Política

Elena Fernández Treviño: “Formar a los alumnos en igualdad es tan importante como hacerlo en conocimiento”

La perspectiva de género no le es ajena. Aunque licenciada en Derecho, la nueva responsable de la Unidad contra la Violencia de Género, Elena Fernández Treviño, ha sido profesora de Filosofía en el IES Miguel Fernández de Melilla, donde fue la coordinadora del Plan de Igualdad desde 2013 hasta 2018 y ha desarrollado diferentes programas relacionados con esta materia. Es optimista y dice que en la adolescencia todavía se está a tiempo de cambiar esos roles que hacen que se perpetúe la desigualdad. También se dedica a la creación literaria y su poesía tiene una impronta marcadamente feminista.

Elena Fernández Treviño ha dado el salto desde las aulas, donde era profesora de Filosofía, hasta la Unidad contra la Violencia de Género, órgano del Gobierno central en nuestra ciudad. Considera que no es asumible que cada día se denuncien uno o dos casos de malos tratos en Melilla y aboga por combatir estas agresiones desde su origen: la propia cultura machista.

Desde el IES Miguel Fernández ha desarrollado el programa Comando de Igualdad. ¿Se ha notado un cambio de mentalidad en los jóvenes?

Sí hemos visto resultados de proyectos como el del Comando de Igualdad. En los años anteriores, también habíamos creado un espacio que se llamaba Aula Cultural, donde los chavales proponían talleres que ellas y ellos mismos creaban. Se creó un comité feminista y un taller para la educación afectivo-sexual. Creemos que en el momento en el que se les da espacios de libertad fuera del aula y fuera del currículo oficial, que también debería contemplar esa perspectiva de género en cada asignatura, para hablar, para ser y para participar surge la necesidad de reflexionar sobre modelos afectivo-sexuales y de relaciones amorosas y de la aceptación de la identidad y orientación sexual.

Esto también genera violencias machistas. Hemos visto muchos resultados. Se les ha formado en estas cuestiones y hemos visto un cambio de mentalidad que, además, no solo han trasladado a otros compañeros sino también a sus propias casas, donde luego contaban lo que estaban aprendiendo en el comando. Casas en las que muchas veces no encuentran ese modelo de familia igualitaria y no se habla de muchas cuestiones. Ha sido muy enriquecedor para sus propias familias. Esto genera un efecto dominó importantísimo de concienciación porque yo confío todavía mucho en que a esas edades, hay mucho todavía de socialización que se está implementando en sus cabezas.

La formación es muy importante para el adulto que luego van a llegar a ser. Muchas veces te dicen que el comando les ha cambiado la vida. Para ellas, ya era más fácil reconocer ese chico que intenta controlarlas, acapararlas... e identificar el modelo de hombre que querían en sus vidas, cosa que a muchas mujeres nos ha pasado diez o quince años más tarde de aquellas edades. Sin embargo, con 16 o 17 años, ya saben reconocer qué tipo de relación les hace crecer y qué relación les lastra.

Hay que educar desde estas edades y yo creo que desde mucho antes, desde Infantil. Pero, al menos, si no se ha hecho, que se actúe en Secundaria, que haya programas de este tipo y que haya una formación feminista en las aulas. Si el profesor está formado en perspectiva de género, sacará estas cuestiones en cualquier asignatura. Formarles en estas cuestiones es tan importante como formales en el conocimiento. Les ayuda a formarse como ciudadanos.

Es necesario un cambio de mentalidad en la sociedad. En las fiestas de Santurce, se ha creado un dispositivo para acompañar a las mujeres a volver a sus casas. ¿Hasta dónde estamos llegando? A medidas represivas donde la mujer va a tener que llevar al lado un vigilante, en vez de incidir en que con quienes hay que trabajar es con los agresores. Parece que son ellas las que tienen que cuidarse. No hables, no vayas, no te vistas, no salgas... Hay que focalizar en ellos.

¿Se han detectado casos de esta violencia en las aulas?

Sí, todos los años hemos visto casos de chicas que nos han contado que estaban viviendo relaciones tóxicas, de sometimiento y, en algunos casos, agresiones de parejas o de exparejas. Tuvimos el caso de una chica cuya expareja vino a agredirla en el recreo. Hemos tenido talleres en los que ellas han reconocido que estaban en relaciones con signos de violencia. Cuando hemos visto en clase el documental ‘La historia de Pepa y Pepe’ sobre la violencia en la adolescencia, ellas se han reconocido en ese tipo de relaciones. Y ellos han dicho: ‘Yo soy ese tipo de chico. Yo soy machista. ¿Qué hago?’. Eso lo hemos escuchado en los talleres. A esas edades, ya está sucediendo y es importante actuar. Si no se evita, se reproduce de adultos.

