Si bien, el protagonismo militar español en el Norte de África comienza en los inicios del siglo XVI, no sería hasta la ‘Guerra de África’ (22-X-1859/26-IV-1860) o ‘Primera Guerra de Marruecos’, cuando en sí, la intervención comenzó a ser más directa.
Años más tarde, soslayándose las irrupciones percutidas por las tribus rifeñas contra las posiciones de la Plaza de Melilla, más el consiguiente envío de Tropas que constituyeron la base del ‘Ejército de África’, precipitado por los antagonismos de los imperios coloniales de Inglaterra, Francia y Alemania y con Marruecos en franca descomposición, comenzó su repartición.
Precisamente, en la Conferencia de Algeciras celebrada en 1906, el Norte y Sur de Marruecos le quedó asignado a España, principalmente las zonas del ‘Rif’, ‘Cabo Juby’ e ‘Ifni’. Toda vez, que a Francia le correspondió el resto del país alauita. Sin embargo, la figura jurídica aplicada en el ‘Protectorado Español’ era la más pobre, acarreando una compleja orografía y con más contrariedades en cuanto a su conjunto poblacional.
En otras palabras: este espacio geográfico no supuso beneficio para España, porque se constituyó en un pozo sin fondo para el Estado. Entre tanto, aun siendo la superficie más colindante con la Península Ibérica, era la más enrevesada de controlar de los demás territorios. Ya, en la etapa de 1911 a 1927, se desencadenó la ‘Guerra del Rif’, el entresijo de mayores dificultades para el dominio del Protectorado, en la que concurrían épicas e intrépidas unidades como punta de lanza, hasta convertirse en un Cuerpo de élite del Ejército Español y en todo un emblema.
Y es que, muy próxima a la Legión, como fuerza de choque y vanguardia, los Regulares rubricaron con letras de sangre cristalizadas en oro, memorables páginas en la ‘Historia Militar’, hasta erigirse en las sucesoras y herederas tanto de sus historiales intrépidos, como de sus vicisitudes audaces de armas.
Entre los numerosos renglones documentados al ritmo de avatares y circunstancias extraordinarias provocadas en los campos de batalla, destacaría la semblanza de un militar curtido cien por cien, que pasó a perpetuidad como héroe glorioso y legado preciadísimo para los Ejércitos de España.
Obviamente, me refiero al Teniente Coronel don Santiago González-Tablas y García-Herreros (1879-1922), quién cara a cara se halló ante la muerte, dirigiendo las operaciones en la zona Occidental del Protectorado durante la toma de ‘Tazarut’, no pudiéndose pagar a más alto precio, que con la vida del Jefe de los Regulares que tanto había aportado con su carácter valeroso en los éxitos militares de Melilla y Tetuán.
Con lo cual, lo que aquí se relata, es una de las figuras más nobles, heroicas y valiosas de los hechos de armas en tierras africanas. Su historial y las singularidades de su relieve, lo encumbran en el paradigma de ese militar que supo defender a su Patria sin ninguna condición.
Sin pretender trazar la biografía de este insigne Soldado que está ampliamente definida por ilustres historiadores, analistas y autores, me ceñiré en los hechos señalados de su muerte enmarcada en la ‘Campaña de Marruecos’ y en la repercusión que contrajo en la opinión pública, así como de alguna alusión puntual de edición impresa de la época, que lo realzaron desde el instante de constatarse tan fatal desenlace.
Inicialmente, por Real Orden Circular de 30/VI/1911 dispuesta por S.M. el Rey Don Alfonso XIII, se establece en el Ejército un Batallón de Infantería acomodado de cuatro Compañías y un Escuadrón de Caballería Indígenas, con la denominación de ‘Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla’, dependiente de la Capitanía General de Melilla.
“Los Regulares rubricaron con letras de sangre cristalizadas en oro, memorables páginas en la Historia Militar, hasta erigirse en las sucesoras y herederas tanto de sus historiales intrépidos, como de sus vicisitudes audaces de armas”
Dichas Fuerzas estarán al mando de un Teniente Coronel de cualquiera de las Armas combatientes. En su parte expositiva la mencionada Real Orden dispuso en su tenor literal: “Excmo. Sr.: La extensión de los territorios del Rif ocupados actualmente por nuestras tropas, exige el mantenimiento de ellas de un núcleo importante de fuerzas capaz de asegurar la tranquilidad del territorio y el desarrollo, a su amparo, del comercio y demás fuentes de riqueza del país. Sometidos a nuestra influencia los habitantes de las cabilas ocupadas como consecuencia de la última campaña, parece llegado el momento de ir creando tropas nutridas con los elementos indígenas afectos a España, que sirvan de núcleo para la organización de unas Fuerzas Indígenas Regulares, con cohesión y disciplina y capaces de cooperar en las operaciones tácticas con las tropas del Ejército”.
