La familia es un soporte fundamental en la sociedad, a pesar de que algunos desaprensivos la traten de forma desconsiderada. Dentro de las distintas y posibles agrupaciones familiares, sin duda la que más capacidad tiene de apoyo, a cualquier contratiempo sufrido por algunos de sus miembros es la que conocemos como familia estructurada. De hecho, la problemática que se presenta dentro de unas familias desestructuradas es superior al de la estructuradas, y su repercusión en el ámbito educativo es importante, incidiendo negativamente tanto en lo que respecta al rendimiento como a la actitud.
La familia y su actitud ante el hecho educativo es determinante y decisiva para la educación de sus hijos. Si la familia entiende que la educación y la enseñanza son valores positivos, y considera como necesario el entendimiento y la colaboración entre familia y profesorado, eso también predispone a sus hijos a una actitud positiva de trabajo y de responsabilidad, lo que ayuda a conseguir buenos resultados académicos. Si la familia entiende la educación como un trámite, y considera al profesorado como si de simples cuidadores o canguros se tratara, la repercusión en los alumnos, hijos de estas familias, será negativo y los resultados académicos obtenidos deficientes.
Sabemos de las dificultades, ya alargadas en el tiempo, que atraviesa el mundo de la enseñanza. Esas dificultades se agrandan cuando hay familias que, desde consideraciones erróneas, perciben como un adversario al profesorado. La postura de la familia puede decidir en gran medida el desarrollo de la vida afectiva y educativa de sus hijos. No son mejores padres aquellos que consienten los caprichos y exigencias de sus hijos, sino aquellos que les hacen cumplir unas elementales normas de convivencia y comportamiento. La autoridad de los padres debe hacerse patente ante los hijos, sin que ello vaya en menoscabo del cariño y aprecio que deben mostrar hacia ellos, los sentimientos y exigencias deben ser equilibrados y adecuados a la edad a la que, en cada caso, vayan destinados.
Cuando se educa hay que pensar en las necesidades que los educandos tienen. Los padres que alientan en sus hijos sentimientos irrespetuosos o desconsiderados hacia quienes le educan, hacen un mal servicio a sus propios hijos. Es fácil comprender cómo esta actitud familiar, hace que los niños se vuelvan, primero caprichosos, y después déspotas, no sólo hacia sus profesores, sino también hacia sus compañeros, y posteriormente, en muchos casos, hacia sus padres, que así lo han educado.
No es difícil encontrar casos de maltratadores de mujeres y, cada vez más, casos de hijos que pegan a sus padres. Que nadie crea que esto no tiene nada que ver con la educación que se la ha dado.
Hay un daño colateral, consecuencia asimismo de esa educación amiguista, ejercida por padres que no tienen claro su responsabilidad, ni lo que implica educar a unos hijos.
Los hijos de padres permisivos son los que más molestan a sus compañeros, los que presentan más problemas de tipo personal y de inadaptación a la convivencia escolar, son los que más protestan y menos interés muestran por aprender. La postura de una parte importante de estos padres es descargar las culpas en el profesorado, ante los ojos de los demás y de sus hijos. Con ello el problema se agrava, y quienes más sufren las consecuencias son sus hijos.
La educación necesita del entendimiento de todas las partes implicadas, fundamentalmente padres y profesores. Si estas partes implicadas no tienen claro que a los alumnos hay que educarlos en el respeto, el esfuerzo y la responsabilidad, nunca será posible mejorar las deficiencias de las que el sistema educativo adolece.
La familia es imprescindible en la educación de sus miembros y debe asumir esa responsabilidad y no renunciar a ella, sus hijos le necesitan.
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