Combatieron hasta la última gota de su sangre y con su elevado comportamiento suplieron las carencias. Corría aquella jornada fatídica del 23/VII/1921 y a la voz de ¡Viva España!, los setecientos jinetes pertenecientes al Regimiento de “Cazadores de Alcántara” 14 de Caballería, cargaron frontalmente una decena de ocasiones contra las fuerzas tribales rifeñas, emplazadas en las inmediaciones de la Plaza de Melilla con un único convencimiento: salvaguardar la retirada de los desdichados compañeros que venían exhaustos desde el campamento devastado de ‘Annual’.
Sin lugar a dudas, de no ser por su intrépido heroísmo y gallardía, en aquel violento suceso dos millares de combatientes rojigualdos habrían perecido por los hombres liderados por el caudillo Muhammad Ibn ‘Abd el-Krim El-Jattabi (1883-1963), sirviéndose de la hostil sombra rebelde que se excedía en furia y acometividad.
Y es que, en el marco del ‘Desastre de Annual’ (22-VII-1921/9-VIII-1921), no solo reprodujo una hecatombe militar en toda regla, sino un fracaso nacional, fundamentalmente, de sus dirigentes. Era incuestionable, que el vaivén político de aquel tiempo no era el más oportuno para tutelar un Protectorado, y de hecho, por entonces, hasta cinco ministerios tenían competencias sobre él.
Luego, la descoordinación y el desconcierto estaban garantizados. Por ende, el Ejército nulo para acciones exteriores de calado, era dado a contener los peligros internos, su ocupación como elemento represor mostraba amplios niveles de deterioro en los cuadros de mando y la insatisfacción era visible en amplios sectores castrenses.
A diestro y siniestro, lo errores políticos cayeron empicados y los reveses militares no se quedaron al margen de este escenario luctuoso, que sumados ambos, nos reportaron a una encrucijada en la que no hacía falta más que advertir la lección magistral.
La frustración era generalizada desde todas las vertientes, aunque no exenta de algunas hazañas, pero en la amplia mayoría de los lances, auténticos descalabros y en algunas ocasiones, abandonos bochornosos. Si bien, entre los distintos episodios ominosos, son varias las figuras que alberga la historia que se concatena, y entre estas se hallaría una Unidad que se cubrió de gloria y honor a costa del sacrificio y del cumplimiento del deber de sus componentes con un coste humano inenarrable.
A todo lo cual, para situarnos en esta épica acción, es indispensable retrotraernos en los trechos hasta adentrarnos en uno de los capítulos entorchados y derivados de la Guerra del Rif (1921-1927). Pero antes, tras los acuerdos hispano-franceses de 1912, nominalmente se instauró el Protectorado sobre el territorio del Norte de África, lo que actualmente es el septentrión marroquí, pero ya desde sus inicios, no eran pocas las cabilas que no consentían el protagonismo de España en sus territorios.
Con estos mimbres, este relato tiene su punto de partida en el año 1920. Fecha en la que el Comandante General de Melilla, Manuel Fernández Silvestre (1871-1921), progresó por la región con el designio de alcanzar el corazón del Rif: la Bahía de Alhucemas. A primera vista, cada una de las operaciones orientadas a tal fin, exitosas, no consiguieron más que aumentar la pugna de los rebeldes, reportando a las Tropas españolas a una dinámica comprometida. Todo ello, indispuesto por unidades atomizadas repartidas en blocaos y fortificaciones con un territorio de difícil orografía.
Ya, en el mes de junio, la posición de Abarrán sería asaltada seguidamente de su ocupación y con anterioridad a la finalización del establecimiento de su defensa, la ayuda de la Policía Indígena, crispada contra las huestes españolas, dio pie a que fuera tomada por los rifeños tras liquidar a la totalidad de la guarnición.
Después de la toma de Igueriben contigua a la de Annual, Abd el-Krim, opta por encomendarse a la ofensiva, emprendiendo una arremetida sobre la misma estando al mando del Comandante Julio Benítez Benítez (1878-1921), que, por otro lado, sostiene pequeñas acometidas, quedando sitiado, aunque pudo aproximarse un convoy preservado por el Capitán Joaquín Cebollino Von Lindeman (1889-1938).
