Opinión

Fiesta nacional de España

El 12 de octubre se celebra la festividad de la Virgen del Pilar, Patrona de la Hispanidad, de la Comunidad autónoma de Aragón y de la Guardia Civil. Felicidades a las Pilares, los aragoneses y a los miembros de la Guardia Civil, Instituto armado de naturaleza militar, que tan ejemplarmente ha servido a la sociedad española durante sus primeros 177 años de vida y al que le deseamos muchos más por cumplir.

Pero el 12 de octubre es, sobre todo, el día de la Fiesta Nacional de España. Se celebra este año el 529 aniversario de la llegada de Cristóbal Colón al nuevo mundo, que hoy conocemos como América, tras una travesía marítima de algo más de dos meses, en condiciones considerablemente aventureras, con más incertidumbres que certezas. Fantástica tarea histórica de la nación española bajo los auspicios de los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Los españoles de hoy tenemos motivos sobrados para sentir un legítimo orgullo por el desarrollo y ejecución de la hazaña colectiva a la que nuestros antepasados, como una entidad única ante los ojos del mundo, conocida como España, se entregaron con dedicación y generosidad sin límites.

Se alzan hoy voces que revisan ese legado histórico de nuestros antepasados de hace 529 años y de los que durante los 400 años siguientes mantuvieron la presencia y el desarrollo de nuestra cultura en aquellas tierras, de manera que, hoy en día, son difícilmente disociables la una de las otras.

Presenciamos en estos días una nueva campaña, que, prescindiendo del análisis del contexto histórico en el que aquella hazaña tuvo lugar, se dedica a cuestionar la honestidad y los fines de aquel cometido colectivo asumido por nuestra nación. Son, una vez más, activistas que se mueven con soltura en el cortoplacismo, tratando de obtener rédito político a su favor de las actuaciones, en muchos casos heroicas, de los que nos precedieron.

A nosotros, como españoles, nos corresponde exponer el legítimo orgullo de un legado noble de abnegación, entrega y valor al que debemos rendir homenaje de respeto y consideración. Es preciso poner de manifiesto y adquirir conciencia del incomparable logro para la historia de la humanidad que dicho descubrimiento supuso. Se han establecido comparaciones con otros hitos históricos del devenir de nuestra civilización a los que él descubrimiento de una tierra desconocida en nuestro planeta en condiciones, como digo, de máxima incertidumbre, sitúa en lugar notablemente superado.

Y es que aquella incomparable hazaña fue posible gracias a la unión de todos los pueblos de España (de todos) bajo la dirección de una monarquía forjada mediante la unión de los reinos de Castilla y Aragón por el matrimonio de los Reyes Católicos. Desde entonces hasta hoy, esa unión ha sido la regla más que la excepción. No obstante, a finales del siglo XIX, con las pérdidas de Cuba y Puerto Rico, en el continente americano y Filipinas en el asiático, se culminó la sucesiva pérdida de los territorios extra peninsulares en los que la nación española ejerció su presencia durante más de cuatro siglos. Es en ese momento en el que surgen en España movimientos secesionistas que descubren, sorprendentemente, que ellos nunca habían sido realmente parte de esa nación de la que, en un movimiento de integración progresiva habían venido a incorporase de forma fehaciente. Desde esos finales del siglo XIX hasta nuestros días, esos movimientos secesionistas no han hecho sino endurecer sus posiciones y conducir a nuestra nación a una suerte de interrogación permanente sobre la naturaleza de nuestro proyecto compartido y de nuestra entidad real como nación.

Si acaso, en estos momentos que vivimos, cabría que nos preguntáramos si en las circunstancias actuales, con tanto movimiento centrífugo y disgregador de nuestro ser nacional esforzándose en desmentir las glorias de nuestro pasado y en enfrentar los proyectos locales al proyecto común, estaríamos los españoles de hoy en condiciones de acometer una aventura semejante a la que fuimos capaces de acometer a finales del siglo XV y que duró más de 400 años.

La aparente fórmula mágica que hemos descubierto para suplir la unidad de acción del conjunto de la nación es la del consenso. Y digo aparente fórmula mágica porque el consenso debería basarse en la deliberación y aproximación de posturas partiendo de una aproximación inicial ofrecida por alguien dispuesto a flexibilizar su posición y a ceder parte de las consideraciones incluidas en su aproximación inicial en beneficio del acuerdo colectivo. Lamentablemente, el consenso se viene utilizando con demasiada frecuencia para pretender imponer al otro posturas inflexibles, que, de no ser aceptadas, permiten al inflexible proponente acusar al adversario de no estar dispuesto a alcanzar un consenso, simplemente porque tiene un punto de vista diferente que, legítimamente, pretende hacer valer. En otras ocasiones, se utiliza de manera, igualmente perversa, para difuminar la responsabilidad de quien propone una idea, pretendiendo ofrecer la imagen de que la decisión del grupo no ha ido inducida por nadie sino que procede, mágicamente, del espíritu colectivo sin que nadie aparezca como autor de la propuesta inicial o de las correspondientes contrapropuestas. Ambas modalidades son, a mi entender, perversas, si bien en la primera se asumen menos riesgos que en la segunda, en la que las contrapropuestas, si se obstinan en mantenerse, pueden dar al traste con el engañoso proceso. Para ello se suelen utilizar complejos procesos de tormentas de ideas en los que las contrapropuestas sean simplemente descartadas, sin que aparentemente se note su descarte por quien dirige el enrevesado proceso.

En cualquier caso, esas son las dificultades de nuestros días y hoy toca celebrar lo que fuimos capaces de ofrecer hace más de cinco siglos y desde entonces hasta nuestros días al conjunto de la humanidad. Deseo a todos una muy feliz celebración y una conmemoración plena de orgullo y de alegría del aniversario de aquel 12 de octubre de 1492, nuestro día de la Fiesta Nacional de España.

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