Hoy hace justo un año que el piso de la calle Primo de Rivera donde vivían Mohamed, Yamina y las tres hijas de ambos dejó de ser su hogar. El terremoto de 6,3 grados en la escala de Richter que sacudió nuestra ciudad se cebó especialmente con la zona del centro, donde proliferan inmuebles de notable antigüedad. Como este.
En la fachada principal, un balcón de la primera planta continúa apuntalado doce meses después del seísmo. Pero los daños causados por el temblor de tierra se observan en todo su alcance cuando Yamina y Mohamed abren la puerta de la que fue su casa, en el segundo piso.
Siguiendo el pasillo, en la primera habitación a la derecha, un hueco de varios metros de largo deja incomunicado el tabique del techo. “¿Cómo quieren que vivan mis hijas aquí?”, pregunta Mohamed, desempleado de 55 años.
En el albergue
Él y su esposa, de 50, tienen tres niñas de 12, 9 y 7 años. Los cinco llevan desde el verano viviendo en una habitación del albergue de San Vicente de Paúl.
Su periplo lejos de la que fue su vivienda comenzó en el Hotel Melilla Puerto, donde estuvieron unas tres semanas. Después, los trasladaron a la Casa del Mar y, de ahí, al Hotel Nacional, donde pasaron “cuatro meses”. Al albergue llegaron en verano.
La visita a la casa continúa en la habitación contigua, donde proliferan las grietas y diez puntales impiden que el techo se derrumbe. La estancia de al lado también está apuntalada.
Esta familia vivía de alquiler y es una de las tres afectadas por el terremoto que se encuentran en el albergue. Otra está en un hotel.
Mohamed y Yamina tienen casi todas sus pertenencias en la casa, puesto que en la habitación de su actual alojamiento no disponen de espacio para ellas.
Les exigen el alquiler
“El dueño de la casa quiere que le paguemos 4.500 euros”, señala Mohamed. La cantidad corresponde a todo un año de alquiler. Los doce meses que no han podido vivir en ese piso desde que el terremoto marcó sus vidas.
El padre de familia no tiene ingresos. Su mujer, tampoco. “Me toca cobrar el IMI”, explica Yamina, “pero, hasta que no tenga casa, nada”.
Mohamed retoma la palabra: “Piden seis meses de fianza para alquilar una casa de 500 euros al mes. Si no tengo trabajo, ¿cómo vamos a pagar eso?”.
Cinco en una habitación
Este matrimonio afirma que el albergue está limpio, pero explican lo complicado que es vivir cinco en una habitación. “Yo duermo en el suelo”, dice el padre, mientras su esposa e hijas se apañan para caber en una sola cama, según afirman.
Pero el albergue tiene horarios y buena parte del día hay que pasarla fuera. “Cuando paseamos en la calle, mi hija me dice: mamá, tenemos que descansar un poquito. Y yo le contesto ¿dónde?”, lamenta Yamina.
Las niñas son las que más sufren esta situación. Una tiene anemia. “En el albergue no quiere comer”, recuerdan sus padres. Las hijas estudian en el colegio Velázquez. “Tienen que hacer los deberes en el suelo de la habitación”, señala Yamina. Pero más le duele el corazón cuando recuerda lo que las pequeñas les cuentan del colegio. “Hay niños que se ríen de ellas y les dicen: yo tengo casa y tú estás en el albergue”.
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