Previamente y dada la gravedad del contexto, el 20/VII/1920, el Regimiento de “Cazadores de Alcántara” 14 de Caballería se agrupa en el Campamento de Drius. Transcurridas veinticuatro horas, sin apenas auxilio, munición y lo que es más preocupante, sin una gota de agua, la situación es alarmante. Visto lo cual, a sus audaces defensores no le queda otra que ingerir el líquido de las patatas comprimidas, incluso tinta, colonia y hasta orín combinado con azúcar.
Habiéndose producido una tentativa malograda de asistir a la posición y distribuidos los últimos cartuchos que quedaban, incinerar el material e inhabilitar las piezas de artillería, los hombres marchan a la desesperada, siendo sacrificados por las fuerzas tribales bien parapetadas que los cercan. Únicamente regresan rezagados, heridos y agotados a Annual con el horror más inmisericorde, veinticinco supervivientes.
Posteriormente, el 22/VII/1920, el mando territorial de la circunscripción de Annual encabezado por el General Silvestre con unos tres mil integrantes, es fuertemente asediado hasta el extremo, que ordenándose permanecer en el sitio, definitivamente se dispone abandonarlo.
Mientras, los grupos de Alcántara dispuestos por el Teniente Coronel Fernando Primo de Rivera y Orbaneja (1879-1921), salen en la alborada a escoltar y resguardar un destacamento predispuesto a hacerse con una posición que contuviera la senda de Izumar, a modo de una hondonada en la ruta de retirada. Pero, antes de llegar a Izumar, se toparon con una desbandada antológica retirándose al ser tiroteados desde las elevaciones por los disparos de los pacos o francotiradores rifeños.
Entretanto, Primo de Rivera, es testigo como el adversario se emplea a fondo desde todos los frentes, al objeto de desbastar el paso de los que escapan, por lo que inmediatamente reúne a sus Oficiales para cuanto antes desenvolverse. Primeramente, trata de apaciguar a los que corren y los pone en orden apremiándolos a incorporarse entre la formación del Regimiento, y sin rebasarla, para prestamente salvaguardarlos del fuego que sufren desde las cotas colindantes.
“Merece la pena enfatizar la pródiga contribución en la proeza del inherente cómplice del Soldado de Caballería. Me refiero, al caballo, que le otorga heredar la idiosincrasia, premura, agilidad, nobleza, potestad y confianza transferida por medio del espíritu del jinete que impregna el alma”
A tenor de los acontecimientos que se desencadenan, el Alcántara, los más lustrosos en medio de tanta mediocridad, manda pequeñas partidas para establecerse en las crestas y apartar al contrincante, que, por otro lado, esquiva a toda costa la confrontación directa. Una vez cruza la columna de Annual, se persiste haciendo fuego sobre el enemigo y acabando con él hasta la recalada en Ben Tieb, donde se dejan a los soldados maltrechos que habían sido trasladados en la ancas de los caballos.
Ni que decir tiene, que el espíritu de cuerpo y su marcado estilo de actuación es irreprochable, pretendiendo poner orden en el repliegue con los escasos medios de que dispone, envolviendo los flancos y la retaguardia de la columna, hasta su entrada en Dar Drius. Alcanzado el 23/VII/1920, se dictamina al Alcántara que se encamine a cubrir la retirada de los ejércitos de Abada, Ain Kert, Azib de Midar, Cheif, Karra Midar y Tarfesit. En ese intervalo preciso, los jinetes se fraccionan en secciones para envolver mayor terreno y así colaborar en los diversos retrocesos de las columnas replegadas.
De esta manera y como colofón a lo descrito, setecientos jinetes estaban llamados a dar lo mejor de sí, defendiendo a más de cinco mil compatriotas hasta ganar la posición resguardada de Dar Drius. Toda vez, que una de las columnas en Cheif, recibió una embestida a manos de las harcas rifeñas.
En un abrir y cerrar de ojos, donde el más mínimo atisbo de estrategia brillaba por su ausencia, los jinetes de Alcántara garantes de su respaldo, no titubearon un momento y cabalgaron presurosamente en su socorro.
