Pilar y Ramón acaban de descubrir que uno de sus pequeños, Paula, está enferma. Hamed está en paro y eso hace que no pueda costear la compra de nuevos tratamientos para su hija Yasmín.
Paula se encontraba mal. Le dolía muchísimo la tripa y no paraba de llorar. La llevaron al hospital y después de mil análisis se dieron cuenta de que no era apendicitis ni una infección de orina lo que tenía, sino diabetes. Ramón y Pilar, sus padres, no se lo querían creer. Otro diabético en la familia no, por favor. Y mucho menos uno de sus tres pequeños. Ramón sabe desde los 20 años qué es tener diabetes y lo que menos deseaba en la vida es que uno de sus hijos tuviera su misma enfermedad. Les da pánico que la niña no sepa cuidarse y tenga problemas de salud, que se desmaye en cualquier lugar y que nadie la ayude o que cuando sea mayor y estudie fuera de Melilla no sepa cómo resolver dudas sobre su enfermedad. El desgaste psicológico de esta familia es alto. Llevan un mes con la noticia de que Paula es diabética y cambiando muchas cosas en casa, desde los horarios de comidas, para adaptarse a los de ella, a la dieta, que ahora debe ser más saludable. Pero no sólo es eso. Los productos sin azúcar son más caros, las medicinas, con receta, no son tan costosas, pero las van a tener que comprar de por vida. Es una de las familias melillenses que ‘paga caro’ el que uno de sus hijos tenga una enfermedad crónica, en este caso la diabetes.
Ramón Carrasco nunca se cuidó. Desde que hace unos años sabe que es diabético, es decir, que su páncreas no funciona bien y que debe controlar que el azúcar en sangre ni se dispare ni sea muy poca, pues podría entrar en coma o causar mucho daño a otros órganos de su cuerpo, como los riñones. Pero su trabajo le imponía unos horarios incompatibles con su enfermedad y se controlaba lo mínimo.
Un susto de los grandes
Hace un año le dio una bajada de azúcar mientras trabajaba y se había quedado sin azucarillos y sin caramelos. Pilar, su mujer, tuvo que correr para llegar a socorrerlo. Desde entonces decidió cuidarse más. Pidió a sus superiores un cambio de destino y ahora trabaja en horario intensivo por la mañana, lo que le permite tener más control sobre las comidas y sobre su enfermedad.
Pero todo volvió a cambiar hace un mes. Paula, la mediana de sus hijos, empezó a encontrarse mal y la tuvieron que llevar de urgencias al Comarcal. Fue como un jarro de agua fría en lo alto descubrir que esta linda rubia que no para quieta un segundo tiene diabetes. Ahora las cosas se ponían más serias para toda la familia.
Pilar asegura que los 20 días que ha estado ingresada su hija en el hospital les ha servido para conocer la diabetes de cerca. Todos han aprendido mucho de esta enfermedad, incluso Ramón, que está actualizando todos los datos que tenía sobre ella en la cabeza.
Del hospital han salido con la máquina que les ayuda a medir el azúcar en sangre, las tiritas, las agujas y la insulina. Saben, por la experiencia de Ramón, que con la receta todas estas medicinas y aparatos que necesitará Paula para el resto de su vida no serán caras, pero es un gasto añadido más a la economía familiar.
Las tiras para comprobar el nivel de azúcar son casi prohibitivas para un bolsillo de una familia con sueldos medios, menos mal que se las dan en la consulta de su médico de cabecera, al igual que las agujas. La insulina también es cara, cinco euros con receta.
Afirman que aún no han notado mucho estos nuevos desembolsos, pero cada día descubren lo caro que son los productos sin azúcar respecto al resto. Las galletas, ¿quién priva a una niña de este dulce? Pues los paquetes de estos alimentos son un poco más caros que las galletas normales. Y no quieren saber cuánto les va a costar de más comprar helados sin azúcar cuando llegue el verano, pues seguro que Paula desea alguno que otro, es la más golosa de la familia.
Pilar destaca lo bien que se lo ha tomado Paula. Mejor que ellos seguro. Acepta su enfermedad y si sus hermanos Alejandro y Lidia se están comiendo una golosina ella sabe que no puede tomarla hasta que no llegue la hora de la comida.
Todos les han dicho que Paula será una niña responsable. Es una de las consecuencias de la diabetes y que no deben preocuparse porque la diabetes no va a limitar su vida tanto como ellos creen.
Han llevado al colegio cuentos sobre la diabetes y lo que le puede pasar a Paula si se toma una galleta para que los compañeros conozcan esta enfermedad y cuentan con el apoyo de su profesora que en todo momento les pregunta si tiene dudas sobre cómo se encuentra la niña. No hay nada positivo en que Paula tenga diabetes, pero está haciendo que su padre se tome más en serio su enfermedad, que toda la familia coma más sano y que los que están a su alrededor valoren aún más los esfuerzos que hace una familia melillense cuando les toca lidiar con una enfermedad que es para toda la vida, como la diabetes.
Una familia con miedo por el desempleo
Yasmín El Hady tiene 16 años. Descubrieron que tenía diabetes con tres años y desde entonces ha tenido que aprender a vivir con esta enfermedad. Su padre, Hamed, está en paro desde hace tres meses y la falta de dinero se nota cada día en esta casa, más aún cuando uno de sus componentes tiene una enfermedad como la diabetes. Yasmín debe tener una dieta equilibrada y necesita medicinas para poder sobrevivir, pero si Hamed no encuentra pronto un trabajo, van a tener problemas no sólo para pagar las recetas de los medicamentos de Yasmín, sino para ofrecerle comidas que sean adecuadas para su enfermedad, como frutas y verduras frescas, pescados o carnes con poca grasa.
Hamed se pregunta por qué no es gratis para estos enfermos la insulina. Además, le da pena no poder costear a su hija un tratamiento que consiste en un parche en el que se puede pinchar la insulina para que no le haga daño la aguja.
Yasmín, cuando piensa en el futuro, se imagina de enfermera. Cuando se entera de que hay un niño pequeño que tiene diabetes se ofrece para hablar con la familia y ayudarla. Eso no les cuesta dinero.