Opinión

Los golpes demoledores a cualquiera que sea percibido como crítico de Rusia

Después de haber resistido con talento y temple al autócrata del Kremlin durante décadas, el fallecimiento de Alekséi Anatólievich Navalni (1976-2024) constituye un golpe durísimo para el fragmentado movimiento prodemocrático ruso, que prácticamente dejó de militar en 2022 tras la invasión de Ucrania. Sin embargo, en Rusia no se omitieron las muchas ostentaciones de resentimiento, contenidas apresuradamente por el régimen que en esta ocasión parece resuelto a no permitir ni un ápice cualquier expresión o ademán de oposición.

Y es que, ciento por miles de personas han ido añadiéndose a la larga lista de capturadas, mientras numerosas cuadrillas locales se empecinaban en hacer desaparecer lo antes posible cualquier rastro de ramos de flores y memorándums anónimos, depositados en las diversas plazas y monumentos urbanos en deferencia al opositor muerto recientemente.

Igualmente, los rusos en el exilio desenmascararon su arrebato en las ciudades europeas, añadiéndose a multitudinarias manifestaciones de protesta por el desenlace final de Navalni. Según las autoridades penitenciarias rusas, Navalni falleció momentos después de descompensarse tras su paseo habitual. Si bien, como consecuencia de la multiplicación de declaraciones discordantes recibidas sobre los móviles sospechados de la defunción y el destino de su cuerpo -todavía desconocido, a la hora de escribir esta disertación-, las muchas suspicacias sobre lo que ciertamente ocurrió fueron en incremento conforme transcurrían las horas.

Apenas se divulgada la noticia de su defunción, su madre junto a su abogado se trasladaron a la Colonia Penal IK-3 Polar Wolf, donde un empleado les indicó que el cuerpo se encontraba en la morgue de Salejard, a unos 60 kilómetros de la prisión, donde había sido trasladado por los expertos del Comité de Investigación ruso.

A este tenor, las autoridades penitenciarias declararon que la muerte había sido desencadenada por un “síndrome de muerte súbita”, mientras que otro de los abogados del disidente recibía otra versión: el origen del fallecimiento todavía no había sido determinado y otro análisis histológico acababa de ser realizado.

Según los expertos, con un segundo examen los investigadores rusos pueden permanecer en poder del cadáver “todo un mes”. O lo que es lo mismo, la apertura de esa investigación permite a las autoridades no entregar legalmente el cuerpo de Navalni a sus familiares durante treinta días. No obstante, los restos mortales pueden ser facilitados a los allegados si el organismo que materializa la averiguación concede su consentimiento.

Con estas connotaciones preliminares, Navalni, el mayor opositor a Vladímir Vladímirovich Putin (1952-71 años) y activista anticorrupción, era consciente del elevado peligro que corría su vida al regresar a Rusia el 2/II/2021 desde el hospital alemán en el que se recuperaba del estado grave, tras el envenenamiento que sufrió el 20/VIII/2020, mediante el empleo de un agente nervioso llamado novichok, permaneciendo desde entonces en prisión hasta morir.

Graduado en Derecho en 1998, Navalni inició su transitar público diez años más tarde, informando de episodios de corrupción en algunas empresas propiedad del Estado ruso, siendo recluido por vez primera en 2011 e inmediatamente en 2013. En este mismo año, defendiendo un presunto desfalco de fondos. A su vez, se presentó aspirante a la alcaldía de Moscú, logrando el 27% de los votos, aunque en seguida se le imposibilitaría acudir con su candidatura a la presidencia rusa en 2018.

En 2020, expresó literalmente al periodista Tikhon Viktorovich Dzyadko (1987-36 años), jefe de edición de Dozhd TV, “trato de actuar del modo más razonable y responsable, pero me doy cuenta de que es sencillamente imposible competir con todo el aparato estatal. Puede que hoy tenga una actitud más fatalista que antes. Sólo hago lo que considero correcto y pido el apoyo de la gente. Trato de ser tan cuidadoso como sea posible, pero esto no debe interferir con mi actividad principal”.

