El Club de Jubilados y Pensionistas ‘La Amistad’ homenajeó en la tarde de ayer a Gregorio Castillo.
Este melillense de adopción ha estado durante 30 años al frente de esta entidad y ahora ha decidido pasar a un segundo plano. Aseguró, en declaraciones a este periódico, que hoy en día este tipo de asociaciones son más necesarias que nunca porque las “personas mayores siempre deben estar unidas”. ¿La razón? Gregorio lo dice alto y claro: “Los mayores, cuanto más lejos mejor, como los trastos viejos. Eso es lo que piensa la sociedad de nosotros”, manifestó. Lejos de vivir una jubilación entre el sofá y la partida de petanca, Castillo siempre se ha implicado al máximo en su labor como presidente del club. “Me dejé la piel buscando un espacio para la asociación, cuando las monjas y los curas nos echaron del centro que ellos nos habían dejado en El Real”, recordó. Tras una larga búsqueda encontró el local del que disfrutan los socios hoy en día, ubicado en la urbanización Minas del Rif. “Es nuestra propiedad. Este local lo hemos pagado al completo, tras 10 años de hipoteca”, afirmó orgulloso.
Reflexión, tras tres décadas
Tres décadas dan para mucho. Castillo ha sido testigo de los mejores años de la asociación, pero también de los “más difíciles” porque, al igual que en muchos otros ámbitos, la tijera también llegó al club de jubilados. “Las subvenciones brillan por su ausencia. Antes la Ciudad me pagaba la luz, el agua y el teléfono”, lamentó. No obstante, es consciente de que el problema de ahora es que no hay para todos y que hay que repartir la escasez. “Intentamos seguir a trancas y barrancas con la mínima subvención”, explicó. “No le tiremos mucho a las autoridades”, dijo en un rapto de sensatez.
Melillense de adopción
Castillo nació en 1929 en Lucena (Córdoba). A Melilla llegó un 17 de mayo de 1949 para examinarse en el Parque de Artillería. Allí trabajó en los talleres de carpintería y montaje, tras 45 años de servicio, hasta los 65 años. Aquí conoció a su mujer, Antonia López, con la que tuvo dos hijos. A sus 87 años Castillo no vive ajeno a las miradas de asombro que se posaron sobre él por su elegancia y por su perfecta oratoria. “Tengo muchas amigas en el club”, bromeó y añadió: “Mi mujer no se pone celosa”. Su esposa no tiene ningún motivo para hacerlo. Explicó a este periódico, que precisamente deja la directiva del club porque quiere cuidar de su mujer. “Necesita mi ayuda y uno mismo también tiene que ir acostumbrándose poco a poco al sofá y sopitas”, apuntó.
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