Los melillenses vivimos ayer una falsa alarma tras el hallazgo de un objeto con apariencia de bomba en el lateral del Teatro Kursaal.
El artefacto de fabricación casera, nunca mejor dicho, es un canto a la estupidez y a la ingenuidad: tres cilindros que simulan ser dinamita, envueltos en cinta aislante y adosados a cables y a un teléfono móvil más antiguo que el hilo de coser. ¿Cuánto tiempo le pudo llevar su confección a su creador o creadores? ¿A quién se le ocurre semejante idiotez?
No es la primera vez que en nuestro país la broma se le escapa de las manos a alguien y termina dando explicaciones ante un juez.
Detrás de una falsa alarma está no sólo el humor negro de quien puede perder el tiempo intimidando al resto de ciudadanos y alterando la tranquilidad de la ciudad. También, la movilización de las Fuerzas y Cuerpos del Estado y, sobre todo, la sensación de inseguridad que produce entre la población, el pensar que el artefacto podría haber sido real.
Esta broma macabra, llamémosle así, se le ha ido de las manos a su autor o autores.
Nadie en su sano juicio deja un artefacto simulado en una transitada calle de Melilla sólo para reírse de los demás. También busca alarmar a la población, cosa que en este caso no consiguió porque la bomba de pega del Kursaal ni siquiera da risa. Es sencillamente, absurda.
Aunque las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad lo tendrán en cuenta, también habría que barajar la posibilidad de que no se trate sólo de una insensatez de mal gusto sino de una advertencia.
Nuestro país se mantiene en el nivel 4 (de 5) de alerta antiterrorista. Supuestamente, según se ha filtrado a la prensa, los servicios de inteligencia españoles no tienen motivos para pensar que en estos momentos exista una amenaza real de atentado por lo que no sería descabellado rebajar este nivel de alerta. Sin embargo, es entendible que un Gobierno en funciones no lo haga y antes prefiera pecar de exceso de celo y de prudencia.
Hechos como el ocurrido ayer en un lateral del Teatro Kursaal no tienen cabida en una ciudad tan pequeña y fronteriza como Melilla. En manos de la Policía Nacional está desenmascarar al o a los irresponsables que intentaron ayer alterar la tranquilidad de nuestras calles. Que la broma les salga cara.
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