Opinión

El concepto de guerra híbrida y su relevancia en los tiempos actuales

Al referirme al concepto de ‘guerra híbrida’, o ‘ataque híbrido’, ‘estrategia híbrida’, ‘tácticas híbridas’ o ‘conflicto híbrido’, tiene muchísimo que ver con la implementación de una estrategia o varias de confrontación que, irremediablemente, no transitan únicamente por una acción de naturaleza militar. Ciertamente, una nación puede valerse de diversos métodos para que, gradualmente, vayan socavando tanto la seguridad como la estabilidad de otro estado, tomando como ejemplos los ciberataques o la emisión de una concentración masiva de tuits que vayan dirigidos en contra de la oposición de una administración concreta.

Al mismo tiempo, el engranaje de otras herramientas como la insurgencia, la migración o el manejo de fakes news o la desinformación, entre algunos, se contemplan igualmente como las piezas de un puzle de combate no tradicionales, donde la propaganda y la incitación son los ingredientes esenciales. Según expertos y analistas, este ideal de agresiones es cada vez más frecuente.

Ahora bien, la caracterización del alcance clásico de ‘guerra híbrida’ con las operaciones de la Federación de Rusia en la crisis de Ucrania, postula la combinación de dos modalidades extremadamente discordantes de realizar la guerra y, en definitiva, inducen a una confusión en el espacio de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, en adelante, OTAN. Toda vez, que una incongruencia que resalta dentro de este escenario es que la percepción de ‘guerra híbrida’, a pesar de la cantidad de reprobaciones recogidas, se ha mitificado hasta llegar a preponderar el debate en la Seguridad Internacional.

Sin embargo, este contexto podría descifrarse asumiendo que el énfasis en lo ‘híbrido’ es, sencillamente, el término de la toma de conciencia de una vulnerabilidad: en las circunstancias más presumibles de conflicto, la Alianza Atlántica podría atinarse en una realidad de desventaja estratégica con relación a la Federación de Rusia.

Y es que, los movimientos materializados en los prolegómenos de la complejidad que aprisiona a Ucrania, quedan reconocidos con la noción de ‘guerra híbrida’ dominante. Con ello, quedan adulterados a nivel conceptual dos patrones totalmente discordantes; por un lado, ejecutantes no estatales como Hezbolá, o incluso seudo estatales, como el autodenominado Estado Islámico, con el de un actor como la Federación de Rusia en los acontecimientos de 2014 y actualmente en el año que vivimos.

A pesar de estas apreciaciones, el criterio de ‘amenaza híbrida’, y por extensión, ‘guerra híbrida’, ha cobrado el máximo de denominador común, erigiéndose en materia imperante de los debates de la Seguridad y Defensa, e incluso, arrinconando a la omisión otros supuestos acerca de la guerra presente. Este apogeo es exclusivamente perceptible en la esfera de la OTAN y, por amplificación, en los territorios que se ensamblan a la realización doctrinal del Mando Aliado de Transformación.

Obviamente, concurren argumentos funcionales que podrían justificar este incremento, pero dan la sensación de ser exiguos para esclarecer la divulgación alcanzada, tanto por la concepción como por sus contenidos. Lo ‘híbrido’, ya sea en la fórmula de guerra o de intimidación, es un pensamiento proveniente del recinto académico en el que se acentúa la inclinación en los nuevos conflictos de invertir paralelamente una extensa gama de procedimientos para armar la guerra.

Esta tendencia de distintos procederes estratégicos, o de capacidades convencionales con estilos irregulares, pueden rematarse con el automatismo nebuloso de la violencia y desencadenarse en un entorno donde la discriminación entre combatientes y no combatientes no es visible.

"Sabedor que el término se queda algo reducido para englobar el escenario que quiero focalizar, la retórica en sus complicidades podría ser meramente fruto de la valoración de esta situación"

Como resultado de lo anterior, las guerras híbridas disipan los márgenes clásicos entre guerra regular e irregular. Hay dos aspectos que son fundamentales a la hora de establecer el sentido propio de ‘guerra híbrida’.

El primero de los caracteres es que la concordancia de reglas estratégicas, tácticas y capacidades sobrepasa las cotas operacional y táctica. Esta peculiaridad diversificaría a las ‘guerras híbridas’ de las denominadas ‘guerras mixtas’, donde la correlación tendría lugar exclusivamente a ras estratégico. Si bien, no se trataría de una nueva técnica de hacer la guerra. Y la segunda, de las condiciones reside en que las amenazas híbridas pueden consumarse en forma tanto de Estados como de actores no estatales, como el movimiento islámico chií Hezbolá en la ‘Guerra del Líbano’ (12-VII-2006/14-VIII-2006).

