La invasión de Ucrania por parte de la Federación de Rusia hace que, por desgracia y una vez más, haya que sacar a la palestra lo que realmente parece una obviedad: las garras punzantes de la violencia que nos atenaza, de las cuales, cualquier indicio derivado de la guerra por muy insignificante que este sea, es el retrato más cruel y desgarrador y desdichadamente el más refinado.
Y es que, con el espacio aéreo interceptado por la devastación de los aeropuertos, las ofensivas terrestres y la actividad incesante de las defensas antiaéreas, a la urbe únicamente le queda salir por tierra para impedir ser atrapados por las descargas, bombas y ataques despiadados del ejército ruso. Al mismo tiempo, haciéndolo por carretera y ferrocarril, estos desplazamientos están condicionados por las largas demoras, el desconcierto y la encrucijada de una guerra que no se interrumpe.
A ello hay que añadir entre la consternación, que los hombres entre 18 y 55 años no pueden abandonar el país, porque están citados a filas por la movilización decretada por el presidente ucraniano Volodímir Oleksándrovich Zelenski (1978-44 años). La celeridad del avance de las tropas intrusas ha provocado que cada vez sean más ciudadanos de pleno derecho los que dispongan marcharse con lo puesto. Además, con las colas kilométricas que se originan en los puestos fronterizos, el desalojo que les aguarda es infernal dadas las condiciones extraordinarias que se barajan, demorándose más de veinticuatro horas si el punto de partida se realiza desde el Centro o Este de Ucrania.
Con lo cual, la tragedia humana está presente y esta se acrecienta día a día. La mayoría de los que resultan lo hacen desorientados y forman parte de familias desgarradas, puesto que hay casos de varones que han optado por quedarse para combatir. Por ello, quiénes allí llegan con los ojos cristalizados y enjugados en lágrimas, dicen ser mujeres y niños a los que le acompañan algún muñeco de peluche para atravesar la frontera con pesadas bolsas o tirando de equipajes voluminosos.
“He aquí el semblante luctuoso de mujeres y niños atemorizados y sobrecogidos por las bombas que no se detienen en Ucrania, y en el que el Comité de Emergencia de la UE se desenvuelve para canalizar la solidaridad frente a lo irracional e inadmisible”
Estas vicisitudes por instantes luctuosas, hacen más que previsible que este río humano no haya hecho más que comenzar, en el mayor de los conflictos armados desde la ‘Segunda Guerra Mundial’.
Ya nadie duda que en el Viejo Continente existe el abatimiento y los recelos, ante la firmeza de las sanciones impuestas contra Rusia aprobadas por los Estados miembros de la Unión Europea, UE, al observar cómo la deriva totalitarista de Vladimir Vladímirovich Putin (1952-69 años) asola improcedentemente contra viento y marea la soberanía de una nación como Ucrania.
Pero, también, conforme este entresijo se agranda y empeora hay miedo y espanto, al aguardarse una intensa volatilidad en los mercados porque la sombra de la inquietud se incrementa por las economías, vislumbrándose que las secuelas de esta conflagración puedan ser catastróficas a nivel global y quebrar la recuperación económica, tanto en lo macro como en lo micro, de estados que pretendían alzar la cabeza tras dos años embarazosos de pandemia.
Con estas connotaciones iniciales, no resulta fácil abordar una cuestión de este calado y con la premisa de que los segundos avanzan impertérritamente para, tal vez, truncar o hacer añicos cientos por miles de vidas en juego y expandir el drama humanitario que se cierne. Porque, pese a que la migración en su praxis crecientemente compleja aflige en el tiempo a más territorios que en el pasado, no existe una fórmula impecable para regular el movimiento de personas.
Es una circunstancia constatada que la raza humana se ha trasladado fuera de los espacios de origen o estancias habituales. Si bien, las raíces han sido distintas a lo largo y ancho de la historia, como el rastreo o la batida de alimentos, situaciones dificultosas en el lugar de comienzo, curiosidad por adentrarse en otros horizontes, etc.
En el siglo XX estas oscilaciones migratorias comprendieron proporciones colosales y conformaron la aldea global que actualmente conocemos. Pero, ésta a su vez, muestra una panorámica personificada por la mutación inquebrantable y apresurada. En definitiva, los tránsitos de individuos superaron cotas prodigiosas y velozmente se precipitaron.
Luego, lo que pretendo desgranar en esta disertación es fundamentar algunas de las características de las evoluciones migratorias, como exponer brevemente los efectos que han aglutinado en el Derecho Internacional y determinar la forma en cómo se despliegan los movimientos forzados de personas, entre las cuales, desgraciadamente se enfatizan aquellas que lo hacen por el terrible azote de la guerra, como la que acontece en Ucrania y en otros teatros bélicos. Sin inmiscuir, los esfuerzos ingentes perpetrados por el Derecho Internacional para encontrar un mínimo resquicio de solución de lo que no podemos postergar.