A la par, Primo de Rivera, salió con los escuadrones al trote realizando numerosas cargas, compareciendo el cuerpo a cuerpo y estrechando con fuego al contendiente para abatirlo o, si acaso, dispersarlo.
No obstante, a pesar del repliegue efectuado se padecieron un número significativo de pérdidas humanas. A la postre, la columna de Cheif desembocó en Dar Drius acompañada por el grueso del Alcántara con cuantiosos muertos y heridos.
En seguida, partió una sección para apoyar el repliegue escalonado de la posición de Kara Midar y horas más tarde, lo hicieron varios grupos para arropar la retirada de Tafersit y Azib de Midar, que eran acorralados con abundante fuego de fusilería. Amén, que el Alcántara, cargó contra la tenacidad indígena hasta lograr repelerlos.
Una vez rebasada la línea más segura en Dar Drius, el General Felipe Navarro y Ceballos-Escalera (1862-1936) dio las órdenes oportunas para la evacuación de la posición en dirección a la de El Batel. Sin soslayarse, que el río Igan, más que un afluente es un cauce seco derivado de las lluvias torrenciales, algunos vehículos y ambulancias quedaron obstruidos al ser asestados por tiradores bereberes.
Acto seguido los jinetes llegaron hasta la riada, donde los medios de transporte quedaron inservibles y sus conductores masacrados. Percatándose de la suerte de sus compañeros, el Alcántara conforme sus efectivos disminuían vertiginosamente, era una nota de dignidad en medio de tanta desgracia, hasta volver a consumar otra carga y agigantarse la cuantificación de fallecidos.
Tras un aparente triunfo el abatimiento recaería en los corazones de estos soldados, porque mientras retornaban a Dar Drius, distinguieron desde la distancia como la posición llameaba. No era para menos, los rifeños habían asaltado y echado al traste dos días de virulentos combates. Pero, en aras de llevar a término su patriotismo y abnegación, su encomienda no había llegado al desenlace definitivo, porque una última columna de sobrevivientes demandaba su custodia hasta llegar a Batel-Tistutin.
Lo que a posteriori habría de ocurrir envolvería otra de las páginas doradas de los Ejércitos de España, porque su gesta aún no había terminado: el Alcántara correspondió con su cúmulo de valores, guareciendo solidariamente los flancos y la retaguardia de la columna en retirada con cargas inquebrantables sobre el rival.
Cuando maniobraba hacia El Batel, la columna habría de salvar el río Igan, donde se ocasionó una potente irrupción por miles de turbantes provistos de gumía y daga. Al presentarse y precipitarse las primeras detonaciones, Navarro, ordenó a Primo de Rivera que intensificara con sus escuadrones sobre el flanco izquierdo, al objeto de franquear el río. Sin duda, la mística de un tratamiento de iguales rozaba la comunión, cuando el Alcántara acogió el que sería su último mandato: era ineludible atravesar la vertiente y rematar a los insurrectos para ayudar a los que se retiraban.
Lo cierto es, que los jinetes de Alcántara hubieron de cargar hasta en cuatro coyunturas ante un contrario que no se amilanaba, estando ansioso de vengar la ofensa recibida, mientras el resto de la columna vendía caro su precio superando el río. La extenuación de los caballos era palpable, luchando primero al paso y detrás pie a tierra.
Compareciendo el cuerpo a cuerpo y ante la impotencia por la falta de espacio de emplear las carabinas máuser de 7 mm modelo 1893, los jinetes rivalizaron con su sable modelo 1868. Ahora, la disputa era titánica e incluso, monturas e hijos de España esparcían sus restos insepultos, en aquellas vastas tierras africanas con un ardoroso sol de justicia, hasta reiteradamente cargar y sofocar la agitación insurgente.
¡Por fin!, la victoria se alcanzó y les obligaron a dispersarse.
Cabría subrayarse, que ante lo infausto y reducido de las fuerzas amortiguadas, los Oficiales Veterinarios y Trompetas de Alcántara se unieron a una batalla infernal. Era clarividente, casi setecientos hombres configuraban el Regimiento en las primeras luces del día, pero únicamente habían resistido el Teniente Coronel Primo de Rivera, dos Comandantes, algunos Oficiales y unos setenta de Tropa.
