Expertos de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) confirman las afectaciones provocadas por la excesiva competitividad deportiva en niños y niñas y cuestionan hasta qué punto es sana la competitividad alentada por sus progenitores.
De acuerdo con la Guía para padres sobre actividad física y salud del Ministerio de Sanidad, entre los elementos más motivadores de la actividad física están el poder pasárselo bien, moverse y compartir experiencias con los iguales.
Por otro lado, algunos de los factores que desmotivan y hacen que se abandone la actividad física son la presión por jugar, la imposición externa de la actividad y el dar más importancia a ganar que a jugar.
De hecho, los especialistas indican que la exigencia desmedida o la sobreprotección de padres y madres pueden provocarle a los pequeños el síndrome del deportista quemado. Este fenómeno ocurre cuando el niño sufre las consecuencias físicas y psicológicas de la exigencia de un entrenador o de un padre hipercrítico u obsesionado con que su hijo sea el mejor o juegue más minutos.
La profesora Neus Nuño, responsable del máster universitario de Psicología Infantil y Juvenil: Técnicas y Estrategias de Intervención de la UOC, señala que cuando al menor se le sobreexige aparecen síntomas como cambios bruscos de humor y sin motivo aparente; irritabilidad; deseo de evitar entrenamientos, partidos o competiciones; pérdida de interés por el deporte; cansancio excesivo; mala gestión de las emociones durante esos eventos deportivos; pérdida de confianza en sí mismo o una obsesión por el deporte que puede llevar a una pérdida de interés por otras actividades.
Por eso, subraya Nuño que hay que establecer un límite entre el apoyo al niño y el acompañamiento saludable y la presión excesiva. "Mostrar interés por su afición es fundamental, pero un exceso puede traducirse en presión y expectativas demasiado altas que pueden aumentar el estrés", apunta.
En tanto, el profesor de Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC Xavier Pastor, considera que hay que potenciar la práctica del juego y la mejora física frente al "resultadismo" implicando a padres y madres. De ahí que haya que enfatizar "en el cómo y no tanto en el qué" para que el estímulo sea constante y se busque la superación deportiva individual y colectiva.
El también entendido en resolución de conflictos e impulsor de proyectos de mediación deportiva indica que si los deportistas se concentran en los resultados, es posible que el estímulo se mantenga solo si son positivos. Por eso, cuando los resultados no sean buenos, pueden aparecer "pensamientos y comportamientos negativos, que se concentran en la búsqueda de culpables".
Sin desatender el hecho de que por regla general son los padres y las madres quienes deciden qué deporte van a practicar sus hijos, Pastor destaca que el deporte base debería servir para preparar física y emocionalmente a los futuros deportistas y no como ámbito de continuas exigencias.
Mientras, insiste en que el bienestar de los menores dependerá de cómo sus padres y el entrenador relacionan al niño con los valores positivos de hacer deporte y competir. A lo que Pastor agrega que al entrenador le corresponde procurar que los distintos conflictos (padres-hijos, hijos-entrenador, padres-entrenador, componentes del equipo entre sí) se solucionen.
Sobre si es bueno ser competitivos o no, Pastor concluye que hay que atender a factores como la edad porque cuanto mayor es el niño, "más herramientas tiene para gestionar mejor o peor estas situaciones de estrés o de conflicto".
Igualmente resalta que cuando un niño compite hay que potenciar los aspectos comunicativos, emocionales, sociales y relacionales por encima de la obsesión por ganar u obtener resultados positivos. El profesor llama incluso a que el respaldo de los aficionados hacia el equipo que pivote se base "en una actitud positiva y en comentarios respetuosos hacia los competidores".
En un Decálogo de buenas prácticas para padres de hijos que compiten, ambos profesores de la UOC proponen consejos que sirven a padres y entrenadores de jóvenes deportistas. El primero, es priorizar la formación de los deportistas infantiles en los terrenos técnico, social y organizativo sobre los resultados.
A eso se suma el poner en valor el compromiso, la disciplina, el respeto, la empatía, el trabajo en equipo o la superación. En otras palabras, aquellos aspectos que "van más allá del juego y que corresponden a cualquier actividad humana en la sociedad".
Asimismo, es válido animar y acompañar al menor en la práctica deportiva sin presiones; y recordar, como padres, que sus hijos practican deporte por diversión, por hacer amigos o por afán de superse, de estar sanos o de desconectar.
En ese sentido, es bueno regular las expectativas y ajustarlas a la situación y capacidades de cada niño; disfrutar y no sufrir el deporte junto a los hijos; escuchar al niño y proporcionarle un espacio seguro y de confianza donde pueda expresar cómo se siente; y apoyarlo, sea cual sea su rendimiento.
Por último, exhortan a los padres a valorar el esfuerzo de sus hijos y comunicárselo; y dar importancia a la práctica del deporte por lo que es, no por los triunfos o las derrotas.
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