Editorial

Fin de las mascarillas en interiores

Hoy está previsto que entre en vigor el fin de la prohibición del uso de mascarillas en el interior de los locales. El tema es polémico y no sólo en Melilla. Toda España se pregunta qué va a pasar en las empresas; en los colegios o en cualquier otro sitio donde no se pueda cumplir con la prudencia y la recomendación de la distancia de seguridad.

Estamos a la espera de que el Gobierno decrete el fin de las mascarillas en interiores y con ello, el fin de un complemento erigido en símbolo de la pandemia y en motivo de investigaciones policiales y puñaladas partidistas que han sacado a a luz que en lo peor de la pandemia, ha habido empresarios cobrando comisiones desproporcionadas por la compra de este tipo de material sanitario.

En Melilla ya se ha dicho que vamos a seguir al pie de la letra lo que diga Madrid respecto al fin de las mascarillas en interiores. Seguramente esa será la tónica en todo el país, lo que no impide que nos preguntemos si con los datos en la mano, nuestras autoridades tienen la certeza de que la sexta ola ha sido la última de esta pandemia.

Con el fin de los partes diarios del Sistema de Vigilancia Epidemiológico en Melilla, da la impresión de que todo está bajo control, pero justo este martes hemos sabido que en la ciudad hay 183 casos activos de covid (25 más que el viernes). Es un repunte leve, pero un repunte al fin y al cabo.

Por las encuestas sabemos que los mayores de 40 años no compartimos la decisión de quitarnos las mascarillas en interiores aunque en la práctica es algo que hacemos en los bares sin darle muchas vueltas al asunto.

Para los jóvenes, quitarse la mascarilla es ya una necesidad. En la flor de la vida, se mueren por verse las caras, por apreciar una sonrisa o por darse un beso o un abrazo. Les ha tocado vivir el desapego y la soledad y ahora toca reconciliarse con el grupo, la identidad y la pertenencia a la sociedad.

No podemos bajar la guardia, pero no podemos estar en jaque eternamente. Hay que asumir la nueva normalidad, probablemente con menos roces y más responsabilidad. La vida sigue y tenemos que seguir con ella. Hay que aprender a convivir con el coronavirus, como lo hacemos con otras enfermedades, pero sin olvidar lo mucho que nos ha costado llegar hasta aquí.

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