba a leer la naturaleza. Su abuelo, otra fuente de inspiración... dice de él que nunca hacía la misma ruta, era curioso, amaba el encuentro y la contemplación de su paisaje.

-Esa generación respiraba y pisaba la tierra con suavidad. Era su principal fuente de vida. Por eso la manera de caminar a través del paisaje me parece muy importante en este último filme. No se trata de recuperar una senda olvidada de pastores, sino de tratar de moverse por el camino como ellos. Atendiendo al viento y buscando el encuentro con los vecinos.

-Siente la necesidad de contar. Un impulso vital y humano que se da dentro de usted.

-Soy periodista, luego cronista. Me gustan las historias en torno al fuego, no que el fuego se quede a solas. El hechicero que aviva esas llamas y les da un simbolismo me parece una figura fundamental y que cada vez se pierde más. En el arte contemporáneo me da que hay demasiado fuego pirotécnico. Sin mucha mecha.

-Le gusta decir que realiza cine artesanal... Filma plano a plano y cada plano tiene que ser oro. Su última película está cosida con imágenes mudas y sonidos ciegos. Y se acerca a un cine hecho para el tacto.

-Porque mi padre lo hacía de la misma manera. Escribió un diccionario de palabras perdidas de su pueblo, kostalangorri, peloa, sagundil, asisarre... son nombres de aves, plantas... que desaparecen, el nombre y ellos mismos. Y ese diccionario lo editó con una simple grapa. Pienso mucho en esa grapa. Es todo un manifiesto de lo artesanal que decimos. No hay un gran afán comercial. Es más una ofrenda y una misión. Mi padre regaló todos esos libros, uno a uno, a personas que sabía que lo iban a apreciar. Yo con el cine trato de hacer lo mismo.

-Sus documentales, realizados en bosques navarros, se entienden en lugares tan lejanos como Japón...

-Cuando terminamos la ruta Paolo y yo nos metimos en la niebla, que en la sierra de Andia, hacia donde se dirige esta película, es una niebla angelical. Y entonces pensé: todo camino que se introduce en la niebla termina en Japón... y se cumplió. Es increíble salir una mañana de un establo de un pueblo navarro con un burro al lado y... terminar en un lugar llamado Yamagata... Los caminos, como las películas o las aventuras, cuanto más tarde terminen, siempre es mejor.

-Zinzindurrunkarratz, su último documental, viaja con un burro... ¿Piensa que tal vez confiamos cada vez menos en el tiempo?. Una película en la que invita a contemplar el silencio.

-Viajo con un burro al lado, como Stevenson por las Cevennes. Y eso es ser co-piloto del viaje, ya que a veces él mismo, Paolo que es su nombre, era quién tomaba la decisión de ir por un camino u otro en las bifurcaciones. El burro además de ese manifiesto a la lentitud es un animal inteligentísimo. Todavía hoy los ingenieros de caminos los usan para trazar los mejores caminos para superar una pendiente. Un burro siempre piensa en zig-zag, nunca pierde la altura y sabe subir una cuesta echando mano del tiempo, tranquilamente y sin fatigas para alcanzar la cima. Esta película está hecha y pensada así, en zig-zag.

-Entre todas las Bellas Artes, usted se emociona con la pintura, la escultura, la arquitecutra, la danza, la literatura, el cine o la música...

-No sé si distingo tantas fronteras entre ellas. Como cuando te dicen que tres libros te llevarías a una isla desierta... prefiero elegir uno y solo un arte: la poesía.

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