Más adelante, en Monte Arruit, moriría Primo de Rivera por motivo de la gangrena originada al amputársele un brazo atrapado por un granada de cañón. Asimismo, otros integrantes del Regimiento sobresalieron en la defensa de Monte Arruit, la Alcazaba y el Aeródromo de Zeluán, Base de la 2ª Escuadrilla de Aviación en Marruecos.
Por cada una de estas vicisitudes memorables, se procedió a la tramitación de la concesión de la ‘Cruz Laureada de San Fernando’, al Regimiento de “Cazadores de Alcántara” 14 de Caballería, con la valoración literal del Juez Instructor fechada en Melilla el 8/II/1933: “… En virtud de estas situaciones donde resplandece de forma brillante la conducta de este Regimiento de la que el clamor público y muy especialmente de los residentes de esta Plaza que vivieron y sufrieron aquellos días de angustia y que son los más fieles juzgadores de la actuación de este Cuerpo hizo ya sus galas juzgándolas sin pasiones como heroicas y definitivas en aquellos sucesos pasándolas a la historia para enaltecer y perdurar las glorias de España y su Ejército y el Arma de Caballería; el Juez que tiene el honor de informar es de parecer que en pocos casos como el presente está tan claro el derecho a tan apreciada recompensa como el del Regimiento de Alcántara comprendido en el artículo 55 del vigente Reglamento”.
“La intervención del Alcántara se disciplinó como si de un ceremonial se tratase, izando el adiestramiento sigiloso de las virtudes militares, dando vida, cuerpo y alma a las directrices encomendadas, hasta obedecer desde el comedimiento, el espíritu de firmeza e ilimitada rectitud”
En otras palabras: la heroicidad de Alcántara se fundamentó en el beneplácito sensato e intencionado, por cuanto sus componentes intuyeron su cometido y admitieron las fatalidades de su observancia. A decir verdad, en ningún momento se causaron desidias entre sus filas y hasta el último soplo atesoró a voluntarios para cumplir las órdenes graduales profesadas. En un entorno de desbarajuste, destrucción, desaliento y cataclismo generalizado, en la ejecución de una de las misiones legendarias de la Caballería, abrazaron la orden de acoger la retirada de las columnas españolas en su desahuciado amago de resistir desde Annual a Melilla, en un recorrido de ciento treinta kilómetros que resultaron infaustos e inacabables para la mayoría de los hombres.
Todos asumieron que debían concretar el señuelo que apartara al grueso de la vigilancia de los contingentes nativos y ser el custodio protector, que les previniera de la acción de sus fuegos y movimientos ensoberbecidos por sus botines.
Trasladarse y operar, competir y cargar en apoyo a las columnas o en su favor, intervenir montado o a pie, según lo emplazase o condescendiesen los hechos fluctuantes, esforzarse al arma blanca o con armas de fuego, atender los flancos y la retaguardia, auxiliar las posiciones en peligro o dominar y custodiar posiciones fijas, socorrer las caravanas de heridos, apuntalar y efectuar las aguadas, conducir y alojar en las posiciones los convoyes de abastos, bagaje y municiones, etc. Este era, ni más ni menos, el elenco de responsabilidades a merced del Alcántara.
Todo, y es imprescindible insistir en lo expuesto, completamente todo, lo enarbolaron a la excelencia y culminación, en numerosas circunstancias ante los más estremecedores infortunios y el trance de perder sus vidas.
Luego, en las labores del Alcántara se halla la máxima solidaridad en las tres semanas que distan desde su concentración en Dar Drius, desde el 20 de julio a la capitulación de Monte Arruit el 9 de agosto, desempeñando su encargo con firmeza, humanidad, generosidad y espíritu de sacrificio, con innegable desprecio a su don más preciado, la vida, buscando únicamente el patrocinio de la columna española.
