Los emigrantes subsaharianos que malviven en el Monte Gurugú, en el noreste de Marruecos, solo tienen un objetivo: saltar la valla que les separa de la vecina ciudad española de Melilla. Y a eso dedican todos sus esfuerzos.
En las faldas de ese monte que sirve de frontera natural entre Nador y Melilla, se concentran decenas de emigrantes de África subsahariana en pequeños campamentos rudimentarios, sin ni siquiera tiendas o techos, apenas objetos amontonados y garrafas de agua junto a restos de fogatas. Todos esperan la "hora cero" para dar el salto a la valla y la COVID-19 no ha cambiado sus vidas: ninguno lleva mascarilla, usa gel hidroalcohólico ni respeta la distancia social. Estos candidatos a la emigración ilegal, casi todos varones de diferentes edades, se reparten actualmente en tres pequeños campamentos improvisados.
Por rutas apenas visibles desde lejos, es posible observar a jóvenes de raza negra llevando agua desde manantiales ubicados al pie de la montaña hasta sus refugios, instalados en un relieve en la roca difícil de descubrir. En un campamento, con una treintena de malienses, burkineses y guineanos, entre otras nacionalidades, está prohibido fotografiar, insiste Musa (nombre ficticio), un joven maliense que dice tener 18 años, aunque aparenta muchos menos.
"Para prevenir las redadas de las autoridades marroquíes, cambiamos de sitio cada vez. Nos ayuda que ahora no sea invierno para movernos con un mínimo de equipaje", precisa Alassane, de 26 años y procedente de Burkina Faso. Los jóvenes bajan cada mañana a Nador y su periferia para mendigar dinero y alimentos o recibir la ayuda de la Iglesia de la ciudad. A la puesta del sol, vuelven a la montaña para dormir.
En cada campamento existe una especie de "comisión" que distribuye las tareas: unos harán la patrulla de vigilancia, otros irán a por agua y los terceros buscarán herramientas para atravesar la valla, como escaleras y cizallas. Una fuente de las autoridades marroquíes, que trabaja en la lucha contra la emigración clandestina, explica a Efe que en la periferia de Ceuta y Melilla hay dos tipos de emigrantes, según su situación económica.
"Los que atacan a las vallas son muy pobres y se apoyan en la movilización colectiva y su gran número, mientras que los otros (entre ellos las mujeres) optan por salir en pateras". Los que tienen medios económicos no suelen vivir en la montaña, sino en casas que les proporcionan los organizadores de emigración ilegal.
Antes de saltar la valla, los emigrantes vigilan y acercan sus campamentos cada vez más a la frontera, después de recopilar información sobre la orografía del terreno que les separa del perímetro fronterizo, explica el responsable marroquí.
Los ataques suelen estar organizados por personas experimentadas en este tipo de acciones -algunos de ellos son exoficiales de ejércitos africanos, sostiene la fuente- y estudian muy bien a la guardia fronteriza.
La irrupción se apoya en el elemento sorpresa y se realiza sobre todo en días festivos, cuando suponen que el despliegue de seguridad es más relajado, además de atacar las partes más vulnerables de la valla.
El escenario más común es que los emigrantes se lancen hacia la frontera siguiendo el río Tisemguín, para intentar acceder a Melilla atravesando la valla en la zona conocida como Sidi Uaryach.
Lo sepan o no, un avión de tipo "Defender" de la Gendarmería Real vigila sus posiciones y todos sus movimientos, según la fuente.
El responsable de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) en Nador, Omar Nayi, explica a Efe que estos emigrantes se enfrentan a un sufrimiento doble: su precaria situación económica y las redadas de las fuerzas de seguridad. "Sus condiciones de vida empeoraron más todavía por la pandemia y apenas les llegan las ayudas distribuidas por la iglesia de Nador".
Nayi, que estima que en todos los bosques de la provincia de Nador hay unos 2.000 subsaharianos en esa situación, lamenta que las autoridades no se limiten a practicar detenciones, sino que queman las posesiones de los emigrantes.
El Gobierno español ha iniciado recientemente una remodelación del perímetro fronterizo que separa Melilla de Marruecos que consiste en retirar las concertinas y elevar la altura en las zonas vulnerables, además de eliminar la sirga tridimensional, instalada en 2006.
En el último asalto masivo a la valla de Melilla, el pasado 20 de agosto, entraron 30 emigrantes subsaharianos de los 300 que lo intentaron. Uno murió y otros 8 resultaron heridos, mientras que 3 guardias civiles sufrieron lesiones. Se trata del segundo desde el cierre fronterizo, después de que otros 55 inmigrantes accedieran el pasado 6 de abril en un intento protagonizado por 260.
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