Así, una vez afianzado el Frente y en estado de recuperación del terreno malogrado como resultado del ‘Desastre de Annual’ (22-VI-1921/9-VIII-1921), el Mando Supremo contempló la coyuntura de reanudar la ‘Campaña de Yebala’, que quedó en suspenso con ocasión del desmoronamiento ocurrido en la Comandancia General de Melilla.
El Plan denominado ‘Operación Yebala’ se dispuso en tres fases y tenía como prioridad principal la ocupación de esta región. En tiempo de primavera y una vez transcurridas las severidades del invierno, se emprendió el último curso de las acciones.
Sin ir más lejos, dentro de los movimientos previstos estaba el cerco de ‘Tazarut’, objetivo vital por sus derivaciones políticas y moral militar. Sin obviarse, que este lugar era la capital de Yebala, reducto y refugio inexpugnable y cuartel de mando del Muley Ahmed ibn Muhammad ibn Abdallah al-Raisuli, más conocido como El Raisuni (1871-1925), jerife de las tribus y considerado como el heredero legítimo al trono marroquí. La acometida de ‘Tazarut’ se activó discurriendo de sus acantonamientos las tres columnas designadas a las órdenes del Alto Comisario, el General don Dámaso Berenguer Fusté (1873-1953).
Las citadas columnas intervinieron paralelamente: la primera, provenía de Larache y estaba dispuesta por el General Sanjurjo, cuya vanguardia era conducida por el Teniente Coronel Orgaz y contaba con una ambulancia de montaña; mientras, que el grueso de la Fuerza se encontraba a las órdenes del Coronel González Lara.
Objetivamente, esta columna debía abrir cerco en la incursión de Adzoz, Motta y Bad el Karia; a su vez, el flanco izquierdo tenía que hacerse con el macizo de Hadadin para dirigirse hasta el valle de Bukrus; y el flanco derecho se encaminaba a Feddam y Beni-Salisman.
La segunda y tercera columna procedentes de Ceuta estaban al mando del General Marzo y el Coronel Serrano, ambas combinadas por el General Álvarez del Manzano y su finalidad se fundamentaba en alcanzar el río Mehacen, hasta superarlo y progresar en sentido Sur a la altura de ‘Tazarut’, para subsiguientemente apoderarse de las ciudades de Selalem y Buservas. En su vanguardia, se atinaba González Tablas dirigiendo a los Regulares.
En esta ofensiva con fuertes hostigamientos se originó el fallecimiento de Hammido Succan, lugarteniente y uno de los más destacados líderes de El Raisuni, e intermediario habitual entre éste y el Mando español.
Caída la oscuridad de la noche de esta misma jornada, casi la totalidad de los objetivos de las tres columnas se habían logrado, por lo que las tropas aprovecharon la madrugada y días sucesivos para ubicarse en los puntos posicionales y ocupar las fortificaciones todavía sin asaltar, como Nechor y Seham del Saf, a la expectativa del embate definitivo contra la posición.
Los días 8 y 9 de mayo de 1922, las Tropas de la columna de Larache se encaminaron al Norte e instalaron su campamento en Amaán, donde en la mañana del día 12 la avanzadilla inició la subida hasta las cercanías de la cresta donde se localizaba ‘Tazarut’.
Simultáneamente, la Caballería de las otras columnas progresaban desde el Zoco de Jemis de Beni Aros y la Infantería del General Marzo ingresó en ‘Tazarut’. En tanto, la columna del Coronel Serrano llegó a las afueras de Ain Grana y Takim, no sin antes, verse envuelta por nutridos grupos rebeldes que le tiroteaban desde las alturas dominantes.
Recalando en la situación culminante de esta narración: en la posición “0” y cercano a un pedrusco desde donde enfocaba los ataques móviles, González Tablas, junto al Comandante Medina, el Capitán Casto González y el veterinario del Grupo cuyo nombre es anónimo en las fuentes examinadas, fueron sorprendidos por el adversario haciendo fuego intenso y alcanzando con dos impactos cada uno, al Teniente Coronel y al Comandante. Los primeros indicios de las heridas en el Jefe de los Regulares eran localizadas en el abdomen y mano.
Inmediatamente a desencadenarse el suceso, compareció el Capitán Médico de las Fuerzas Regulares Indígenas, don José Buera Sánchez, quien tras un reconocimiento previo, rellenó la Tarjeta de Evacuación con el diagnóstico de “herida por arma de fuego en vientre, de pronóstico grave”.
