Jesús Garcia-Ligero es un escultor granadino que lleva casi tres décadas viviendo en Melilla. Se licenció en Bellas Artes y ejerce como profesor de Dibujo desde mediados de los noventa. Compagina la docencia con la escultura y ha creado numerosas obras, muchas de ellas repartidas por distintos rincones de la ciudad, como la de Fernando Arrabal a las puertas del Teatro Kursaal.
Esta tarde presenta ‘Esculturas’, una de las dos primeras exposiciones que inaugura el Museo de la Casa del Reloj, que pretende ser un espacio dedicado a los artistas locales. “Es un regalo por parte de la Consejería que hayan pensado en mí y en Cosme para inaugurar el museo, pero también es una responsabilidad”, dice García-Ligero.
La exposición se compone de un total de 24 piezas que realizan un recorrido por su carrera profesional, desde las primeras, cuando estudiaba Bellas Artes a principios de los noventa, hasta la última, que ha terminado hace unos pocos días.
Sin embargo, cuatro pertenecen a su padre, Jesús García-Ligero Gómez, quien ha ejercido una gran influencia en el artista desde que era pequeño. “Siempre teníamos pensado hacer una exposición conjunta antes de que muriera”, comenta. Al ver esta oportunidad, decidió hablar con el director del museo y proponerle este homenaje.
El objetivo de esta exposición conjunta, indica, es mostrar la relación entre alguna de las piezas de padre e hijo, como es el caso de ‘El saltador de pértiga’. Esta pieza fue adquirida por el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid en 1972 y que actualmente se encuentra en los fondos del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
En la exposición del Museo de la Casa del Reloj se encuentra junto a ‘La señal del agua’ (Premio de Escultura, 2006), cuyas manos también están sujetas en alambre. Ha dispuesto ambas obras de esta manera para que el público pueda apreciar la influencia que ejerció la una sobre la otra. Aunque, indica, después cada uno hizo cosas muy distintas.
Últimamente se ha dedicado más al bronce, pero considera que hay que trabajar todos los materiales. Su padre le decía que le controlaba todos los materiales, sabría trabajar con todos y así saber cuándo trabajar con uno y con otro. “La idea es la idea, pero no funciona igual en piedra, chapa, madera, bronce o poliéster. Ella misma te dice dónde funciona mejor. Si sabes trabajarlo, podrás ejecutarla”, asegura.
Aún así siente predilección por el bronce porque refleja mucho lo que es el modelado. Él se considera un escultor modelador, es decir, parte del modelo de la arcilla y ya luego lo pasa a otro material. En la piedra o en la madera se pueden crear texturas muy bonitas, pero en el barro se puede dejar la textura del dedo, “hasta la huella dactilar”. “Es más cálido, más humano, más personal”, afirma.
De todas las obras que ha creado a lo largo de su carrera, asegura que no puede quedarse con una sola. “Es como decirme, ¿a qué hijo quieres matar?”, comenta entre risas. A todas les tiene mucho cariño porque son piezas que ha hecho a lo largo de su vida. “Todas las quiero”, admite.
Cuenta que divide sus obras en tres claros bloques. El primero de ellos centrado en el periodo de formación. En esta época trabajó e investigó con distintos materiales, como la piedra y la madera. En su opinión se trata de una obra “más arcaica”.
Esta evoluciona hasta llegar a un segundo bloque que se compone de una serie relacionada casi entera con Melilla, como ‘Mujer Bereber’. También se encuentran ‘Ónfalos’ o ‘Acantilado’, que representan las Islas Chafarinas o el cabo de Tres Forcas, respectivamente.
Y ya después se encuentra el tercero, donde se aglutinan sus piezas más recientes, como los retratos de sus hijas o el de Carlos V. Pero al final, asegura, todas forman parte de él y siempre ha intentado dar lo máximo posible.
Aún así, confiesa que algunas de sus obras son más icónicas que otras, como es el caso de ‘La señal del agua’ o la del dios Hipnos. Esta última es mucho más realista, explica, aunque tenga unas alas que salen de la frente.
Lógicamente, el paso del tiempo le ha ofrecido algo de perspectiva con las más antiguas y hay algunas que ya no le gustan tanto, pero entiende que era lo que él veía y podía dar en ese momento. “Creo que la escultura es un completo aprendizaje y con cada obra aprendo cosas nuevas. A lo mejor no cometo los fallos de antes, pero hago unos nuevos. Pero estoy orgulloso de todas”, afirma.
Pero, aunque a todas las quiere por igual, hay algunas que han supuesto todo un reto a la hora de crearlas. “Hay obras que surgen, salen rápidas y enseguida están resueltas. Otras se enquistan y empiezas a darle vueltas”, explica.
Una de las que más le ha costado parir es la escultura de la Madre Carmen del Niño Jesús que se encuentra en el Colegio de Nuestra Señora del Buen Consejo. Para crear este retrato tan solo tenía un par de fotos en blanco y negro, por lo que no tenía matices para sacar volúmenes, y confiesa que le costó bastante.
“Un retrato en escultura se tiene que hacer desde todos los ámbitos, incluso desde detrás, porque la persona es volumétrica”, explica. Es muy diferente a la pintura o al dibujo, donde solo se puede escoger un perfil, puesto que en la escultura la pieza tiene que funcionar desde todos lados. Por eso, los retratos son los que más se pueden complicar, sobre todo si no se tiene mucha información al respecto.
Ahora se encuentra sumergido en la exposición y modelando un relieve para un trofeo. Cuando acabe, estará con otra cosa. Nunca está quieto y siempre tiene algo que hacer. “El arte al final es una forma de vida”, comenta.
Da igual si se trata de un escultor, escritor, pintor o músico, siempre está esa necesidad de trabajar un poco todos los días. Para los artistas es una religión, un mantra y también “una condena” que a veces no les permite ni descansar.
“Hay periodos en los que estás más activo y no paras. Otros en los que estás más relajado. Pero siempre estás en el estudio haciendo cosas o pensando para hacer una nueva pieza porque al final es lo que nos mantiene vivos”, concluyó.
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