Conjuntamente, la ‘guerra híbrida’ domina un asiento intermedio entre dos extremos claramente enraizados: el conflicto ‘armado convencional’ y el ‘conflicto asimétrico’. Así, los amagos híbridos se reconocen con la actuación de aquellos actores que, en detrimento de condiciones, no desisten a ninguna de las vías aprovechables para lograr sus propósitos.

Al mismo tiempo, se ha sorteado el alud de críticas que toleró la primera enunciación de la tesis de las nuevas guerras, inexcusablemente, para evitar favorecer que lo híbrido entrañara novedad alguna, sino en todo caso, una refundición de razones estratégicas, capacidades y tácticas habituales. Con lo cual, el Hezbolá del conflicto de la República Libanesa describía una muestra más específica de amenaza híbrida que el que propiamente planteaban otras hipótesis, como ‘las guerras de cuarta generación’, cuya última adaptación se incardinaba en las actividades de la insurgencia iraquí tras la ‘Segunda Guerra del Golfo’ (20-III-2003/1-V-2003).

Hacia 2010, la imagen de ‘guerra híbrida’ había cruzado el contorno académico y la controversia acerca de sus discrepancias se había incrustado en el terreno de la Defensa. A pesar de todo, no consta una clara apuesta por sus implicaciones.

Así, en los Estados Unidos no había unanimidad en cuando al esclarecimiento del concepto, porque se cuestionaba su aprobación, e incluso se afirmaba que, con las doctrinas vigentes sobre la guerra convencional e irregular, eran proporcionadas para dibujar la situación real y futura de las operaciones militares. De cualquier manera, se corrobora cierta aprobación sobre el menester de prestar la debida deferencia al fenómeno desde el horizonte militar.

En idéntica sintonía, la OTAN encasilló el inconveniente en la línea militar, aunque conservaba pocos vínculos con el empleo clásico de las capacidades de combate. Posteriormente, esta institución realizó diversas investigaciones internas donde precisó los desafíos híbridos. Y como colofón, los mandos estratégicos elevarían de modo contiguo su iniciativa de cómo podría ser la aportación militar en el momento de enfrentar estas amenazas.

En esta exposición se confirmaba que, aun no preexistiendo vacíos doctrinales reveladores de cómo contraponer estos peligros, una gran mayoría de las respuestas quedaban al margen de la órbita militar. Como derivación de ello, era imprescindible optimizar lo que se conoce como ‘enfoque integral’. Por lo que la observación de los mandos estratégicos de la OTAN profundizó en las repercusiones de las advertencias híbridas a lugares no rigurosamente militares y contempló el imperativo de cooperación con otros actores y capacidades.

Independientemente de los distintos respaldos obtenidos, las peculiaridades del debate sobre la ‘guerra híbrida’ en la etapa preliminar a la crisis de Ucrania, radicó que nos estamos refiriendo a una dificultad militar sin solucionar. Prueba de ello es el requerimiento a adjetivos tales como ‘adaptables’ y ‘flexibles’, en la cuestión estadounidense, o indicaciones a la visión sistémica de la OTAN. Ambos evidencian el sino de un cambio ante el paradigma de las sistematizaciones militares, aunque sin pormenorizar en qué trayectoria.

En el rompecabezas de Ucrania, la totalidad de ejercicios llevados a la práctica por la Federación de Rusia, tanto militares (convencionales y no convencionales), como políticos, diplomáticos y otros que corresponden a la información, se insertaban en el molde de ‘guerra híbrida’ que hasta entonces imperaba. El único contraste versaba que en esta ocasión habían sido llevados a cabo por un actor estatal, y no por grupos como Hezbolá, con un brazo político y otro paramilitar.

En un abrir y cerrar de ojos, la tipificación de Rusia con el chantaje híbrido fue vertiginoso. Expresiones como ‘guerra híbrida’ y ‘amenazas híbridas’ encabezaron los documentos oficiales de la Alianza Atlántica, como un elenco de divulgaciones científicas y académicas.

La individualización de las maquinaciones de Rusia en Ucrania con la consideración de ‘guerra híbrida’, entrevió la plena libertad de ejecución para aprovechar de forma integrada una vasta multiplicidad de ingenios militares y no militares, con vistas a conseguir sus empeños estratégicos.

El cóctel de dos variantes transcendentes y a todas luces discordantes, ha originado una sucesión de desenlaces que han sido especialmente considerables en el universo de la Alianza. Primero, la praxis y estrategia rusa se ha asociado a la réplica arraigada de las nuevas guerras, hasta convertirse en blanco de calificaciones por parte de sus contrarios. Y segundo, el hecho es que la intuición de ‘guerra híbrida’ se ha mitificado hasta apoderarse de la Seguridad Internacional, lo que no deja de ser una incongruencia.