Presto a abordar la evacuación al ‘Hospital de Amaán’ en el que le aguardaban las rudezas propias del terreno, que de por sí conllevaría un desplazamiento escurridizo e interminable de alrededor de unas tres horas, a González Tablas se le colocó un vendaje comprensivo y recibió varios inyectables, de suponer, calmantes.
Nada más llegar a las instalaciones sanitarias, sería intervenido por el Comandante cirujano don Mariano Gómez Ulla (1877-1945). Desde entonces, el paciente no recobró la conciencia y continuó delirando y en estado de shock. Pocas horas más tarde, entregaba su alma para formar parte de los soldados de todos los tiempos. Según consta en el Certificado de Defunción suscrito por el Comandante Médico don Adolfo Rincón de Arellano, falleció “a consecuencia de la falta de latido cardiaco”.
Por fin, el 14 de mayo, se notificaba por radiotelegrafía oficial en Tetuán la anhelada toma de ‘Tazarut’ por el Ejército Colonial; con el matiz, que el yebalí se escapó pudiéndose guarecer más al Sur, en el Yebel Buhaxen. Y como no, se informaba de la muerte del Teniente Coronel don Santiago González-Tablas y García-Herreros.
“La trayectoria de este audaz militar ha quedado revestida de gestas flamantes encumbrando y sublimando a los Ejércitos: amor de sus amores y a la Patria, a la que veneraba con íntegra locura”
El Comisario Superior dictaminó el traslado del cuerpo al Campamento General del Zoco ‘El Jemis’, para ofrecer al héroe de los Regulares las honras a tan inmejorable historial militar cosechado. Al mediodía llegaron los restos mortales abrazados por las Fuerzas del Campamento, al menos, esa era la clarividencia intrínseca de los Jefes y Oficiales y de los Generales Berenguer, Marzo, Correa y Manzano.
Con el cadáver depositado en una camilla sobre dos mesas y a su derecha el Coronel Jefe de Estado Mayor don Gómez Jornada, hizo la lectura de la Orden General que al pie de la letra indicaba: “Ejército de Operaciones: Señores Generales, Jefes, Oficiales y Tropas. En la operación de ayer murió gloriosamente el Teniente Coronel, Jefe del Grupo de Regulares de Ceuta don Santiago González Tablas.
Todos conocéis la brillante actuación de este Jefe modelo, que en este territorio y en el de Melilla contribuyó poderosamente, con su brillantísimo y bizarro comportamiento, al éxito alcanzado. España, el Ejército y cuantos con él hemos compartido la ardua labor que nos está confiada, le debemos admiración y gratitud.
Yo, por mi parte, emocionadísimo en estos momentos por la pérdida del Jefe insustituible y el amigo leal y entrañable, no encuentro palabras para hacer pública mi pena en toda la intensidad. Pidamos todos a Dios por el que en estas horas se encuentra en lugar preferente, reservado a los que mueren luchando por la Patria. Reciban en estos momentos público homenaje de pésame y admiración los valientes de ese Grupo de Regulares, leales siempre y bizarros siempre también, como su malogrado e inolvidable Jefe que, a las órdenes de éste, supieron cumplir como buenos, como seguirán haciéndolo siempre en todo momento. Alto Comisario, Berenguer”.
En idéntico contexto se hacía eco de la noticia el ‘Heraldo de Madrid’, en su edición escrita correspondiente al Año XXXII, Número 11.337 de fecha 13/V/1922. En portada y a una sola columna titulaba: “La Gloriosa ocupación de Tazarut” seguida de las siguientes palabras: “Las columnas Sanjurjo, Serrano y Marzo, tras de violenta lucha, penetraron en los dominios del Raisuni. Los Regulares de Ceuta se baten bravamente. Sufrimos más de 100 bajas”, y a continuación, “el Teniente Coronel de Regulares, Señor González Tablas, ha muerto heroicamente”.
Además, en primera plana y al pie de una foto de González Tablas el texto proseguía citando: “La operación sobre Tazarut ha sido realmente una gran victoria para nuestros soldados. El Alto Mando había dispuesto el plan de ataque con precisión admirable, y así, las Fuerzas de las Comandancias de Ceuta, Tetuán y Larache, en combinación, pudieron avanzar resueltamente y venciendo la resistencia del enemigo -muy fuerte en algunos puntos- entrar en la antigua residencia de Raisuni.
Hemos de lamentar, sin embargo, más de cien bajas, entre ellas la muerte del bravo Jefe de los Regulares de Ceuta, Sr. González Tablas. Pero lo resultados de la operación han sido excelentes. Apenas ocupado Tazarut, han empezado a someterse los cabileños de los aduares vecinos. Uno de los primeros indígenas que solicitaron el perdón fue el hermano de Hamido El-sukan. Lo que prueba que los propios partidarios del Raisuni se hallan dispuestos a abandonar en sus bélicos esfuerzos”.
