La frase se le atribuye a Franco y, aunque pueda sorprender, en esa máxima se resume la esencia ideológica de las derechas de este país. Al Dictador le sirvió durante cuatro décadas, no solo como líder del bando Nacional durante la Guerra Civil, sino como estrategia de actuación durante su régimen. Franco obviamente tenía ideología y, por supuesto, ejerció el mando haciendo política con mano de hierro, sumando en su persona todos los poderes del Estado y reprimiendo con dureza las disidencias, ya fueran dentro de su esfera de Gobierno como en el mínimo espacio que quedara para ejercer la política en toda España.
Es muy llamativo que Feijóo nos sorprendiera estos días con otra máxima muy similar: “La clase política es la peor de los últimos 45 años. Incluido el Partido Popular”. Y no deja de ser curioso que, quien ocupa la nada desdeñable responsabilidad de liderar la oposición frente al Gobierno central, se sitúe fuera del tablero con esta fórmula de escapismo ideológico, como si él no formara parte de la crispación y la polarización a la que ha llevado su propia acción política.
Al líder de la oposición le puede parecer una estrategia acertada, suponemos que emulando a sus predecesores ideológicos. Convertirte en juez y parte da altura de miras y, como ya hiciera el Dictador, te permite dar la imagen de que evitas los conflictos porque eres capaz de resolverlos salomónicamente. A Franco le sirvió evitar luchas internas que dieran mala imagen internacional, cambiando constantemente de ministros. O, en su juego internacional durante la II Guerra Mundial, evitando casarse con nadie, al mismo tiempo que buscaba amigarse, en la medida de lo posible, con todo el mundo.
Con un comportamiento claramente pragmático, el Dictador supo alinearse con sus correligionarios nazis y fascistas desde una posición “no beligerante” en el frente occidental. Es decir, un apoyo ideológico y económico, pero no militar. Y, a partir de 1943, cuando el conflicto se inclinaba del bando aliado, declaró su absoluta neutralidad y comenzó a dar privilegios a los americanos. Al mismo tiempo, en el frente oriental, contra el peligro del comunismo, decidió crear un grupo de voluntarios que lucharía contra los soviéticos, ganándose el apoyo de los alemanes. En el Pacífico también jugó las cartas del aliado americano oponiéndose claramente a los japoneses, cuya política consideraba anticristiana y antioccidental.
Entendemos que Feijóo quiere hacer gala de ese pragmatismo, que considera una virtud de sus predecesores ideológicos, como ya hicieran Fraga durante la Transición democrática o Aznar durante la Guerra del Golfo. Ahora juega en la liga de la no confrontación y la no beligerancia. Imagino que eso le permite colocarse en una posición muy diferente a la de su compañera Ayuso que, además de estar cada vez más salpicada de corruptelas en su entorno, juega sin complejos a mantener un pulso con el Gobierno socialista desde los postulados más extremos de la derecha. Al mismo tiempo que se presenta como líder moderado que sabe abstraerse de la refriega en la que se ha convertido la política española, aunque él sea uno de los principales culpables de la actual situación.
Nos preguntamos si eso de calificar a todos sus compañeros de partido como parte activa del fango político forma parte de una claudicación ante el evidente hartazgo que le debe suponer el estilo que ejerce el PP, tanto desde la oposición como desde las instituciones. O todo forma parte de una estrategia en la que a sus compañeros les da igual desempeñar ese papel bien asumido de pendencieros para salvar la imagen de un líder que lleva transitando el peligroso camino de la crispación desde que perdiera la posibilidad de conformar gobierno.
Soy de los que piensan que más bien es lo segundo porque, como señalaba desde el principio, a la derecha le gusta abstraerse de la política como si ellos, aun siendo actores principales, no tuvieran nada que ver con la confrontación y, de paso, con su corrupción o degeneración. Ellos deben servirse del poder de forma natural, como si de una herencia se tratase.
El juego de democrático es un fastidio que les aleja de su cometido esencial, que es ejercer el poder sin que nadie pueda cuestionárselo y, menos aún, arrebatárselo. Y en esa dialéctica estamos, con más de cinco años sin renovación del CGPJ y sin haber asumido abiertamente que el Gobierno legítimo es el que se formó tras las elecciones del 23J, con una mayoría parlamentaria que ellos no fueron capaces de sumar y menos respetar que se articulase entorno a un Gobierno progresista liderado por Pedro Sánchez. Recordemos que Feijóo tuvo oportunidad, pero “no quiso formar Gobierno”. Él, como buen líder de derechas, está por encima de todo, incluido de la Constitución, de la democracia y, por supuesto, de la insoportable política.
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