El fantasma de quedarse en la calle

  • Ana, madre de tres hijos y víctima de maltrato, no recibe ayuda de la Ciudad por haber estado empadronada en Málaga los últimos 3 años. El día 1 debe dejar la casa donde vive

“En 2010, denuncié al que entonces era mi pareja por malos tratos. Una juez dictó una orden de alejamiento, pero yo estaba sola y no tenía adónde ir. No tuve más remedio que volver con él”.

Quien cuenta estos hechos es Ana, una melillense de toda la vida que, hace nueve años, se marchó a vivir a Málaga con el padre de sus tres hijos. Lo que prometía ser una vida feliz, se tornó pronto en el infierno de la violencia de género. Pero, hace cuatro meses, harta de sufrir en silencio (“él también maltrataba a los niños”, lamenta), se armó de valor y, con las pocas pertenencias que tenía, regresó a Melilla con sus tres hijos: dos niños de ocho y seis años y una pequeña de cuatro. “Me voy a mi tierra y que sea lo que Dios quiera”, se dijo a sí misma.

En su lugar natal esperaba que los Servicios Sociales de la Ciudad Autónoma le concedieran las ayudas que le corresponden como víctima de maltrato. Sin embargo, pese a haber vivido la mayor parte de su vida en Melilla, no consta como melillense para las estadísticas del Gobierno local. ¿Por qué? “Me dicen que para conseguir ayudas, tengo que haber estado empadronada en Melilla los últimos tres años”, cuenta Ana a El Faro.

En casa de unos amigos

Desde que regresó a la ciudad, Ana y sus niños han tenido un techo gracias a la ayuda de unos amigos que los han acogido en su casa.

Sin embargo, estos allegados, que viven de alquiler en un piso del barrio de la Victoria, ya no pueden hacer frente al pago del arrendamiento y le han anunciado a Ana que van a tener que dejar la casa. Ellos tienen familiares que los acogerán en sus hogares, pero Ana y sus niños no tienen adonde ir. Si no consiguen que alguien los ayude, el próximo día 1, esta mujer y sus tres pequeños se quedarán viviendo a la intemperie.

“He ido a Bienestar Social, a Emvismesa y hasta la Delegación del Gobierno contándoles mi situación. Pero en todas partes me dicen lo mismo: que para recibir ayudas tengo que haber estado empadronada tres años en Melilla”, relata Ana. “Yo les digo: ¿Qué hago entonces? Nos quedamos en la calle?”, continúa, y asegura que nadie le da una respuesta. “Se van pasando la pelota unos a otros”.

Palizas de su expareja

“Yo estuve toda mi vida empadronada en Melilla”, destaca Ana, quien ahora ve cómo los años que figuró censada en Málaga, aquel tiempo en el que fue víctima de las palizas de su expareja, es lo que impide que ahora reciba en su ciudad natal la ayuda que tanto necesitan ella y sus hijos.

El calendario corre rápido para esta mujer. El día 1 se acerca y teme que sus hijos, que ahora se encuentran en una situación estable tras la atmósfera sórdida en la que vivieron bajo la ira de su padre, se vean forzados a vivir a la intemperie “bajo una caja de cartón”.

Esta madre de tres niños cuenta que, desde que volvieron a Melilla, sus hijos son otros. “Van al colegio Constitución, están muy contentos, sacan todo dieces... En Málaga, los tenía que llevar a un psicólogo, suspendían todas... Tenían un trauma muy grande. Su padre les pegaba y a mí también me daba palizas delante de ellos. Volver allí sería una marcha atrás para mis hijos”, proclama. “Con decirte que ahora ni se acuerdan de su padre... Es duro, pero es así”.

Salir adelante

Cuando va a recoger a sus hijos al colegio, Ana coincide con otras madres que intentan ayudarla a salir adelante. “Me consiguen trabajos limpiando casas o escaleras. Con eso, saco un poco de dinero. Así no tengo que vivir completamente de estos amigos, que ya me dan un techo”, relata.

Esta víctima de violencia de género destaca que la orden de alejamiento que un juzgado de Málaga dictó contra su ex ya no permanece en vigor, al haber vuelto a vivir con él tras ello. Antes de regresar a Melilla, presentó otra denuncia con el fin de conseguir una nueva orden de alejamiento. “Mi abogada me dice que eso es algo que va lento”, explica. Y, según afirma, mientras no se dicte ese auto judicial, no podrá recibir ayuda alguna de la Ciudad. “Exigen que haya una orden de alejamiento en vigor”, asegura.

“Hay muchísimas viviendas de protección oficial vacías. ¿Por qué no nos dan una a nosotros?, lamenta Ana. “Siento que todo el mundo me cierra la puerta”.

El próximo 7 de abril, la han citado en Emvismesa. Sin embargo, no tiene muchas esperanzas en sacar algo positivo de ese encuentro. “Me volverán a decir lo de los tres años de empadronamiento”.

Ana se niega a llevar a sus hijos al albergue, pues no lo considera un lugar para vivir. “Yo lucho por mis hijos día a día para que no les falte de nada. Por desgracia estoy en esta situación, pero voy a seguir luchando por ellos hasta que tenga respiración”, proclama esta madre de forma desesperada.

“Un policía me dijo: Lucha por tus hijos”

Ana regresó a Melilla pensando que, como mujer víctima de maltrato, podría obtener ayudas sociales de la Ciudad. Sin embargo, aunque ha vivido aquí la mayor parte de su vida, no lo ha hecho durante los últimos nueve años, y la legislación exige haber estado empadronada aquí los últimos tres años para ser beneficiaria de estas ayudas, que incluirían darle alojamiento.

“Fui a ver a una abogada y me recomendó que fuera a la Policía, a la UFAM”. Se refiere a la Unidad de Familia y Mujer, órgano policial encargado de asistir a mujeres maltratadas.

“Hablé con personal de la UFAM. Se metieron en la base de datos y vieron que es cierto que el padre de mis hijos me maltrataba”. Según asegura Ana, ese mando policial le dijo: “Haz ruido, lucha por tus hijos. Yo soy padre y haría exactamente lo mismo”.

Sin embargo, no está en manos de la Policía Nacional conseguir que Ana y sus hijos tengan un techo. “Lo único que puedo hacer es ir a la Policía Local y pedir que nos metan en el albergue, pero no quiero hacer eso”. Según asegura, eso sería una solución “para sólo tres días”. “Con todo lo que han pasado mis hijos, no quiero llevarlos allí”, manifiesta.

En cuanto a acudir a la Gota de Leche, tiene claro que no lo hará: “No soy una mala madre. Ese no es lugar para mis hijos”.

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