¿Se dedica suficiente presupuesto a la lucha contra la violencia machista?

Ha aumentado con el Pacto de Estado pero creo que no es suficiente. No solo debería incrementarse el dinero invertido sino que los recursos tendrían que emplearse desde muy abajo, desde las mismas escuelas.

¿Cuál es el principal reto que se plantea en su nuevo cargo?

Me he planteado analizar con profundidad el fenómeno de la violencia sobre la mujer y poder darle una respuesta. Este tipo de violencia tiene unas características diferenciales y, por lo tanto, hay que atajarla desde el conocimiento del proceso completo. Cuando sucede la violencia extrema, una agresión o incluso la muerte, ya se han roto muchas cosas por el camino. Para atajar la violencia, desde la unidad debemos plantearnos el problema desde el origen. Hay que hacer mucha pedagogía. Soy profesora y creo que desde la educación es primordial el cambio. Pero no solo en las escuelas, sino también en la sociedad. Desde el Plan Director de Educación, asistiré a todos los centros para dar unas charlas en cuarto de la ESO. Una innovación va a ser que se van a alargar, pasando de una a dos horas, a modo de taller. Me parece lo mínimo que se puede hacer. Hay que abordar la violencia desde la adolescencia, cuando se empieza a producir. No hay que enfocarla como algo de adultos. Hay que prevenir desde esas edades.

La pedagogía también debe extenderse a la sociedad, que debe entender que hay que concienciarse no solo con las víctimas, sino con el origen. El compromiso también debe ser con este tipo de valores, desterrando el machismo. Debemos fomentar una sociedad más igualitaria, desde los pequeños gestos. Hay que apelar a los hombres. Nuestras charlas pretenden ofrecer a los chicos modelos alternativos a la masculinidad hegemónica.

Otro de los retos es supervisar si todos los profesionales que intervienen en la materia de la violencia de género han recibido formación específica. Es esencial y hay que analizar dónde y cómo han recibido esa formación e incluso reforzarla y mejorarla. Otra de mis labores será coordinar todos los organismos que están trabajando en esta cuestión. Mi experiencia en estas tres semanas es que el engranaje está funcionando y todos los profesionales implicados están trabajando bien. Pero queda mucho por hacer y se puede mejorar en todos los ámbitos: en el policial, en el judicial, en el sanitario y en el social. Mi reto es aportar nuevas ideas y traer cosas a Melilla que están funcionando en otros sitios. Hay que optimizar lo que ya existe pero trayendo mejoras.

Otro reto es acercarme individualmente a cada una de las víctimas de violencia de género y ajustar la respuesta a las necesidades concretas porque cada caso es un mundo. Hay que acompañarlas y asegurarnos desde la unidad de que salen de esa espiral de violencia. Porque parece que una vez que ponen la denuncia, el proceso es suyo. Deben ser atendidas para que salgan de ese contexto y hay que procurarles una alternativa de vida. También hay que pensar en sus hijos.

¿Cuántas denuncias se producen en Melilla por esta violencia?

Estamos recibiendo uno o dos casos diarios de maltrato. En Melilla hay una media de 50-60 casos al mes. La media no baja de 40-50. Hasta el día 23 de este mes, ha habido 42 denuncias. Es mucho teniendo en cuenta que hay muchísimas mujeres que no denuncian. En verano suele haber un repunte. En 2017, hubo 166.620 casos en el país, lo que significa un 16,4% más que en 2016. Y hubo 266 menores de edad afectadas. Es una barbaridad. Es inasumible para un Estado de derecho. Detrás de cada caso, hay una historia terrorífica. Otro reto es que estas mujeres dejen de ver la violencia como algo normal. Denuncian cuando ya no pueden más. Deben ser conscientes de que el amor excluye a la violencia. Hay que hacer mucho acompañamiento psicológico para educar y cambiar ese concepto de amor. Si te está ninguneando, si te está humillando, eso también es violencia. En estas tres semanas, ya he escuchado: “Nos peleábamos y había alguna bofetada. Algo normal de pareja”. Es inconcebible. Hay que dejar de normalizar esa violencia. Es difícil porque está interiorizado en las cabezas de los agresores y en las de ellas. Hay que hacer pedagogía del buen trato.