El retoque en la significación de ‘guerra híbrida’ con la conducta de la Federación de Rusia en la crisis de Ucrania, indujo a la aparición instantánea del modelo infundado al debate de las nuevas guerras. La designación de ‘nuevas’, aunque en sentido minucioso, únicamente es ajustable en la práctica y por extensión, a las guerras de ‘cuarta generación’ y ‘guerra híbrida’.


El estudio de las ‘nuevas guerras’ defiende que los conflictos armados activos se identifican por carices como el protagonismo de actores no estatales, la preeminencia de las agendas de estas agrupaciones sobre cualquier otra meta geopolítica o ideológica, el acento en la intervención del conjunto poblacional o la financiación a través de los recursos de la violencia.

En atención a estos autores, los rasgos ya no se ajustarían con la guerra reinante del siglo XX y anteriores. Otra proposición en un perfil análogo y que ha asumido una amplia resonancia, es la consabida como ‘guerras de cuarta generación’. Este guion de guerra mirando a la espiral insurgente, en comparación con las formaciones precedentes, constituyen la evolución más contundente distinguida en el devenir de esta manifestación, siendo una de sus principales particularidades la merma del acaparamiento de la violencia de los Estados.

Recapitulando éstos y otros fundamentos equivalentes y de manera genérica, puede afirmarse que todos ellos convergen en la negación del medio inalterable de la guerra y en el apremio de otro paradigma para interpretar las guerras contemporáneas.

A la mitificación de la imagen de ‘guerra híbrida’, podrían coadyuvar discursos funcionales que es indispensable mencionar. Así, las estimaciones a las distintas presunciones sobre los conflictos de nuestros días habrían catapultado, tanto a los principios de las ‘nuevas guerras’, como a las de las ‘guerras de cuarta generación’, mientras que los valedores de las ‘guerras híbridas’ jamás han sostenido que se trate de una certeza. Luego, la condición estructural al comentario potencial, hace de la ‘guerra híbrida’ un mecanismo más seguro que otros para ser manejado en una gama de coyunturas. La validez del vocablo ‘híbrido’ sobrepasaría a la conveniencia de una definición concreta del concepto con muchísima más influencia explícita, porque trasluce la composición de los conflictos posmodernos, aunque ello sea a costa de sobrecargar el vocabulario estratégico.

Por ende, la ventaja de poner en juego esta palabra en los círculos políticos, lo que encierra su propagación en una audiencia innumerable, equipararía con creces las dificultades procedentes de un permisible desarreglo conceptual que perjudicaría, en el peor de los casos, a las esferas más condicionadas como pueden ser la académica.

Por lo tanto, las fuerzas armadas soviéticas se hallarían en un intervalo de preparación y adiestramiento, haciendo alarde de su señorío convencional asentado en reciedumbres terrestres apuntaladas por armas de precisión, tecnologías de reconocimiento y consecución de objetivos con uso intensivo de prácticas de guerra electrónica.

Amén, que los esfuerzos que llevaron a la anexión de Crimea y los combates en la región de Dombás, han sido descifrados en el terreno de la OTAN como una destreza sustentada en el manejo de medios no militares.

"Las lecciones aprendidas del comportamiento ruso en la crisis de Ucrania, así como las apreciaciones del prototipo estratégico a aceptar en escollos eventuales, se parecen excepcionalmente a una muestra comparable al de la Guerra Fría"

Hay que enjuiciar al respecto dos perspectivas primordiales. La primera, pasa por la agudeza en la ‘guerra híbrida’ que es la raíz o el motivo de distracción, imposibilitando focalizarse en las propiedades verdaderamente importantes del pensamiento estratégico ruso. Y, la segunda, vinculada con la impresión de ‘movilización estatal’, inconfundible dentro del arquetipo del conflicto armado convencional, y estrechamente interconectado con el apoyo de los cauces nacionales en la salvaguardia del Estado ante una acometida armada.

Asimismo, continúa siendo un componente básico dentro de la concepción occidental de Defensa Nacional, algo que, de algún u otro modo, está insertado en la mayoría de los territorios desarrollados y es el marco desde el que convendría encajar el panorama ruso en conexión a la OTAN y, de ahí, su grandilocuencia en la creíble hegemonía de Rusia en cuanto a las facultades militares convencionales.

La probabilidad de un embate convencional entre la OTAN y la Federación de Rusia es remota.

Junto a lo expuesto, este diseño de guerra empleado en Ucrania, más que una inquietud militar, lo que augura es un desbordamiento operable de las pautas de reacción de la Alianza, contemplando que llegase a superponerse en los países miembros.

Sin ser manifiesta la autoría del acometimiento, recurrir al artículo quinto del ‘Tratado de Washington’ no es una misión accesible, y más todavía alcanzar acuerdos que admitan un funcionamiento robusto. Esto se agrava con la incertidumbre de si este tipo de guerra se destina con finalidades defensivas u ofensivas. A este tenor, se valora que un presumible enfrentamiento con la Alianza Atlántica, recaería en la ‘disuasión estratégica’, concepto que rebasa el ámbito de la estrategia militar y se emplaza en el punto cardinal de la Estrategia de Seguridad Nacional.