De modo sucinto puede indicarse que en el siglo XX acaecieron oleadas migratorias manifiestas con antelación a la deflagración de la ‘Primera Guerra Mundial’ y el chispazo de la ‘Segunda’, así como los flujos que se materializaron durante y después de consumarse la última contienda.
El primer período se entabla en las postrimerías del siglo XIX y llega hasta los prolegómenos de la ‘Gran Guerra’, cuando por entonces, millones de sujetos pobres y perseguidos renunciaron al Sur y el Este del continente europeo para sondear otras posibilidades en América Latina, el Pacífico del Sur, África del Norte y otras naciones occidentales más prósperas e industrializadas.
Asimismo, los afectados prescindieron de las regiones europeas en torno a la cuenca del Mediterráneo, la República Federal de Alemania, el Imperio Austríaco y el Imperio Ruso, en tanto, que los destinos más señalados se emplazaron en América del Sur.
“No resulta fácil abordar una cuestión de este calado y con la premisa de que los segundos avanzan impertérritamente para, tal vez, truncar o hacer añicos cientos por miles de vidas en juego y expandir el drama humanitario que se cierne”
Véase el ejemplo de la República Argentina que incrementó su conjunto poblacional gracias a la cuantía notable de inmigrantes que albergó, algo así como una tercera parte de la afluencia germana e italiana y la mitad de la partida austríaca, española y rusa. Del mismo modo, tanto la República Oriental del Uruguay como la República Bolivariana de Venezuela y la República de Chile, advirtieron una evidencia parecida por los muchos irlandeses que arribaron en Venezuela y aquellos alemanes que comparecieron en Chile.
Idénticamente, la República Federativa del Brasil comenzó a acoger grandes sumas de migrantes europeos, que hacia el año 1914 se convirtió en el estado que alojó la mayor cifra en el mundo: una tercera parte de la migración rusa, la mitad de los migrantes irlandeses y una cuarta parte del tránsito migratorio proveniente de la República de Austria, la República Italiana y la República Portuguesa.
Por otro lado, la República Francesa y sus colonias admitieron importantes cantidades de la migración española, italiana y la surgida del Reino de Bélgica, aliviando el bienestar francés y la intensificación de sus núcleos industriales urbanos. Igualmente, Estados Unidos, la Mancomunidad de Australia, Canadá y África del Sur incluyeron a nutridos migrantes europeos.
En cambio, el escenario del Imperio Ruso resultó bastante llamativo porque, a pesar de la ampliación vertiginosa de los residentes eslavos, éstos fueron poco considerables en los movimientos puntualizados precedentemente. Cierto es que poco más o menos, unos dos millones de ucranianos y medio millón de lituanos se reubicaron en América del Sur, pero la mayoría de la migración ucraniana y rusa se desplazó a Turkestán y Siberia.
En líneas generales concurrió un fuerte grupo de polacos y judíos que discurrieron a Francia y Sudamérica, que, como resultado de una paulatina persecución, un 40% de los judaicos rusos se reasentaron en Europa Occidental, el continente americano y las colonias francesas y británicas del Hemisferio Sur.
En esta etapa con un sinfín de movilidades, hubo otras tendencias migratorias determinadas emanadas de naciones como la República de la India y la República Popular China. Primero, las despoblaciones de la India se orientaron especialmente a asentamientos del Imperio Británico y, de este modo, hubo otras esferas de la India en la Guyana Británica, las Islas del Océano Índico, la Federación de Malasia, la República de Trinidad y Tobago y el Sur y Este de África.
Y segundo, las salidas de China se hicieron notar en el Reino de Tailandia, Península de Indochina francesa, República de Filipinas españolas y las Indias Orientales holandesas.
Posteriormente, entre los años 1850 y 1910, un millón y medio de afrobrasileños, migrantes de las Antillas francesas y africanos franceses occidentales se alojaron en la Guyana francesa, lo que hoy es la República Cooperativa de Guyana.
Ni que decir tiene, que la ‘Gran Guerra’ motivó inmensas ondas expansivas de bandazos humanos. Así, los actores que más sintieron y sacudidas migratorias promovieron estuvo en los europeos del Centro y Sur. Concretamente, el Estado Libre de Baviera, la República de Polonia, la República Helénica y Austria. En Francia y sus dominios aparecieron casi la mitad de los migrantes representado en medio millón, y exactamente ocurrió en Chile y Venezuela procedentes de Baviera y Austria.
La Gran Bretaña incluyó un dígito de migrantes numerosísimos resultantes de Rusia y el Norte de Europa y este volumen favoreció a encaramar la exigua proporción de habitantes. Toda vez, que por cuestiones de los estragos de la guerra se entretejieron las diásporas de los armenios y rusos.