Navalni, que cumplía una condena de poco más o menos, treinta años de cárcel, se le reubicó a últimos de 2023 en una prisión ártica, después de dar a conocer una campaña contra la reelección de Putin en los Comicios Presidenciales. El secretario de prensa presidencial, Dmitri Serguéievich Peskov (1967-56 años), contempló de “inaceptables” los reproches difundidos por Occidente antes de saber los resultados de la autopsia.

Dicho esto, el 13/VII/2012, el Parlamento ruso admitió su ley de “agentes extranjeros”, manejando la evasiva de la financiación extranjera para amenazar y encubrir a la corpulenta sociedad civil. El progresivo polvorín legislativo de Rusia siempre encarado contra los ciudadanos y los medios de comunicación independientes, ha sacudido coletazos demoledores a cualquiera que sea visto como detractor.

“Navalni, era algo así como una piedra incomoda en el camino del régimen de Putin. Sin duda, la estela inquebrantable de las flaquezas de un autoritarismo que va amontonando cadáveres y un sinfín de mutismos”

Esta acometida, por sí sola, podría haber fundamentado la deferencia del Consejo de Derechos Humanos, el máximo órgano en esta materia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Ahora, con la represión intensiva desde la incursión a gran escala de Ucrania, sobran las palabras.

Este es el comunicado clarividente que han lanzado nada más y nada menos, que cuarenta y siete estados de la ONU, quienes al mismo tiempo han condenado los antecedentes de derechos humanos de Rusia y han exigido un mayor estudio por parte de Naciones Unidas. Desde que Rusia atacase a diestro y siniestro Ucrania el 24/II/2020, los derechos humanos en Rusia no sólo se han deteriorado, sino que han sido desbaratados.

Explicado de otro modo: desde que detonó el conflicto bélico, las prescripciones de censura apremiaron a los últimos medios de comunicación independientes de Rusia a cerrar o hacer frente a múltiples sanciones penales, sencillamente por ilustrar lo acontecido en el campo de batalla. Y desde su acogimiento, los agentes han presentado cargos penales contra decenas de individuos por la práctica pacífica de la libertad de expresión, como reemplazar los rótulos de los precios por recados contra le guerra, o difundir apreciaciones contra ésta en las redes sociales. Ello, sin soslayar, los miles de sujetos sancionados o capturados por colaborar en reuniones contra la guerra.

No cabe duda, de que las autoridades han tomado medidas excepcionales para reprimir al conjunto poblacional. Véase como ejemplo, que un tribunal de apelación ratificó la eliminación del principal grupo de derechos de Rusia, ONG Memorial. Posteriormente, otra audiencia hizo lo mismo con la Fundación Esfera, entidad jurídica bajo la que se mueve la Red LGBT rusa y el Ministerio de Justicia inhabilitó los registros de quince grupos internacionales, entre ellos, Human Rights Watch.

Una nueva cadena de proyectos de ley incrementaría, en caso de autorizarse, la esfera de los “agentes extranjeros”, obstaculizaría la libertad de reunión, aumentaría la tesis de alta traición y consentiría el cerco de contenidos en línea. Simultáneamente, Rusia se separó del Consejo de Europa y desde entonces ha firmado leyes para empantanar que las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos tengan efecto legal en Rusia. Dos reglas de oro que despojan a los rusos de una vía primordial de justicia.

En base a lo anterior, grupos internacionales de derechos y valedores de los derechos rusos, han reivindicado la plasmación de un relator especial consagrado a examinar e informar sobre las embestidas de Rusia a los derechos. Con razón se ha requerido una mayor vigilancia internacional a la represión rusa. Pero en este momento se debe descifrar su resolución en el liderazgo ineludible para implantar el mandato del relator que pide la comunidad de derechos humanos de Rusia.

