Marruecos está aplicando la ley a rajatabla. Lo ha demostrado esta semana con la detención de dos melillenses que no tenían la 'carta verde' del barco ni el permiso de pesca menor y fueron trasladados al puerto de Beni Enzar mientras cogían cuatro calamares en aguas cercanas a Aguadú.
De camino a la Comisaría marroquí, los arrestados se encontraron con una embarcación de los GEAS de la Guardia Civil, que preguntó a la patrullera marroquí qué estaba pasando. Las autoridades españolas no pudieron intervenir porque la detención se produjo en aguas de jurisdicción de Marruecos, donde hasta ahora todos los melillenses han pescado habitualmente sin que se interpretara como un gesto colonialista, como lo 'vende' ahora la maquinaria de propaganda de Nador.
Hemos vuelto a los años de tensión en los que los antiespañoles apedreaban a la Policía española en la frontera de Beni Enzar sin que Marruecos se inmutara. Fue en ese contexto, en octubre de 2013, cuando se produjo el asesinato de Emin y Pisly, en cuyo barco la Marina Real marroquí no encontró nada que explicara el porqué de un crimen sin sentido que ha reventado a una de nuestras familias y que a día de hoy sigue impune. Ese asesinato fue la punta del iceberg. Nuestro país calló, tragó y bajó la cabeza. De aquellos polvos, estos lodos.
Que no se nos olvide que en aquellos momentos estaba en el Ministerio de Exteriores el popular José Manuel García Margallo que no movió una sola pestaña por buscar justicia. Su protesta se quedó en una nota verbal.
Lo que parecía un rumor infundado este verano en Melilla, es hoy un hecho. Marruecos ha reforzado la persecución de los propietarios de barcos con amarre en nuestra ciudad porque quiere que se marchen al puerto de Beni Enzar. Si las cosas siguen por el camino que van, tarde o temprano tendrán que decidir entre cuatro opciones: vender el barco, acostumbrarse a navegar dentro de los 500 metros de aguas de jurisdicción españolas; pasarse el tiempo renovando permisos y licencias burocráticas o amarrar en Marruecos sin que les vuelvan a molestar.
Rabat ya ahogó nuestro puerto comercial y ahora quiere ahogar el deportivo. En todo esto tiene que haber un motivo de fondo que se nos escapa al común de los mortales. Si les hemos entregado el Sáhara, ¿qué más quieren que no les hemos dado?
En medio de esta escalada de incidentes menores que se van acumulando, también se acumula la animadversión hacia Marruecos de una parte de Melilla a la que le duele lo que está haciendo nuestro vecino con nuestro país, sin que veamos una posición firme desde Madrid.
Señores, con la cantidad de droga que se mueve a diario en las costas de Marruecos, que detengan a dos niños con cuatro calamares en un tanque nos da la medida de la labor que hacen las patrulleras marroquíes: nada. No pillan a un pez gordo del narcotráfico por estar entretenidos pidiendo licencias a los que cogen cuatro calamares.
En Marruecos no paran de crecer las protestas a favor del aborto, en contra de la pena de muerte; de la Ley de Extranjería que abandona en la frontera con Argelia a los migrantes independientemente de que sean solicitantes de asilo, mujeres o niños; incluso contra la suspensión de los visados franceses. Va a más el descontento popular por la terrible crisis económica que azota, sobre todo, a las familias que perdieron su trabajo en Melilla.
El pueblo marroquí ha empezado a levantar la voz y el Gobierno necesita un enemigo externo para atizar el nacionalismo. La victoria diplomática indiscutible de Marruecos respecto al Sáhara les ha envalentonado hasta el punto de plantar cara a España con el beneplácito de Israel que, por cierto, ayudará a Marruecos a instalar un sistema 'inteligente' en la frontera de Beni Enzar que consiste en cámaras que reconocen y conectan con los antecedentes penales o policiales de quienes crucen la frontera.
Así pretende responder Marruecos a la instalación en la frontera de Melilla del sistema europeo de entradas y salidas que limitará la estancia en la ciudad de quienes crucen a diario. Si hacen noche irregularmente en Melilla, el sistema lo detectará y al pedir visado para viajar a otro país de la Unión Europea aparecerá esa información en su perfil, lo que, inmediatamente, le cerrará las puertas de entrada.
Se acabó por tanto, el hacer la vista gorda con los marroquíes, sobre todo, trabajadoras domésticas que hacían noche en la ciudad, cuidando a niños, enfermos o personas mayores, y regresaban luego a sus casas. Pero también se ha acabado la vista gorda en Marruecos con los melillenses que no sellaban pasaporte aunque fueran a salir de Nador.
A Marruecos, evidentemente, no le gusta el cerrojazo de Melilla porque eso limita muchísimo la entrada de capital español en la zona del Rif, una de las más pobres del país. Llevan años prometiendo desarrollo, pero el desarrollo siempre forma parte del futuro. No llega nunca y a la gente no la puedes engañar eternamente.
Marruecos debe dejar de hacer el ridículo deteniendo a niños que pescan calamares y centrarse en evitar que cada día nuestros agentes de los GEAS tengan que parar a entre 50 y 70 nadadores que intentan colarse en Melilla para pedir asilo y seguir camino hacia Europa.
Si de verdad le interesa frenar el tráfico de personas y el narcotráfico, Marruecos debe dejar de entretenerse con el juego del calamar y mostrar con contundencia su compromiso serio con la lucha contra los cárteles de la droga. Hay que ir a la raíz del problema. La venta de droga al menudeo no se acabará nunca si no acabamos con quienes la suministran y se enriquecen con ella.
Ya está claro que la labor de Marruecos en temas migratorios es más que cuestionable, pero el país vecino tiene la oportunidad de demostrar que es capaz de controlar la salida de droga desde sus costas. Y para eso, hay que concentrar los esfuerzos y el combustible en la vigilancia nocturna de los señores de los fardos.
Marruecos tiene todo el derecho del mundo a perseguir la pesca ilegal en sus aguas, pero cuando un país se muestra blando con el narcotráfico y duro con los pescadores furtivos termina convirtiéndose en cómplice y cooperador necesario del tráfico de estupefacientes, que también mueve armas y mata.
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