De esta manera, aparecieron en masas miles de armenios en Francia, Brasil, Argentina y Australia. Y unos tres millones de rusos apocados por la ‘Revolución Soviética’ (1917/1923) hubieron de hacerlo a Polonia y Ucrania y otras ciudades emblemáticas como Praga, París y Constantinopla.
Más tarde, en la década de 1920 y 1930, los estados de América de Sur y Australia, al igual que Canadá y los Estados Unidos optaron por cerrar sus límites fronterizos a los movimientos migratorios, mientras que Francia hospedó a una población originaria de la República Argelina Democrática y Popular. Pero, la inexistencia de una escapatoria a otros traslados surgidos de Alemania y Polonia, ayudó a acondicionar la ‘Segunda Guerra Mundial’.
Con el paso de los años, la predisposición a generar problemas para tolerar la migración iría ascendiendo. El fenómeno de movimiento progresivo debió concitar a los países a aprobar políticas migratorias pertinentes que mostrasen los valores gubernativos y éticos fundamentales.
Finalizado el conflicto dejó a una Europa asolada con millones de personas al margen de sus recintos de origen. Entre tanto, surgieron movimientos migratorios fuertemente amplios e incontrolados. Más de siete millones de individuos de nacionalidad germana se desalojaron de la Unión Soviética y Polonia, de los cuales, la mayoría se encuadraron en los estados que sucedieron a Alemania, a excepción de Austria y Baviera, que impidieron el reasentamiento de alemanes extranjeros.
Esta corriente totalmente enrevesada únicamente pudo ser perfilada en la década de los sesenta, porque el resto de la urbe judía europea partió masivamente al Estado de Israel, Francia, Argentina y África del Sur. Sin soslayarse, los refugiados alemanes y judíos, más de un cuarto de millón venidos de los estados sometidos por los soviéticos y aquellos de Polonia, quienes principalmente se dirigieron hacia Argentina y Escandinavia.
Llegados a los años cincuenta se conformó un gran desarrollo en la mayor parte de Europa Occidental, que sugestionó a la mano de obra de territorios apenas desarrollados como la República Portuguesa, el Reino de España, el Sur de Italia y los Balcanes. Y con la instauración de la esplendorosa UE un número significativo de sujetos provenidos de Argelia, República de Turquía, República Libanesa y la República Árabe Siria fueron atraídos a este continente.
Una manifestación semejante acaeció con los miembros de los Estados Andinos como Bolivia, Ecuador y Perú, que básicamente se encaminaron a Chile, Brasil y Argentina. A Nueva Caledonia llegaron indochinos y polinesios y al Estado del Japón, esencialmente de la Isla de Taiwán y Corea.
A resultas de todo ello, los Estados Unidos se convirtió en un foco de llamamiento para los migrantes, con el patrocinio de fórmulas migratorias liberales en los años cincuenta que soportó en dos décadas a diez millones de mexicanos en el flanco Sur y de dos millones de franco-canadienses en Nueva Inglaterra. Obviamente, esto ha hecho que al otro lado del Atlántico haya un entramado formado por múltiples cunas, lo que desentraña el protagonismo de zonas espaciosas en las que cohabitan varios idiomas y grupos étnicos.
A partir de los años ochenta se observa en el continente europeo un fuerte declive demográfico, que convergió con entornos de dificultades en África y Oriente Medio, lo que ocasionó una convulsión migratoria de veinte millones de gentes surtidas de territorios francófonos de África Subsahariana, Argelia, República Árabe de Egipto, República Tunecina y Siria. Y ya, en los años noventa, esta migración se simplificó al ser sustituida por migrantes pertenecientes a demarcaciones como el Kurdistán, manteniéndose las promotoras de África del Norte. Hay que destacar, que Australia conoció otro episodio comparable con el anterior, al incluir a dos millones de personas de Filipinas y la República de Indonesia.
Indistintamente, Japón, se erigió en un punto neurálgico de migraciones masivas por motivos de los asiáticos que irrumpieron para ocupar el vacío causado por la guerra. Igualmente, en los años noventa, Egipto pasó a ser la meta de migrantes próximos a África del Este y la República del Yemen. Finalmente, Sudamérica recibió a innumerables personas llegadas del África Meridional, y muchos de sus naturales regresaron a sus pueblos de origen producto de la regularización de la situación política democrática.
Sobraría mencionar en estas líneas, que los impulsos laborales desenvolvieron las políticas taxativas de las migraciones y éstas se vigorizaron con el ajuste de la saturación de los servicios sociales adecuados. Alcanzado el siglo XXI, hubieron de incorporarse las materias de seguridad interna que en nuestros días se ven intimidadas por azotes como la amenaza del terrorismo, las operaciones del narcotráfico y el tráfico ilegal de personas.