En paralelo, el acontecimiento quedó recapitulado en el periódico “La Monarquía” en su edición del Año XII, Número 585 de fecha 20/V/1922, cuyo director era don Benigno Varela que en su portada y a una sola columna titulaba: “Un caudillo inmortal”.
Con el fallecimiento de González Tablas se frustraba uno de los retratos más lustrosos y deslumbrantes del Ejercito, y como Nación, España quedaba huérfana de uno de sus más preclaros defensores; las Fuerzas Indígenas, perdían un Jefe primoroso; y todos en común, un patriota célebre.
En consecuencia, la trayectoria de este audaz militar ha quedado revestida de gestas flamantes encumbrando y sublimando a los Ejércitos: amor de sus amores y a la Patria, a la que veneraba con íntegra locura. Su imagen era apuesta: sereno, sociable, señorial en sus gestos y consciente de su responsabilidad y deber, y no era quien combatía por el señuelo de una recompensa.
González Tablas, caballero sin tacha y devoto, sentía entusiasmo idolátrico por la Carrera de las Armas; más aún, era un apasionado de la disciplina que no prescindía la hidalguía y el compañerismo: dejando atrás las puertas de la Academia de Infantería en 1894 y sin estrenar su Hoja de Servicio, ya destilaba fervor dignificando el uniforme sagrado que le ataviaba.
Los corresponsales que anduvieron por Marruecos, les concedieron en sus publicaciones numerosas referencias de elegio. Dando a entender a los lectores, que González Tablas era algo así, como la proyección de una raza inextinguible que no muchos militares magnos resultaban de la milicia.
Y lo que más sobresalía versaba en el afecto desprendido que los integrantes de las Fuerzas Indígenas le profesaban: lo apreciaban, le admiraban y con él iban convencidos al sacrificio y a la muerte en los campos de batalla.
Tenían fe en su capacidad de competitividad, pundonor y honestidad, como en sus aptitudes de luchador y asombrosa serenidad. Acariciándole el triunfo y muy próximos a él, sondeaban infatigablemente la lealtad. Luego, no erraron los que así le distinguieron y mostraban en sus empresas la afinidad titánica con sus subordinados indígenas.
Seguramente, pudo demostrarse que todo era innegable, porque sería uno de los primeros en desembarcar en Melilla, acto seguido de aquella hecatombe de Annual que tantísimas zozobras y desconsuelos diseminó en España, enarbolando a sus Regulares atrevidos y osados. Por entonces: ¡Qué instantes de aflicción! La sombra de la desdicha parecía dilapidar el dominio de nuestras Armas.
Todo era tenebrosidad, incertidumbre y opresión.
Y tuvo que ser González Tablas, uno de los que entonó el himno sacrosanto y palmo a palmo, rescató el terreno que el infortunio y el revés había sembrado de sangre y cadáveres las tierras del Norte de África.
Tal vez, el trecho más amargo de su profesión que ya era devoción, mandando aquella congregación de nativos, la mayoría alistados en las cabilas de Quebdana y Frajana, insurgentes a la sazón y de la que todos desconfiaban con recelo en el proceder de los que se bautizarían como los ‘Regulares’. Y digo todos, menos él.
Era incuestionable que los indígenas le tributaban y detrás de su estela pugnaban contra sus mismas tribus, haciendo heroicidades y dando señas de airosa obediencia. Sin duda, el mejor sello de la gloria de González Tablas, acompañar a estos hombres a combatir a tan inhóspitos escenarios. Prueba de ello, es que no hubo la más mínima traición: Melilla, reconocería su seguridad y aplomo, gracias a su desvelo.
En cualesquiera de las esferas se convirtió en el ídolo y prendado ante tantas efusividades, se eternizó contendiendo por su amada Patria. Ya, en las postrimerías de los combates, como aquí se ha expuesto, el fuego enemigo le hirió mortalmente cuando estaba próximo a recoger el laurel de la victoria, pero se vería atrapado por la muerte inclemente para lamento de los suyos y tribulación de España.
Ahora, en su evocación a un año de producirse el centenario de su adiós definitivo, queda esmaltada la impronta de un militar impertérrito, cautivo de ser abnegado derrochador del don más preciado: su vida por España y para España, sin límites. Hoy, quienes se han atrevido a glosarlo con pelos y señales, no han titubeado en considerarlo insustituible y su hueco jamás será reemplazado por los tiempos recios a postergarlo; porque, este ‘Fidelísimo Regular’ ha pasado a la categoría de inmortal, consagrado a ser ejemplo magistral de los Ejércitos.