Sí, pedazo de familia, qué pedazos de seres humanos, qué entrañables.
Vicente, aquel árbitro de Segunda y Tercera División, justo, equilibrado, honesto y siempre amigo, aunque fuera para pitar un penalti a algún conocido. “Lo siento, chico, le has pegado una patada que casi me da a mí”. Una sonrisa delataba sus mejores maneras futbolísticas y humanas. “Es lo que hay, fulanito, no vuelvas a dar
coces”.
El matrimonio entre el Domenech y la Mohand –Vicente y María Jesús– funciona como un reloj suizo. Claro, así ha salido la descendencia: María José, agente del Instituto Armado, y María Jesús, la ‘Ílla’, un ser admirable. Está comprometida con la sociedad de Melilla, como voluntaria de Cruz Roja, como voluntaria de lo que sea, porque ella piensa que “ayudar al semejante y ayudarte a ti mismo, duermes mucho mejor tras echar una mano a quien lo necesita”.
Bueno, y tienen humor para repartir, para exportar. No les hables de Carnavales porque Vicente y su costilla lo ganan todo; no me acuerdo del año en que quedaron subcampeones, acaso no existió ese año. Tras ganar la edición correspondiente “nos ponemos a trabajar en la siguiente, concretamente ya tenemos elaborados los disfraces del Carnaval 2011”. ¿Cómooor? Sí ya están terminados. No nos han dejado verlos pero, a buen seguro, van a deslumbrar, como todos los años a todos los melillenses y se llevarán el primer premio, se lo merecen.
Pero nos llama la atención María Jesús, la ‘Ílla’. Es poco habitual encontrar un ser humano de tantos anhelos, tantas capacidades y tantas alegrías. Ella es feliz, primero, con ella misma, luego con el prójimo. Prójimo con jota y no con equis; es decir, hay que ser feliz con los seres humanos con quienes compartes horas, días, aspiraciones y sufrimientos. Ella comparte, sobre todo, alegrías, le va en el carácter que heredó de sus padres y que supo cultivar y engrandecer.
Lo mismo se hace una foto con ‘El Barrio’ que con María Gracia. Lo mismo se viste de españolísima para posar con Diego Martínez y la Copa del Mundo que España ganó a base de cojones y buen juego en Sudáfrica.
Ella vende entradas para los toros, lo hace para la pista de hielo, para lo que haga falta y es voluntaria de Cruz Roja. Ahí se ve el talante y la buena crianza, porque el padre, Vicente, también es voluntario de la benemérita y humanitaria institución. ¿Qué gente, Dios!.
Su hermana, María José, es agente de la Guardia Civil. No les quiero contar la sensación de esos padres, de esas hermana cuando vieron a la José escoltar un trono de Semana Santa 2010. Estaban de los mejores y más candorosos nervios del mundo, orgullosos de una chavala que, como Machú, ha sabido orientar su vida por la senda de la rectitud y el servicio y el compromiso con la sociedad. Habrá que preguntarse algo tremendamente fundamental.
¿Esta gente existe o es fruto de un sueño feliz? Existen, ya lo creo que existen; lo que ocurre es que, como son tan cotidianas, tan cercanas, la generalidad de sus próximos –con equis y no con jota– tienden a verlos y saludarlos sin comprender la esencia de la familia Domenech-Mohand, familia ejemplar que, sabiéndolo, no cae en la tentación de dar ejemplo a nadie. Bastante tienen con quererse a muerte todos los días.
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