Categorías: Opinión

Esperando a Rajoy

El Pleno de ayer no tuvo nada que ver con el teatro del absurdo ni con la obra de Samuel Beckett 'Esperando a Godot', pero se pudo resumir muy bien en la frase 'Esperando a Rajoy', porque, como señalo en mi crónica de la misma sesión plenaria, tanto Gobierno como oposición centraron gran parte de su discurso en el porvenir más inmediato con un Ejecutivo central del mismo color político que el local. En 'Esperando a Godot' se pretendía simbolizar el tedio y la carencia de significado de la vida moderna, en concordancia con los grandes debates del existencialismo. Muchos han interpretado que Godot era Dios, pero Beckett siempre lo negó.
En Melilla, el abuso del discurso popular en beneficio de las muchísimas bondades que, se nos dice, va a traernos el Gobierno de Rajoy, esperemos que no acabe como la tragicomedia de espera a un Godot que nunca llega.
Particularmente, creo que los compromisos del presidente electo han sido tan claros y rotundos, como sus gestos de apoyo a Melilla. No espero por tanto que sea como un Godot que, una vez en la Moncloa, se vuelva invisible y ausente para nosotros, olvidadizo de cuanto nos prometió y nos dijo, por muy feas que se presente la situación, una vez tenga constancia directa de cómo están realmente las cuentas y el déficit del Estado.
Como Imbroda y tantos otros, pienso que Rajoy es un hombre serio y con valor en su palabra. Lo demostró desde sus tiempos de ministro de Administraciones Públicas, que allá por el 1996 venía por primera vez a Melilla a dirigir el traspaso de competencias a la nueva Ciudad Autónoma.
No obstante, el discurso del PP corre el riesgo de volverse demasiado repetitivo y excesivo si se empeña en querer aplazar todos los problemas crónicos e históricos de nuestra ciudad a una resolución segura una vez empiece a andar el nuevo Gobierno central del PP.
Ayer, sin ir más lejos, el vicepresidente Miguel Marín llegó a decir que el Partido Popular va a resolver “de manera definitiva el problema de la pobreza en Melilla”.
Una afirmación un tanto exagerada y difícil de cumplir, si se tiene en cuenta las especiales circunstancias de una ciudad, marcada por su realidad fronteriza y la diferencia de quince puntos en el nivel de renta que separa a los melillenses de nuestros más empobrecidos vecinos del entorno marroquí.
Melilla bandea con su propia pobreza y asume parte de la miseria y necesidades del hinterland que la circunda. Ojalá llegara el día en que acabáramos con la pobreza, pero para eso también habrá de acabar con ella al otro lado de nuestro perímetro fronterizo, porque nuestros parámetros más problemáticos y preocupantes están muy unidos a nuestra situación geográfica, entre otros condicionantes importantes que tampoco se me escapan. No olvidemos que la pobreza ha crecido con la crisis económica, la misma que negábamos en su mayor incidencia en Melilla y que, sin embargo, ha hecho que retornaran a la ciudad muchas familias en paro, que acumulan el número de unidades familiares en riesgo de exclusión social o en el umbral de sufrir la pobreza más extrema.
Al Gobierno local, creo, no le falta razón cuando dice que gran parte de ese incremento obedece a la política de abandono del Gobierno Zapatero respecto de Melilla en los últimos siete años. Una política que efectivamente ha reducido partidas varias, desde las destinadas a convenios sociales hasta las puras y duras de inversiones, y que no ha contribuido por tanto a que superemos nuestra siempre más atrasada posición socioeconómica respecto del resto de España.
Pero, no nos equivoquemos, ni la pobreza ni el paro crónico en esta ciudad son culpa de Zapatero o del Gobierno local o del anterior Gobierno central de José María Aznar. Desgraciadamente son problemas endémicos que exigen de otra política. Por ello, ahora que el PP va a contar con el respaldo de la Administración central, debería ser más valiente que nunca y admitir esa propuesta de creación de una Mesa por el Empleo que, sin embargo, no debe gestarse en el seno de la Ciudad Autónoma, sino en el de la Administración central y en concreto en el Servicio Público de Empleo Estatal (SPEE).
Hay que definir actuaciones en virtud de las competencias de cada administración, aunque la autonómica o local no pueda ser ajena, como no lo es ni lo ha sido a un problema que le incumbe igualmente, aunque no cuente con los instrumentos suficiente para afrontarlo. Aún así, es posible también otra gestión de los recursos públicos, mucho más austera y acorde con una realidad excepcional, como la del extremo paro o el mayor índice de pobreza y exclusión social que, forzosamente, exige sacrificios en todos los frentes, aún a costa de adoptar recortes en actos e iniciativas para grupos sociales que, siendo muy rentables electoralmente, deben quedar aparcados en beneficio de un reparto más rentable, igualitario y efectivo de los recursos públicos.

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