A resultas de todo ello, la relatora especial sobre la situación de los derechos humanos en la Federación de Rusia nombrada por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, indicó una “enorme represión” en el país contra las críticas desde la deflagración de la guerra en Ucrania. “El nivel de represión contra los medios de comunicación independientes de la sociedad civil, y en general contra toda persona que tenga una voz disidente (…) no tiene precedentes en la historia reciente”, manifestó Mariana Katzarova ante los informadores en Ginebra.

Al mostrar las conclusiones de su Informe, la relatora especial lamentó “la enorme represión” materializada por Moscú contra las objeciones desde el inicio de la guerra. “La sociedad civil en Rusia fue cerrada por las autoridades”, expuso a los corresponsales, agregando que la “represión es muy sofisticada”, con nuevas leyes introducidas cada semana “para reprimir” cualquier modo de opinión o disidencia.

El contexto reinante en Rusia aún no es análogo con el grado vivido de represión del tiempo estalinista en la Unión Soviética, cuando millones de individuos perecieron en los campos de Gulag. “Pero ahora es la ocasión (…) de no dejar que la situación en Rusia se deteriore hasta alcanzar un nivel similar”, afirmó demandando una labor internacional. Además, en su caso personal, Rusia se niega a autorizarle la entrada a su territorio, incluso a estar conforme con su mandato y no colabora en ningún debate sobre su Informe al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Enumerando cerca de doscientas fuentes, la experta subrayó la ausencia de independencia judicial y de derecho a un juicio equitativo. “La gran cantidad de información que se ha compartido conmigo es indicativa de la magnitud de los retos en materia de derechos humanos a los que se enfrenta la sociedad rusa en la actualidad”. Katzarova, especificó que se han producido un sinfín de arrestos arbitrarios masivos, persecuciones y acorralamiento a cualquier sujeto que ose tachar los pasos del Gobierno o declarar en contra de la guerra de Rusia en Ucrania.

Pese a todo, esta quiebra de los derechos fundamentales no se emprendió últimamente, sino que “las raíces de esta represión se remontan mucho más atrás”. El Informe desvela que los representantes rusos han monopolizado la propaganda y la elocuencia para empujar al odio y la violencia contra los ucranianos, dando origen a seiscientos procesos penales contra las designadas “actividades contra la guerra”. Incluso los niños en los colegios sufren amagos de intimidación por reflejar su disconformidad con la política gubernamental.

El entorno en Rusia ha representado visiblemente el “cierre efectivo del espacio cívico, el silenciamiento de la disidencia pública y de los medios de comunicación independiente”, una tendencia del que se hicieron eco numerosos Estados miembros durante la sesión del Consejo. Las correcciones en la ley sobre los llamados “agentes extranjeros” y “organizaciones indeseables”, han limitado poderosamente las alegaciones independientes, como los protectores de los derechos humanos y los medios de comunicación.

“La aplicación, a menudo violenta, de estas leyes ha dado lugar a una represión sistemática de las organizaciones de la sociedad civil”, haciendo alusión al escrutinio, la detención y por momentos, la asechanza de los grupos independientes, muchos de los cuales se ven forzados a exiliarse o ingresar en la cárcel. Junto con muchos Estados miembros, la experta postuló a Rusia en abrir brecha con “reformas integrales en materia de derechos humanos” para contrarrestar los “daños de las dos últimas décadas”.

En contraste, la Administración soviética jamás ha admitido el mandato de la relatora especial. En su participación en el Foro de Ginebra, Katzarova instó a Rusia que “reconsidere su enfoque” con respecto a su mandato. Este hecho rotula la primera vez que el Consejo delega a una experta en derechos a poner en claro los quebrantamientos de derechos humanos, dentro de los límites fronterizos de uno de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU como es la Federación de Rusia.

Dentro de este escenario fluctuante, la pulverización de la ONG Memorial, distintivo del activismo pro derechos humanos, evidencia la celeridad de un autoritarismo que ensambla con el curso ruso. El escopetazo detonó cuando Putin ilegitimó dicha ONG aparecida durante la glásnost. O séase, la política inducida por Mijaíl Serguéyevich Gorbachov (1931-2022) que llevó al principio y la transparencia a la Unión Soviética en las postrimerías de la década de 1980.