Hilvanado sucintamente el recorrido de la dimensión mundial migratoria que nos trae hasta las coyunturas que con estupor desangran a Ucrania, la UE ha convenido una coraza temporal de protección a los que escapan del acoso y derribo más atroz. Y es que, este acontecimiento belicoso ha enarbolado a los estados del Este a un cambio de paradigma, porque tras años de rechazo indeterminado a la hospitalidad de refugiados, clausurar fronteras o contradecir sistemas de reparto por cuotas, Polonia, Hungría o la República Checa, abren sus puertas para el desbordamiento por decenas de miles de ucranianos que a diestro y siniestro tratan de sortear la invasión rusa.
En aras de una Europa más unificada, por vez primera, se moviliza una norma valedera desde 2001 con la que dar instintivamente amparo a todos los que huyen del ataque, pero, no independientemente de su nacionalidad: argumento que les otorga trabajar legítimamente en el seno de la Unión y acceder a una serie de derechos, sin el menester de formalizar peticiones de asilo de manera específica.
Lo cierto es, que, a la hora de escribir este relato, en este maremágnum humanitario un millón cuatrocientas mil personas aproximadamente han emprendido la marcha desde la génesis de la hostilidad con una premura como no se había visto en décadas.
La amplia mayoría busca a sus vecinos del Sur y Oeste, o a los miembros de la UE o la República de Moldavia. En contraste con los enjambres que se desencadenaron desde 2015 por los conflictos bélicos en Siria, Afganistán o África, la repercusión comunitaria está siendo muy receptiva, pero algunas administraciones han sugerido sus reservas a servirse de la Directiva que autorizaría a facilitar un estatus.
Como antes he indicado, la reglamentación consta para su aplicación desde 2001, pero ninguna vez se había implementado. La Comisión Europea lo puso encima de la mesa en un encuentro extraordinario de Ministros de Interior y lo respaldó en una iniciativa que pasará a la historia.
Si bien, no llueve al gusto de todos, porque tanto Budapest como Varsovia creían hallarse en la razón que no era imprescindible, ya que los ucranianos no reclaman el asilo ni quedarse, sino únicamente una ayuda provisional mientras se prolonguen las acometidas, porque conservan familia y nexos en numerosos estados colindantes y en teoría retornarían a sus residencias lo antes posible.
Conjuntamente, se ha cuestionado que agilizar la Directiva induciría a un desbarajuste burocrático inútil, pues a pesar de las cifras graduales el trámite está siendo fluido. Que urgentemente era precisa la cooperación y financiación no se pone en duda, pero por medio de otros mecanismos que en el pasado se han adoptado. En tanto, Polonia alardea de que no hay campos de refugiados en sí, sino que sus ciudadanos se donan en cuerpo y alma con la apertura de sus viviendas.
Hoy, no se demandan visados, ni documentaciones biométricas en las fronteras. Así, la República Checa o la República Eslovaca, pasando por Austria o Alemania, brindan con transporte gratuito a los que desean penetrar en la UE.
Hay que resaltar que los derechos laborales y sociales de los que se servirían los ucranianos, pero en teoría también cualquier otro que se encontrase en Ucrania, independientemente de su origen, es una cuestión que no gusta demasiado en las naciones tradicionalmente más discrepantes con la inmigración que surge fuera de Europa y en concreto musulmana.
De ahí las imposiciones para reemplazar el ofrecimiento de la Comisión, con lo que los que no dispongan de pasaporte ucraniano no se proveerán de la protección total, al menos, de modo instantáneo por haber viajado desde Ucrania.
En resumidas cuentas, Polonia y Hungría no estaban por la labor de esta aceleración, a la que objetaron desde 2015, incluso ante contextos dilatados en el curso de la guerra y la desolación, porque saben de buena tinta que ahora será más inteligible volver a implorarlo si hay una nueva crisis de esta hechura.
En consecuencia, camino de forzarse el mayor éxodo desde el final de la ‘Segunda Guerra Mundial’, la Directiva depura un paraguas de posibilidades de la que potencialmente se podrían servir millones de humanos en momentos tan críticos, para rendir auxilio a los que sobrevienen masivamente a territorio comunitario y le es problemático volver por evasivas de guerras, violencia o violaciones de los derechos humanos, pero, sobre todo, que los criterios se superpongan en su conjunto en toda la Unión, respecto a un permiso de residencia, acceso al mercado laboral y a la vivienda y asistencia médica y social.
Este es el semblante luctuoso de mujeres y niños atemorizados y sobrecogidos por las bombas que no se detienen en Ucrania, y en el que el Comité de Emergencia de la UE se desenvuelve como pez en al agua, para canalizar la solidaridad frente a lo irracional e inadmisible que ha enardecido una fuerte escalada de necesidades básicas para sobrevivir.
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