Las muestras de solidaridad con las víctimas del accidente del tren en Galicia y sus familiares se sucedieron a lo largo de todo el país durante la jornada de ayer. Desde el Rey hasta el ciudadano del pueblo más escondido de España, todos nos estremecimos ante las espeluznantes imágenes del accidente y las escenas de dolor por la tragedia. Santiago de Compostela fue el escenario de un suceso inimaginable hasta hace sólo dos días. Pero la capital gallega no fue el único lugar donde el dolor y la desolación hizo acto de presencia. Aquí, en nuestra ciudad y en Nador, también se vivieron hechos dramáticos que han quedado ensombrecidos por la tragedia ferroviaria en el norte del país. Dos personas han perdido la vida al tratar de superar ilegalmente la valla que nos separa de Marruecos. El cadáver de una fue localizado por la Guardia Civil entre el paso de Mariuari y los pinares de Rostrogordo. La otra víctima mortal falleció en el Hospital Hassani de Nador, según el Ministerio del Interior marroquí. Las heridas que presentaba este último fueron causadas por la alambrada del cierre fronterizo y le provocaron la muerte.
La pérdida de estas dos vidas humanas no merecieron ninguna muestra de condolencia en nuestra ciudad ni en ningún otro punto de España. Las víctimas, dos seres humanos como las decenas que fallecieron en el accidente de Santiago de Compostela, probablemente también tenían familiares que cuando conozcan la noticia sentirán que el corazón se les encoge. Quizá alguno de ellos esté casado o tenga hijos. Tal vez alguno de sus amigos esté tratando de localizarlos desesperadamente. O puede que nadie los eche de menos aquí ni en su país de origen. En cualquier caso, su tragedia ha pasado desapercibida. No ha merecido ninguna muestra pública de duelo.
El esfuerzo de los responsables políticos de ambos lados de la valla se centra, como no podía ser de otro modo, en impermeabilizar la frontera y en evitar de una vez por todas las entradas ilegales en nuestro país. Cuando se consiga y las posibilidades de franquear la valla sean nulas, ningún inmigrante participará en los asaltos y, por lo tanto, no perderá la vida en el intento. Sin embargo, la tragedia continuará estando presente en la vida de estas personas que lo arriesgan todo para llegar a nuestro país. A quienes fallezcan en el intento quizá no los entierren en Melilla o en Nador, pero continuarán ocupando fosas sin ningún lujo en cualquier otro lugar. A diferencia de la tragedia ocurrida en Galicia, aquí nadie se preocupará de llegar hasta donde haga falta para tratar de evitar que un suceso similar se vuelva a repetir porque el origen último de esta tragedia se encuentra muy lejos, está en la gran diferencia económica y de oportunidades entre el Tercer y Primer Mundo. Los familiares del inmigrante fallecido en Melilla sólo pueden albergar alguna esperanza de que el juez esclarezca cómo se produjo el suceso, que confirme que se ha seguido todo el procedimiento que marca la ley en estos casos y que determine si ha habido algún hecho delictivo.
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