Tengo noticia por la prensa de la publicación de la Correspondencia reunida de Felisberto Hernández, y la encargo en una librería cercana. Cuando me avisan que les ha llegado voy a buscarla y la empiezo sin falta. Será otra manera de vivir y acercarse a Felisberto, a quien he vivido y me he acercado. Recuerdo que, justo el día en que se cumplía el 50 aniversario de su muerte, Gabriel Saad se fijaba en Casa de América, en Madrid, antes de empezar el acto en homenaje al escritor uruguayo en el que participaba por su gentil invitación, en la edición española de sus cuentos, que es la que yo tenía y llevaba y en la que los leí -me refiero a las Narraciones incompletas que con este título publicó Siruela. Gabriel me decía que no la había visto antes, aunque había oído hablar de ella -de esta edición española-, y, al hojearla, me comentaba que no constaba el responsable de la cronología. Es verdad. Veo que le han consultado algún punto, como experto, para situar alguna de las cartas de este volumen. Recuerdo aquel día de enero de 2014 en Casa América de Madrid, y el Congreso de noviembre de ese año en la Universidad de Milán y la de Bergamo, en el que también tuve el gusto de participar. Aquel día de noviembre en Bergamo realicé una intervención oral, de palabra, quiero decir que aunque llevaba el texto ya escrito que se publicó después con el que correspondía a las demás intervenciones, no quise leerlo sino volverlo a decir. A decir y a pensar y a sentir, para quienes allí estaban y me escuchaban. Y para Felisberto, su arte y su memoria. La relectura de sus cuentos, y el meditar sobre ellos, el a ellos intentar acercarme desde las perspectivas que ellos mismos me sugerían nutrieron mis intervenciones en estos actos. Y el disfrute de ellos y el asombro con ellos, otra vez, y que pienso podría volver a sentir si los releyera de nuevo, aventura gratísima que me prometo. Pero pienso que es bueno, que ha de agradarme acercarme al artista desde sus cartas. En aquellas intervenciones destaqué entre otras muchas cosas conceptos y obsesiones recurrentes en Felisberto que podía sorprender destacara como podía sorprender por ser cercanos a la mística -a la poesía y a la mística-, como la soledad, el silencio, la oscuridad. Y el misterio. El misterio que se revela en el verdadero arte, que con asombro encuentra desde una percepción singular. Nos habla de esta percepción y esta aventura singular del hacer arte, del encontrarlo y desentrañarlo, Felisberto en sus cartas. Así nos dice en una del 9 de octubre de 1935: “En tanto al misterio te diré que creo ciegamente en él, que lo adoro y que es el Dios que mueve los más grandes espíritus, que también les da placer y que también los tienta a que lo destruyan. Pero eso de que lo reducirán, jamás. Yo siento que cuanto más se sabe, más se agranda el misterio; que cuanto más sabe el artista, más profundo y de mejor calidad se vuelve lo que no sabe. Y esto desde el célebre “sólo sé que no sé nada” de Sócrates”. En carta del día 1 de junio de 1940 expresa su deseo de “componer con el nuevo material de la palabra hablada, con la ilusión de tocar resortes misteriosos”, y, más adelante, en carta fechada los días 28 y 29 de agosto de 1940, escribe: “Las palabras son un esfuerzo y ese esfuerzo es porque se siente que las palabras son al mismo tiempo profanación; y hasta es profanación el «silencio elocuente». Pero lo mismo todo es silencio, y yo quiero encontrarme contigo en el silencio que hay detrás de las palabras y tengo que amontonar palabras hasta hacer un muro; y con miedo de que sea antipático. Además, estando tan lejos no podemos vernos el silencio en que sin duda haremos algo, tendremos expresión con medios desconocidos. En el intento de buscarte no sé si te busco para ofrecerte algo o para pedirte algo”. Y, entre ellas, en carta de los días 21 y 22 de agosto de 1940, escribe: “Provisoriamente -y ya hace tal vez como diez años- se engañe uno mismo con acción superflua justificada por «la necesidad» y los problemas de toda índole que a ella se complican; también la cosa se puede engañar por el placer en el conocimiento en su sentido cientifista. Sin hacer «falsa oposición» entre lo que nos da la ciencia y lo que nos da todo lo demás, la ciencia nos engaña porque da, en ciertos sentidos, cimientos, porque da placer intelectual y del otro en el conocimiento, con todo el matiz de pecado bíblico que tenga el placer de conocer; y también porque nos provoca recuerdos parciales de cosas vividas, porque entrar en un mundo nuevo tiene gran emoción. PERO falta la corriente total y libre de