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“Escalar la valla es como un trabajo”

Ibrahim tiene 16 años y llegó a Melilla tras saltar la valla hace dos meses . Ahora vive en La Purísima y sueña con reunirse con su hermano en Almería.

Ibrahim es la otra cara de la moneda. Nació en Gambia, tiene 16 años y unas ganas infinitas de comerse el mundo. A pesar de su corta edad, este adolescente de hablar pausado y cuerpo menudo saltó la valla de Melilla hace apenas dos meses. Ahora vive en el centro de acogida de menores La Purísima y aunque su idioma materno es el inglés, ya chapurrea palabras en español.
El chico saltó la valla por Mariguari en su segundo intento. “Sólo lo intenté dos veces. La primera vez, me pilló la Policía marroquí y la segunda, lo conseguí en menos de tres minutos”, se jacta delante de sus amigos.
Pero saltar la valla no es coser y cantar, aclara. “Cuando estás escalando no miras a nadie. Sabes que tienes que hacerlo todo lo rápido que puedas. Es peligroso y tienes miedo, pero escalar es como un trabajo. No tienes que entrenar. Lo haces y punto”, dijo sonriente.
Ibrahim tardó más de seis meses en llegar desde Gambia a Marruecos. El camino se le hizo duro porque tuvo que atravesar Senegal, Mauritania, Mali, Burkina Faso, Níger y Argelia. Sin embargo, a diferencia de otros inmigrantes que salen sin dinero, él tuvo el apoyo de su hermano mayor, que vive desde hace 20 años en Almería. “Cuando me quedaba sin dinero, lo llamaba y él me ayudaba. Si no hubiera sido por él, no lo habría logrado”, admite.
Cuando decidió que en Gambia no había “un mañana” para él, Ibrahim se sentó con su familia y le comentó que vendría a España. “Yo sólo quiero buscar una vida mejor. Quiero dedicarme a la comunicación. Pienso mucho en el futuro, en estudiar y en graduarme”, confiesa animado.  
Él no es el hermano mayor ni el más pequeño. Es “uno de los del medio”, pero eso no influyó en su decisión ni en la reacción de sus padres y abuelos. “Antes de salir le dices que te vas y te desean buena suerte. Tampoco es tan complicado”, comenta con ingenuidad.
Preguntado por El Faro sobre si él animará a otros jóvenes de Gambia a que hagan el camino hasta Melilla, Ibrahim lo niega con la cabeza. “No le diré a nadie que venga. Es muy difícil, muy duro y no quiero que otros pasen por lo que yo he pasado”, afirma.
Lo peor del viaje, para Ibrahim, fue darse cuenta de que no hay ayuda por el camino. “Nadie te da comida ni agua”, insiste.
El chico es de los pocos afortunados que no tuvo que pasar mucho tiempo en el Gurugú. “Sólo estuve dos semanas y enseguida conseguí saltar la valla”, comenta sin esconder su felicidad.
Esos quince días en las montañas de Marruecos le dejaron mal sabor de boca. “Allí arriba hay hambre. Sólo teníamos pan para comer”, asegura.
Ibrahim no se atreve a hacer un cálculo sobre cuánta gente vive actualmente en las montañas del Gurugú. “Mucha y de muchas nacionalidades”, atisba a contestar.
Además comenta que cuando llegó al monte, no se puso a buscar a la gente de su país. “Me quedé en el campamento de los senegaleses. El de Mali es el que más gente tiene y ellos son muy fuertes en el Gurugú. El de Camerún es el único en el que viven algunas mujeres”, recalca.
Ibrahim no sabe cómo saldrá del centro de menores La Purísima o de Melilla, pero eso tampoco le preocupa mucho. Cuando mira hacia adelante, se ve graduado, con un trabajo y de vuelta a Gambia, visitando a su familia. “Quiero verlos de nuevo”, dice sin perder la sonrisa.

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