Y es que, en esta religión de hombres honrados, se asigna con primor la terminología ‘compañerismo’, para referirnos a la similitud que abarca la magnificencia y la esplendidez en la convivencia y tributo de los soldados en la misma institución. Verdaderamente, será complejo atinarnos ante una muestra de ‘compañerismo’ tan evidente, que resalte en la historia militar del siglo XX, como la confirmada por esta Unidad en esos impetuosos y amargos días en los que sobrevinieron sin cesar, órdenes y contraórdenes, quehaceres fraguados o advenidos, o iniciativas cristalizadas en grupos o avanzadillas.
Pero, también, funciones características de la Caballería y algunas ajenas que no quedaba otra que implementarlas, imponiendo a incesantes restablecimientos para contrarrestar un entramado inconsistente y continuamente en la penalidad.
En este matiz, merece la pena enfatizar la pródiga contribución en la proeza del inherente cómplice del Soldado de Caballería. Me refiero, al caballo, que le otorga heredar la idiosincrasia, premura, agilidad, nobleza, potestad y confianza transferida por medio del espíritu del jinete que impregna el alma.
Sobraría mencionar en estas líneas, que el caballo asistió fiel y confidentemente a los jinetes de Alcántara en sus pasos hasta Monte Arruit y Zeluán, donde los retazos de lo que todavía subsistía del Regimiento, se establecieron como unidades de Infantería para la salvaguardia de una parcela de las susodichas posiciones.
Es de recordar, que estos herbívoros perisodáctilos de gran porte y cuello largo y arqueado, experimentaron cinco dilatadísimas expediciones de durísimas temperaturas caprichosas que le demandó un alto brío, monótonamente sobrepasando los cuarenta kilómetros diarios. Travesía que el prontuario decretaba como jornada habitual, tolerando las mismas penurias en agua, pasto y desahogo que su jinete. Al mismo tiempo, que, amparaba a su cabalgador en la estratagema, se dedicó de medio de transporte de todo individuo que lacerado, fracturado o derribado, ascendiera a su grupa.
Por último, la postración por el desfallecimiento, las lesiones o la agonía en su caminar, no le hacían pasar desapercibido, porque era utilizado como parapeto y si no quedaba más remedio, como alimento nutritivo y bajo en grasas.
En resumidas cuentas, la intervención del Alcántara se disciplinó como si de un ceremonial se tratase, izando el adiestramiento sigiloso de las virtudes militares, dando vida, cuerpo y alma a las directrices encomendadas, hasta obedecer desde el comedimiento, el espíritu de firmeza e ilimitada rectitud.
Quizás, la leyenda que aporta determinada verosimilitud a la narración, pueda hacernos caer en la balanza que el Alcántara al completo y en inigualable formación, cargó en los alrededores del río Igán hasta en ocho incidencias para habilitar y proteger su paso, teniendo que producir la última como resultado de la lógica consunción de los jinetes y cabalgaduras.
Probablemente no sucedió así, porque nos atenemos ante unos lapsos en los que los recorridos propios de la previa conexión con el área de combate y el resultante repliegue perpetrado, hubo que añadir algunas cargas en dos franjas cambiantes entre Bentieb y Dar Drius el día veintidós, más las verificadas en la mañana del veintitrés para conformar la evacuación y las retiradas de las posiciones de Ain Kert, Midar, Cheif y Tarfesit hasta Dar Drius.
Conjuntamente, las cargas se promovieron en escenarios desiguales, no todas ajustadas para este tipo de operación pretendidamente determinativa. Podría premeditarse que las condiciones contraproducentes del terreno, la conveniencia propicia adquirida por el enemigo, la desorganización en las filas y el agotamiento acumulado, impusieron a los jinetes de Alcántara lanzarse con insuficiente o nula cobertura de sus ametralladoras y con un avance debilitado, todo ello, distante de lo encomiado por los reglamentos estratégicos.
Consecuentemente, las evidencias constatadas en la superación del Regimiento de “Cazadores de Alcántara” 14 de Caballería, residió en extraer de los suyos la total fidelidad a su causa, misión y consignas confiadas, fraguando y valorando la plena identificación de sus activos, para hacer sobresaliente, si cabe, superlativo y extraordinario, nada más y nada menos, que el cumplimiento del deber acrisolado con el valor y la disciplina.
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