Esta ONG se ha afanado durante estos años con el propósito de no admitir que se sepulte en el descuido, la reminiscencia de un pueblo zarandeado por el totalitarismo y absolutismo desde épocas antiquísimas.

Reescribir la semblanza es uno de los métodos cómplices del presidente ruso, quien como Iósif Stalin (1858-1953), durante las décadas anteriores y subsiguientes a la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945), hizo desaparecer al pie de la letra del mapa y del dietario a todo aquel que se contrapusiese a sus políticas, opiniones o creencias, o a quien presagiara que le podía entorpecer en cualquier circunstancia contra aquel que conspirara su incondicional voluntad. Sus estrategias de la consternación acaparan grandes destrozos y mella y los crímenes que promovió vieron la luz por la operación de rescate y conservación que la ONG Memorial ha ejecutado durante cuarenta intensos años.

De hecho, ha recobrado parte de aquella memoria eclipsada por el opresor soviético, esa historia ennegrecida que es vital averiguar con el anhelo de que no reviva, y ahora Putin la censura con el ideal de enmudecer las muestras de infortunios del presente y pasado, corroborando el infausto augurio del escritor y periodista soviético judeoucraniano, Vasili Semiónovich Grossman (1905-1964), que Rusia en los años de existencia nunca contempló la libertad. La ilegalización de la ONG Memorial confirma que la identidad rusa prosigue vigente en la política del país más enorme del mundo.

Putin y su Gobierno, en una tentativa por dominar los componentes institucionales y la sociedad en general, se han empecinado en adoptar una política cimentada en el acorralamiento, la intimidación y el recelo hacia el vecino, cayendo en una mentalidad polarizada: o estás a mi lado en todo, o igualmente estás contra mí en todo. Fundamento por el cual, homologó una polémica ley que afrentó primero a las ONG, asociaciones y fundaciones que tuvieran algún sostén económico desde el exterior, para desarrollarla más tarde y censurar, callar y represaliar a cuantos opositores, periodistas y medios de comunicación que no estuvieran en consonancia con el régimen.

La fórmula empezó rechazando cualquier tipo de ayudas económicas a las asociaciones y fundaciones independientes, lo que las sentenció al préstamo extranjero para subsistir. Pronto, fueron impuestas a registrarse como agentes extranjeros. Desde ese momento, la sucesión indiscutible es la inseguridad: sin fondos ni recursos económicos, la agonía del activismo y la pugna por la libertad y la verdad están garantizadas.

El repertorio de la ley de agentes extranjeros comporta una indicación bastante despectiva en el lenguaje eslavo, ya que durante el período del estalinismo y la Guerra Fría (12-III-1947/25-XII-1991), los espías eran agentes extranjeros que debían ser perseguidos por el Comité para la Seguridad del Estado (KGB), la escuela donde creció Putin. Conjuntamente, representa controlar forzosamente corporaciones jurídicas y sujetos en una especie de emboscada en una lista aciaga.

Con lo cual, formar parte de este registro es definitivamente agraviante y cualquiera, sea extranjero o no en Rusia, puede formar parte en algún instante de ella. Tómese como ejemplo, que si hace unos años alguien se le hubiera ocurrido bloquear las líneas mientras cursaba los estudios en la Universidad Federal de Siberia, podría haber sido expulsado o convicto, marcándolo de por vida y empujándolo a acatar la ley de agentes extranjeros, lo que habría significado cárcel o multa por presumir algún movimiento sedicioso contra el régimen putinista.

La agresiva ley decretada en 2012 otorga al presidente ruso deshacerse de cualquier disidencia. Las acusaciones y reprobaciones de la Unión Europea (UE) y de activistas pro derechos humanos y defensores de las libertades, no han alterado lo más mínimo la autodeterminación de Putin. Más bien, todo lo contrario: en el tiempo sucedido ha afinado la destreza del miedo y actualmente cualquier persona es encausada por burlar la esencia de su imperio.