toda la vida, sentida en su más extraña forma de totalidad, sintiendo circular el misterio que no puede sentirse con cualidad pensante. Y entonces, el arte. Cuando leía en Unamuno que el filósofo era un poeta, me juré no dejar de tener fe en lo que tanto sentí; porque sentí juntas las ganas de pensar a veces y las de hacer un cuento”. Creo que debí acudir a Julio Ramón Ribeyro en mis exposiciones en aquellos actos en relación a Felisberto y su percepción y su arte, la revelación y encuentro del misterio en él. Me viene de nuevo al recuerdo, por una recordada observación de sus Prosas apátridas: “Mi error ha consistido en querer observar la entraña de las cosas, olvidando el precepto de Joubert: «Cuídate de husmear bajo los cimientos»”. Pienso que me gustaría releer los cuentos de Julio Ramón Ribeyro, disfrutarlos de nuevo. En su diario La tentación del fracaso detalla los escritores de cuentos que se llevaría a una isla desierta, y recuerdo que yo lo refería en clase cuando lo daba, para decir que personalmente yo lo añadiría a él. Sin duda. De Julio Ramón Ribeyro leí en la edición española Prosas apátridas, su diario -cuando aquí se editó, pues quise que se me trajera de Lima en su edición peruana pero me fue difícil. Sí leí gracias a la edición en su país sus cartas a su hermano en dos volúmenes, Cartas a Juan Antonio, que mi hermana Elena, que vivía en Lima, de allí me trajo. Cartas, diarios, prosas misceláneas y lúcidas para acompañar el arte de un creador de cuentos. También ahora las cartas de Felisberto. Recuerdo las frecuentes anotaciones de París de Julio Ramón Ribeyro en sus diarios, pues allí vivía, y quiero traer esta impresión sobre esta ciudad de Felisberto Hernández que encuentro en una de sus cartas: “Bueno, usted querrá que le hable de París. ¡Qué difícil! Ya he perdido la primera impresión. Me asombraba el color de las casas, de un viejo ahumado muy raro, de la saturación más llena de encanto. Después, claro, las parejas que se besan por las calles -algunas ni siquiera se detienen, para eso- en los ‘metrós’, en las colas de los cines, etc. Oh! Lo más cruel son las colas; y en invierno! 12 bajo cero inyectado con un vientecillo ultra despiadado. Pero a uno le ataca, de la mañana a la noche, la locura de ver. Hay calles angostas y silenciosas, que dan la sensación de que el ruido de los pasos producirá el derrumbe de las casas: tienen vientres enormes y ya parece que van a dar a luz, gente, máquinas de coser, de todo. Algunas están sujetas con palos; pero los palos se pudren, se caen y las casas siguen en pie. Todo lo novelesco, amontonado en siglos, aparece profuso, monstruoso, y uno no deja de asombrarse nunca”. Lo que encontramos en las cartas, en las anotaciones. Lo que nos acompañan. Recuerdo una observación de Manuel Altolaguirre en la ‘Confesión estética’ que escribió y publicó Camilo José Cela en Papeles de Son Armadans al final de su vida y que con tanta frecuencia he mencionado. Ésta es la observación que desde la memoria ahora me llega: “Aún no he llegado a ser un buen lector de mi poesía. Aún no he logrado sentir todo lo que espero haber dicho”. Pienso que, si vuelvo a leerlos, los cuentos de Felisberto aún tendrán muchas cosas que decirme. Aún guardan secretos y significaciones para mí, me están esperando aún en ellos. A que los encuentre, a que despierten al roce y al calor de una nueva atención. Así espero hacerlo, así sería bueno que la edición y lectura de sus cartas a ellos de nuevo llevaran. Los hicieran, como en el título también de Altolaguirre, islas invitadas. Islas por aisladas y por únicas, por singulares, también por las ínsulas extrañas de San Juan de la Cruz a las que sin duda remiten, e invitadas porque podemos celebrarlas, sentirlas como hechas y dichas para nosotros en nuestros adentros, y que los sentidos y misterios que en ellos nos despiertan los guardaban, sí, nos esperaban, nos estaban esperando, esperaban a que con nuestra nueva lectura y nuestra sensibilidad despierta y atenta los invitáramos. Y así estas narraciones, también islas, fueran menos incompletas, por de algún modo completarlas un poco más nosotros, de algún modo y en cierta medida -esto vale el un poco más-, pero no del todo, pues una obra de arte sigue siempre abierta y siendo, siempre, una invitación ofrecida. Es, continúa siendo una isla invitada. Esto es cierto, pero especialmente lo es, pienso, de los cuentos y narraciones de Felisberto Hernández, y la lectura de sus cartas me hace así sentirlo y desear volver a ellas. Islas invitadas.
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