En 2017 se registró un aumento del número de denuncias. ¿Eso puede ser ‘positivo’, reflejando que más mujeres se atreven a denunciar?

Podría pensarse eso pero la línea de casos desde hace diez años no es ascendente. Es variable. Los datos no son para celebrar. A nivel nacional, solo un 24% de las víctimas denuncian. Salir de esa espiral, decir públicamente que están siendo maltratadas, todavía es un estigma. El miedo a perder la casa y los hijos, a no ser entendidas, no ayuda. El 16% se echan para atrás a la hora de ratificar la denuncia. También hay que incidir en que en los últimos diez años, el dato de las denuncias falsas ha sido irrisorio. Y, sin embargo, se pone el foco ahí. Solo es el 0,01%. Lo que sí hay que celebrar es que hay una mayor concienciación y, sobre todo, entre la gente joven. Parte de la pedagogía social debe centrarse en que los jóvenes identifiquen cuáles son esos primeros signos de violencia: el control de la ropa, de las amistades, del móvil, los celos... Tiene que haber más idea de construcción del amor día a día.

Uno de los mitos es que se da más en las clases más bajas.

Hay muchos mitos, como que está asociada al alcohol, a las drogas, a enfermedades mentales, a los estratos más bajos, a otras culturas... El maltrato no entiende de clases. Se dice que están locos, son drogadictos, están borrachos... Saben perfectamente lo que hacen. Los estudios de los últimos años sobre el perfil del maltratador han ido despejando esos mitos. Son criminales morales, que quieren dejar claro su poder dentro de la pareja. Muchas veces, terminan suicidándose después de haber cometido el crimen porque no soportarían las consecuencias de sus acciones en la vida pública, donde eran un ‘buen hombre’. También se está viendo últimamente que muchos agreden a ellas haciéndole daño a los hijos. En el nuevo Pacto de Estado contra la Violencia de Género queda muy claro que los menores también son víctimas. Desde que se tienen datos en España, ha habido 945 víctimas pero no se contabilizan a los familiares y a los hijos que han podido ser agredidos. Hay que entender la violencia como una cuestión de estado. Cuando se hizo el pacto contra el terrorismo, no era contra los atentados sino contra el terrorismo. Este pacto debería ser contra el machismo. La violencia de género es la expresión más terrible del machismo. El machismo genera violencias, en plura. Eso es lo que hay que combatir porque parece que es algo aislado y que no forma parte de una estructura que empieza con el acoso callejero, las bromas sexistas, la tolerancia a ciertas fotos en grupos de WhatsApp... Del aleteo de los micromachismos se crean huracanes que terminan en las violencias más extremas. Hay que concienciar que todo forma parte de lo mismo.

Ha hablado de la necesidad de hacer pedagogía en el ámbito judicial. ¿Qué ha supuesto la sentencia del caso de ‘La Manada’?

Es algo inasumible. Esta sentencia es bochornosa para las mujeres. Cuando digo esto, no voy contra la justicia en términos globales. Pero hay que poner el ojo crítico. Esto nos está diciendo que la justicia sigue siendo patriarcal. Esta sentencia tiene cero perspectiva de género, con una concepción patriarcal de lo que significa una relación y de lo que significa el consentimiento. El ‘sí’ tiene que ser explícito. Solo una socialización pervertida y desfigurada desde la pornografía, puede entender que eso fue una relación consentida. No es una justicia equitativa. Esta sentencia nos ha obligado a poner sobre la mesa lo que el miedo y la paralización supone para las mujeres. Los jueces con una formación más igualitaria lo han tenido claro. Pero son muy pocos.

¿Qué responsabilidad tienen los medios?

A veces, esa connivencia con el agresor, que es un poco una complicidad social que hay en la sociedad, también se transmite desde los medios. En muchas ocasiones, las noticias sobre violencia de género y desigualdad se dan de una manera sesgada y parcial y se convierten en cómplices de transmitir misoginia. Por ejemplo, en el caso del crimen de La Orotava, lo primero que sacaban los medios es todas las condecoraciones de este hombre. Donde hay que preguntar es de puertas para adentro: a la familia y a los vecinos. Ellos te van a dar el verdadero retrato del agresor porque muchos son personas ‘normales’, agradables, de puertas para fuera. Muchos son maltratadores de libro. Hay que informar bien y no reproducir mitos. Hay que deslindar el ámbito público del privado. Sin embargo, en el caso de Ana Julia Quezada, se incide en el mito de la mujer perversa. Era una asesina a sangre fría, pero como ellos. Los medios no tratan igual a hombres y mujeres.

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