Gaspar Díaz (Melilla, 1950) nació en la calle Fortuny, al lado del antiguo cine Avenida, en el Barrio Obrero, y allí vivió tres años arriba de una tienda de electrodomésticos. De aquella época sólo recuerda que jugaba mucho en una azotea y que vivía con sus padres y dos tíos.
Después su familia se trasladó al Hipódromo, a la calle Poeta Salvador Rueda, cerca de la playa. Su infancia fue “bonita”. A sus padres les gustaba mucho disfrazar a los dos niños y a la niña. Solía jugar al fútbol en una explanada del lado del garaje de los autobuses “con un balón bastante remendado”. Le gustaban las canicas y también pasaba su tiempo viendo a las niñas jugar al pincho y a la comba. Eran tiempos en los que no había la cantidad de distracciones de ahora, por lo que los niños jugaban a lo que hubiera hasta que su padre o su padre los llamaban para cenar.
En el colegio de don Ramón –“un maestro muy popular”–, próximo a su casa, su hermano era profesor, por lo que Gaspar era “el hermano de” y se permitía algunos lujos que su hermano le toleraba “de broma”.
La playa era, para Gaspar, un lugar especial. La tenía a 200 metros de casa y siempre estaba metido en el mar, hasta tal punto de que, aunque era rubio, se pasaba el verano moreno. Del mar cogía coquinas y de enfrente de su casa, donde había unos bloques de piedra que llamaban los bloques, a secas, mejillones.
Otra cosa que le gustaba mucho a Gaspar desde pequeño era la música. Su madre cantaba coplas y a él lo subían a una ventana de pequeño dobde cantaba ‘Cocinero, cocinero’ o ‘Soy minero’, como si fuera Antonio Molina.
Más adelante, junto a tres amigos, Gaspar montó un grupo de música que se llamaba ‘Los Flippers’ en homenaje a un delfín que aparecía en una serie de televisión. El grupo, del que él era cantante y auspiciado en cierta manera por Avelino Gutiérrez. empezó tocando en el bar Las Vegas, enfrente de casa de Gaspar.
Hicieron algunos bolos y un par o tres de guateques en Melilla, pero, cuando les salió una oportunidad en Córdoba, con 17 años que tenían no se atrevieron a ir. Aunque no pudieran triunfar, lo pasaron muy bien, sobre todo pensando que formaban un grupo.
Era la época en la que iba al Instituto Nacional de Enseñanza Media, donde está el actual Mercado Central. En aquella época era conocido como el instituto antiguo, porque no tenía nombre. Cuando lo derribaron, pasó al IES Leopoldo Queipo.
Era también el momento en que Gaspar comenzó a fijarse en las chicas, “como es natural cuando cumples una edad”. A él, como era un poco tímido, o eso dice, le costaba acercarse a ellas, pero siempre había alguna con la que intentaba pasear o ir al cine.
En cualquier caso, su primera novia es hoy en día su mujer. La conoció con 16 ó 17 años en un puente de madera que pasaba del barrio del Real –donde vivía ella– al Hipódromo. Por debajo del puente pasaba el tren y en el paseo estaba el quiosco del señor Pitón, donde compraban pipas para comer mientras paseaban. Poco más tarde comenzaron a tomar sus primeras cervezas, que en aquellos tiempos costaban unas seis pesetas –alrededor de tres céntimos–.
Cuando llegaba el fin de semana, iban al cine; cambiaban del Perelló al Nacional, el Monumental y el Avenida en función de la cartelera.
Gaspar no pudo terminar el instituto. Se quedó el quinto de Reválida, porque ya tenía 18 años y le salió la posibilidad de realizar unas oposiciones para Correos. Estuvo un año preparando oposiciones mientras lo combinaba con un trabajo de contable en la casa Ford. Cuando accedió a Correos como interino, en 1969, empezó también a colaborar con Radio Melilla, que entonces se encontraba en la calle O’Donnell. Junto con Antonio Calderay, Manolo Herrera, Ángel Morán o Pepe Peláez, entre otros, comenzó en una profesión que acabó convirtiéndose en su oficio.
Su primer director fue Guillermo Palau. Cuando ya era la Ser, lo sustituyó, procedente de Algeciras, Agustín Morache. Fue una etapa en la que Gaspar estaba “contentísimo”. Y llegaron cambios. La otra emisora que existía, Radio Juventid de Melilla, desapareció de pronto. Agustón Morache dejó la cadena y Manolo Herrera ascendió a la dirección. Cuando éste también se marchó, en 1977, le ofecieron a Gaspar el puesto.
Por aquellos entonces ya estaban en Melilla, aparte de la Ser, Radio Nacional de España (RNE) y Antena 3. Entre los periodistas tenían “una guerrilla muy bonita” por dar la noticia antes que el otro. Por ejemplo, cuando vino el Dúa Dinámico fueron a la caza y captura de los doas “para ver quién conseguiía hacerles la primera entrevista”. Asume que fue “una batalla bastante bonita” a pesar de que alguna vez hubiera algún enfado, como es natural.
Por si todo esto fuera poco, durante diez años de este período en la radio también retransmitió partidos de la UD Melilla, primero con Antonio Calderay y más tarde con José Manuel Silva.
Gaspar estuvo encantado de trabajar en la emisora congente como Ana Fortes, Ana Gallego, Francis Alemany o Carlos Campaña. Un equipo, como él dice, de gente joven que se lo pasaba “maravillosamente bien” y “con ganas de luchar y de ir a la calle a hacer cosas nuevas”.
Fueron años felices. Luego la Ser compró Antena 3, que desapareció, y se decidió que la actual directora de la Ser, Toñi Ramos, se quedara en Melilla y que él se fuera a Estepona. Era el año 1994 y a Gaspar le vino bien, porque sus hijas, que estaban terminando el instituto, iban a irse a estudiar a Granada y la Costa del Sol estaba más cerca.
Desde entonces, aunque ya está jubilado, allí sigue Gaspar, quien, sin embargo, desde que se marchó de Melilla hace 30 años no ha dejado de venir uno solo. Su próxima visita está prevista el mes que viene precisamente. Aunque apenas le quede ya familia en la ciudad autónoma, Gaspar es melillense y le gusta Melilla; le encanta estar con sus amigos, recorrer los bares con sus cañas y sus tapas, la playa y, especialmente, su gente.
Con todo, echa de menos la ciudad como era antes, donde conoció a su mujer, nacieron sus hijas y tuvo tantas vivencias de joven. Ahora la ve “un poco triste en ciertos momentos” y, a vaces, “un poco dejada y sucia”, si bien reconoce que ahora hay más ambiente cultural.
“En general, prefiero la de antes. Será por mis vivencias. Pero todavía queda algo en Melilla que me atrae. Cuando vuelvo todos los años es porque todavía me sigue gustando”, concluye Gaspar su charla con El Faro.
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