El pasado 24 de febrero a las 04:00 horas, las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa llevaron a cabo una vulneración grave de la legalidad internacional, violando las fronteras de un país soberano y desencadenando una ofensiva militar convencional con graves consecuencias para la seguridad física de bienes y personas en todo el territorio de Ucrania.
En realidad, la ofensiva sobre Ucrania no comenzó en febrero de este año, sino que ya lo había hecho en 2014, cuando los llamados hombres de verde, de los que todo el mundo decía que eran combatientes rusos, pero, en teoría no se identificaban como soldados de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa, propiamente dichas, ocuparon el territorio de la Península de Crimea, obteniendo la anexión de hecho de la península de Crimea por parte de Rusia. Este hecho fue asumido de manera apática por la comunidad internacional y se aceptó como un hecho consumado, con cuyo sacrificio se aspiraba a obtener una finalización de las aspiraciones rusas en Ucrania.
Otro hecho indiscutiblemente relevante fue el del reconocimiento de las dos provincias ucranianas de la región ucraniana del Donbass (Lugansk y Donetsk) como repúblicas independientes por parte de Rusia dos días antes de la invasión armada del 24 de febrero. Es preciso reconocer que los países de la Unión Europea tardamos en aceptar la realidad de creer que Putin sería capaz de alterar de una manera tan grave la legalidad internacional. Una ofensiva convencional armada en el continente europeo en 2022 parecía difícil de asumir y preferíamos creer la versión victimista que los diplomáticos rusos se esforzaron en divulgar por los países occidentales con anterioridad a la invasión, asegurando que nunca se iba a producir, pero que el llamado avance de la OTAN hacia el este representaba una amenaza de carácter existencial para Rusia que debía de cesar.
Con anterioridad a esta crisis hubo algún líder político europeo que consideraba a la OTAN en muerte cerebral, habida cuenta de que, en teoría, riesgos como el que ha materializado Putin con su brutal invasión no parecían probables en nuestro continente. No es un reproche concreto que se pueda dirigir de manera exclusiva a éste o a aquel líder político en la Unión Europea. En el Concepto Estratégico de la OTAN de 2010, todos aspirábamos (porque lo creíamos prácticamente un hecho) a disponer de un espacio euroatlántico de paz y seguridad en el marco de unas relaciones pacíficas OTAN-Rusia no experimentadas nunca antes en la Historia.
Por su parte, la Unión Europea disponía de una Política Común de Seguridad y Defensa que se sabía poco común, en el sentido de poco compartida, habida cuenta del carácter soberano de los países miembros y de sus divergentes objetivos estratégicos de carácter internacional.
Ambas organizaciones se han visto fortalecidas como consecuencia de la invasión rusa de Ucrania hasta el punto de que países, tradicionalmente neutrales, como Finlandia o Suecia, han solicitado su alineamiento con la OTAN y otros, como Dinamarca, han abandonado su aislacionismo en lo concerniente a la defensa europea. La propia Unión Europea ha emitido su denominada Brújula Estratégica, que, si bien de limitado alcance operativo, comporta un notable esfuerzo por asumir una interpretación estratégica común de los riesgos para la Unión Europea.
La que sí que ha visto negativamente afectada su imagen ha sido la Organización de las Naciones Unidas y en particular su Consejo de Seguridad, estructura responsable a nivel global de intervenir en los procesos de conflicto a fin de conducirlos a una resolución pacífica, que se ha visto desafiado por uno de sus miembros permanentes, con derecho a veto, que se ha convertido en la mayor amenaza a la paz y a la estabilidad mundiales. Se asume que, tras la crisis en la que nos encontramos inmersos, se impondrá una profunda revisión de la eficacia con la que actúan estas herramientas que el mundo se dio después de la Segunda Guerra Mundial a fin de liberar a los pueblos del ‘flagelo de la guerra’, para lo cual será necesario abordar otros mecanismos de gestión de crisis u otro equilibrio de poderes o de capacidad de actuación entre los actores actualmente existentes. Otra opción, lógicamente más agresiva, es la de llevar a cabo, incluso, una sustitución de organismos, o de composición de los mismos, por otros.
En la actualidad y como efecto de reacción al escepticismo precedente, citado al principio, los líderes políticos ucranianos se afanan en hacer entender a la comunidad internacional, con éxito, que no existe otra alternativa para el nuevo orden mundial que la derrota de las Fuerzas Armadas de Rusia y el retorno de las fronteras exteriores de Ucrania a su situación anterior a la ocupación de la península de Crimea por la Federación Rusa.
La Sesión plenaria de Primavera de la asamblea Parlamentaria de la OTAN, desarrollada el pasado fin de semana en Vilna, Lituania, fue el escenario de la emisión de dos Declaraciones formales de la Asamblea. La primera de ellas relativa al apoyo a Ucrania a proporcionar por parte de los países aliados. La segunda, para enfrentar la amenaza que Rusia, la Rusia de Putin, representa para el orden internacional.
Ambas declaraciones tienen, obviamente, varios aspectos comunes de los que sólo citaré uno consistente en manifestar que la Asamblea Parlamentaria de la OTAN aplaude la unidad de los aliados y sus colaboradores principales, con especial mención a la denominada como colaboradora principal de la OTAN, la Unión Europea, de cara a la agresión rusa, el apoyo material y político proporcionado a Ucrania y las necesarias medidas adoptadas por la OTAN para potenciar sus dinámicas de defensa y disuasión.
En resumidas cuentas, con la vista puesta en la inminente cumbre de la OTAN, a celebrar en Madrid a finales de este mes, así como del nuevo concepto estratégico que de ella dimane, es preciso mantenerse con firmeza en el lugar adecuado del escenario internacional ante lo que se perfila, de manera cada vez más nítida, como un nuevo orden mundial.