El nacionalismo de Putin y su perseverancia por implantar un inexistente ideal de magnificencia del pueblo ruso con una tradición intachable en la que no existe degradación moral, ha calado hondo en la mente de la sociedad rusa que apoya al mandatario y ensalza a Stalin. Hoy, Putin declara sin pretextos que el desmoronamiento de la Unión Soviética es un contratiempo y presume de que Stalin ejecutó las grandes bases de Rusia.

Por otra parte, la dependencia energética de los estados occidentales con Rusia, ha fortalecido a Putin que no sólo debe rendir cuentas sobre sus políticas internas, sino que despliega todo su poderío hacia afuera, con el levantamiento de sus fuerzas armadas para ofrecer ayuda a sus socios autoritarios.

Sea como sea, a Ucrania intenta mantenerla al margen de la órbita de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y en el caso de la República de Kazajistán, apuesta por contener cualquier descontento o acción de cambio de régimen y su amenaza la hace extensiva a Bielorrusia, oficialmente República de Belarús.

“Este es el cataclismo pausado, taciturno y despiadado de Rusia. Un engranaje empedernido e inhumano en el que se encuentra contra todo pronóstico Putin”

En resumen, Putin ha encasillado las democracias occidentales como adversario número uno y en paralelo, ha endurecido la represión contra el activismo en favor de los derechos humanos y todo actor crítico. El prejuicio hacia lo extranjero es de alcance polémico, pero la ley de agentes extranjeros alentada por Rusia, la fuerza política de Putin, a la postre se amplificó en el año 2020 y puede afectar cuantiosamente a las organizaciones sin personalidad jurídica.

Esto denota cualquier ciudadano con una labor política. El criterio fue defendido por una amplia mayoría de la Duma estatal, la cámara baja del Parlamento ruso, con el aval elocuente del Partido Comunista. De modo, que formar parte de la lista de agentes extranjeros es sencillo, ya que se puede contemplar como una acción política la disposición de reuniones, divulgación de folletos, colaboración en conferencias o debates, e incluso en redes sociales.

En consecuencia, las condiciones aberrantes en las que falleció Navalni, considerado el mayor líder opositor contra Putin, acentúan el menester de que la Comunidad Internacional acreciente su averiguación sobre qué ocurre en Rusia, donde el castigo del Gobierno de Putin es inmutable y exhaustivo contra cualquiera que se le ocurra desprestigiar a ese régimen.

Navalni, era algo así como una piedra incomoda en el camino del régimen de Putin. Sin duda, la estela inquebrantable de las flaquezas de un autoritarismo que va amontonando cadáveres y un sinfín de mutismos. Pero la Dirección General de Campos y Colonias de Trabajo Correccional de Putin aún aglutina ciento de cárceles atestadas de activistas, periodistas, políticos, opositores y conocidos de disidentes a los que está dispuesto a mortificar.

Este es el cataclismo pausado, taciturno y despiadado de Rusia. Un engranaje empedernido e inhumano en el que se encuentra contra todo pronóstico Putin. Dispuesto en todo momento a poner a la vista su músculo intolerante y el ultraje, e incluso se permite emitir una orden de detención contra la primera ministra de la República de Estonia, Kaja Kallas (1977-46 años). Su supremacía sobre la política interna parece ser absoluta.

Hoy por hoy, rehecho de las tensiones internas que los inicios de la guerra en Ucrania avivó entre una parte de la élite rusa, con la muerte del sublevado Yevgueni Víktorovich Prigozhin (1961-2023) y recientemente encubierto para siempre Navalni, el tapado ha vuelto a vencer.

Pero Putin también sabe jugar a sus cartas de que esta es una guerra claramente existencial para Rusia. Y digo existencial, porque es para su propia prolongación e irrevocable en ese reordenamiento global, donde el exceso en las inobservancias del derecho internacional y humanitario ganan protagonismo a marchas forzadas.

La furia revisionista de Putin aguanta y el Viejo Continente comienza a entrever entornos de un hipotético triunfo del Kremlin en Ucrania o de una imprevisibilidad crónica en sus divisorias.

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