Felicidad y cansancio. Así resumen su estado anímico y físico inmigrantes que saltaron ayer la valla antes de instalarse en las tiendas del CETI.
Saltar la valla y conseguir entrar en Melilla es para muchos inmigrantes subsaharianos la culminación de un sueño y el principio de una nueva vida. Por eso, al llegar a Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), la mayoría experimenta una mezcla de felicidad (por haber alcanzado la meta tantas veces soñada) y también de cansancio. Superar el foso y el muro marroquí y la doble alambrada de Melilla es difícil y requiere un esfuerzo físico descomunal.
Lo primero que hacen los inmigrantes nada más llegar al CETI es darse una ducha y recoger las sábanas, la ropa y los productos de aseo que les da el centro.
Una parte de los inmigrantes que entró ayer en Melilla tras saltar la valla por Barrio Chino fue ubicada en las tiendas de campaña que montó el Ejército a primeros de mayo en una zona vallada, a la derecha de la explanada que está frente al CETI.
Fue allí donde ubicaron a Tiziani, un joven camerunés que aseguró a El Faro que estaba feliz por dar carpetazo a los días sin agua ni comida del Gurugú.
El Faro fue testigo de la llamada telefónica que otro inmigrante camerunés, que prefirió no identificarse, hizo a su padre. Después de cuatro años en las montañas de Marruecos, lo llamó para decirle: “Ya estoy en España”.
La felicidad invadía ayer a este joven que confesó a El Faro que se sentía inmensamente feliz. “Dios me ha bendecido después de cuatro años en el Gurugú”, dijo.
Su hablar pausado, denotaba el cansancio que le invadía. “Estoy agotado. Necesito dormir para pensar con más calma”, añadió.
Otro de sus compañeros de salto explicó a la prensa, en castellano, que no tiene intención de quedarse en España y que en cuanto lo trasladen a la península seguirá camino “hacia Europa”.