Entretanto, la ‘disuasión estratégica’ se resolvería a través del tratamiento e implantación de disposiciones conjugadas en el área política, militar, diplomática, económica e informativa, porque goza de aspectos que lo hacen único: universalidad, persistencia y fusión de las lógicas de disuasión y coerción.

En relación a la primera de ellas, la universalidad, trabaja para lograr los planes políticos en la inercia unificada de distintas capacidades; mientras que, con la persistencia, es susceptible de administrarse a lo largo de todo el espectro paz-guerra. Por último, la combinación de disuasión y coerción le otorga el arqueamiento proporcionado como para adecuarse a los cursos cambiantes del conflicto armado ante una casual frustración de la disuasión.

A decir verdad, la disuasión estratégica compondría una inclinación irreductible y multidimensional para contener y sostener las intenciones estratégicas en materia de seguridad, como pericia basada en la utilización sistematizada e institucionalizada de diversos ingenios y recursos del Estado bajo un conocimiento estratégico genuinamente integral.

Además, un exclusivismo de la Federación de Rusia es la inclusión en el sistema de la opción nuclear, matiz que irremediablemente produce una turbación suplementaria en el ámbito aliado.

En consecuencia, los Estudios de Seguridad se encaprichan en moverse por detrás del entorno efectivo que tratan de intuir y tomar la delantera. Tan sólo cuando las vicisitudes han desalentado los viejos paradigmas, los observadores renuncian a su reincidente conservadurismo teórico y hacen tabla rasa de antiguas obcecaciones, confeccionando para ello otra posición que les deja deducir y operar en un planeta que compite con otras normas.

Esta ha sido la carrera sinuosa que ha empujado a la eventualidad de otra noción que permite conocer el modelo de conflictos que prevalece en la palestra y que presagia convertirse en el reto del futuro: las ‘guerras híbridas’.

Desde las ideas de influencias especiales o el desenvolvimiento de rutinas de información, hasta los combatientes fundamentalistas del Estado Islámico que entrañan en sus incursiones terrorismo suicida, armas químicas o agresiones de toda índole, el crédito de lo ‘híbrido’ ha aflorado como un estilo de captar la metamorfosis de las confrontaciones bélicas a talentes más enigmáticos e inseguros. Teatros operacionales que imponen a los Estados democráticos redefinir sus gestiones y disciplinas a las que han de conferirse para desempeñarlas apropiadamente.

A resultas de todo ello, la amalgama de conspiraciones materializadas por la Federación de Rusia en Ucrania, totaliza una campaña prediseñada de acoso y derribo en los que un Estado monopoliza de modo arrollador una artimaña desbocada de habilidades para proyectar los vasos comunicantes de una estrategia de conflicto asimétrico ante la Comunidad Internacional. Desde entonces, lo encabezado como ‘híbrido’, ha plasmado no poco desconcierto en el terreno de la Alianza Atlántica por varios motivos.

Sabedor que el término se queda algo reducido para englobar el escenario que quiero focalizar, la retórica en sus complicidades podría ser meramente fruto de la valoración de esta situación.

En esta opinión, la contraposición ‘disuasión estratégica’ se entiende como el marco propicio para percatarse de la interrelación entre estos dos actores, sobre todo, vislumbrando que la pugna armada convencional es la deriva que Rusia quebranta con misiles y armas de largo alcance en suelo ucraniano. Evidentemente, en esta atmósfera del impacto de la guerra la Alianza se hallaría en inferioridad estratégica avistando a Rusia.

Finalmente, las lecciones aprendidas del comportamiento ruso en la crisis de Ucrania, así como las apreciaciones del prototipo estratégico a aceptar en escollos eventuales, se parecen excepcionalmente a una muestra comparable al de la ‘Guerra Fría’, donde tal vez, el siguiente avance de la OTAN radique en una reiteración de la contestación cimbreante y en período de escalada, porque de no verificarse algún cambio sustancial, la dirección de equilibrio estratégico que habilite una inmediata distensión, aún se prorrogaría en aparecer.

Un ciberataque contra los dos bancos principales de Ucrania, PrivatBank y Oschadbank o el Ministerio de Defensa, el vasto abanico de tentativas se agrandaría a más no poder como algunos de los actos diligentes de la ‘guerra híbrida’ que Rusia libra desde hace demasiados años contra Ucrania.

Y es que, a golpe de vista, el mundo contemporáneo parece no tomar en cuenta, pero a los ojos de los habitantes de este país asediado por esta estrategia de desgaste que resulta cotidiano y, si acaso, mortal de necesidad.

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